14/05/2024 11:38
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¿Por qué un niño y un adulto dicen exactamente lo mismo si se les pregunta sobre Picasso? Porque el “argumentario” de ambos es idéntico y se reduce a los tópicos sobre el particular inculcados en la infancia.

¿Por qué esa aplastante uniformidad de “la opinión pública” ante la guerra en Ucrania, sobre el “cambio climático” y sobre el “caso Jennifer Hermoso”? Por la misma razón que una población aterrorizada admitió la versión oficial sobre el 11-M y las normas dictadas por el Gobierno o la Organización Mundial de la Salud en relación con el COVID. En definitiva, porque el borreguito asustado busca refugio en el rebaño y, perezoso, es propenso a tragarse lo que sea si lo hace la mayoría. Si los tertulianos de todas las cadenas de la televisión y de la radio opinan lo mismo, el telespectador o radioyente, naturalmente, acaba por sumarse. No vaya a quedarse solo, el pobre.

Sin duda, para muchos, la soledad es más insoportable que la mentira y anteponen la compañía a la incomodidad de buscar, discernir y pensar. Se llama gregarismo y la fórmula es sencilla: dar por verdadero lo que se percibe como parecer mayoritario. Es decir, lo que se nos traslada como cierto desde arriba, o, dicho de otra forma, lo que nos impone quien manda a través de los medios de “información” a su servicio.

Que dicha información sea falsa de cabo a rabo y responda a un interés por desinformar, intoxicar o manipular no se contempla; que seamos incapaces de distinguir el grano de la paja, tampoco; pero lo peor es que no estamos dispuestos a contrastar la información recibida y aceptamos como válido lo que se nos presenta de forma cómoda y accesible. Que si el tema es demasiado complejo, que si no disponemos de tiempo para indagar lo suficiente… Sin duda, razones de peso; no obstante, insuficientes y contradictorias. Pues si un tema es demasiado complejo, ¿por qué aceptamos la sencilla, breve, parcial y fragmentaria explicación que nos ofrecen los medios? Y si no tenemos tiempo, ¿por qué lo dilapidamos en bares, en las redes sociales, con videojuegos, escuchando bazofia o viendo series de televisión?

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En el fondo son excusas y lo sabemos, pero preferimos holgazanear, renunciamos a pensar por nosotros mismos y nos autoengañamos. Para hacerlo sólo se requiere “suspender el juicio” y, si bien es cierto que al principio puede suponer un conflicto y, por lo tanto, un esfuerzo, al final uno acaba por acostumbrarse. George Orwell lo llamó “doblepensar” y Cesław Miłosz, “pensamiento cautivo”.

Infantilizados, intimidados, sometidos. Temerosos de perder nuestro adorado “Estado de Bienestar”; es decir, los servicios por los que el Estado convierte a sus ciudadanos en súbditos: los medicamentos gratuitos, los chiringuitos subvencionados, las paguitas a los jóvenes, las subvenciones a la energía “verde”, la deuda autonómica… Da igual que la escuela pública se dedique a adoctrinar en vez de enseñar; lo importante es que sea gratis.

Por supuesto, siempre amenazados por enemigos invisibles, con las orejas gachas y mil ojos para todo, no vaya a ser que transgredamos alguna de las mil y una normas impuestas a cada paso por la corrección política, esa jaula de líneas rojas.

Entre tanto, nos ajustamos al vocabulario de moda, aliviamos nuestra insoportable levedad en el supermercado y nos embrutecemos ante la pantalla.

Si tuviéramos que señalar un marcador de la decadencia de Occidente no se me ocurre otro mejor que el stand de los yogures en cualquier centro de alimentación. Ya se sabe, desnatados, con fruta, con cereales, sin azúcar, con nueces, griegos, con extra de calcio, de sabores… en distintos formatos y con todas las combinaciones; esto es, tropecientos tipos para satisfacer todos los gustos y apetitos… y desquiciar al más templado en la búsqueda de un maldito yogur natural a secas; que en eso, por lo visto, consiste la felicidad, en no privarse de nada y justificar cualquier capricho diciéndose uno a sí mismo aquello de “me lo merezco”.

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Ahora bien, esta libertad para gastar y elegir entre una enorme variedad de yogures, zapatos, series de televisión o café –solo, de máquina, americano, expreso, de sobre, cortado, con leche desnatada, de soja, capuchino, con azúcar moreno, sacarina, caliente, ardiendo, templado, corto de café, corto de leche, con hielo…– es una libertad acotada. Y no nos referimos a la publicidad. Una cosa es consumir productos y otra, la política. En las cosas serias y en los medios, poca o ninguna libertad. Muchos canales, sí, pero nos obligan a elegir entre dos candidatos. Y lo mismo pasa con las instituciones: muchas universidades, muchísimas carreras, demasiados ministerios, federaciones, consejos, alcaldías, diputaciones, concejalías… pero en todos ellos, una sola cosa: uniformidad e intolerancia “políticamente correcta”.

De modo que la libertad de opinión se restringe a la cesta de la compra y, en política, a compartir un mismo eslogan; esto es, repetir una consigna; es decir, no pensar.

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Geppetto

Los medios de comunicacion dan los razonamientos, el léxico, la forma de interpretar los sucesos cotidianos y la forma de enfocar las situaciones apisonandolas para hacerlas una papilla digerible que es la base de la ideología Woke, es la que se ha impuesto en occidente.
Una banda de incompetentes mentales aulla, Todos con Jenny… pero nadie se pregunta¿ Pero quien ataca a esa futbolista para necesitar de nuestro apoyo?
Los politicos necesitan enemigos que utilizar para ahondar esa guerra que buscan y que no permite que los españoles se paren, respiren hondo y analicen toda la basura ideologica que cada dia les enchufan en vena desde el poder y los medios de comunicación.
Cuando mas entontecidos esten los españoles mejor se dejan manejar…cosa que vemos a diario

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