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Hace un tiempo, cuando la Humanidad aún estaba lejos de enfermar de la azotea, un matrimonio que se separaba o divorciaba mantenía la suficiente lucidez como para llevarse mal. Con el mínimo respeto para no perjudicar a los hijos, pero mal. Porque si se llevasen bien, ¿por qué separarse entonces? Ese ejercicio de puro sentido común es lo propio de personas adultas que no han devenido en cabezas de chorlito: «Nos separamos, tú a tu casa y yo a la mía. Y a ver si te pilla un tranvía».
Hoy ya no. Este frenopático global donde uno puede sentirse hombre por la mañana, mujer por la tarde y género fluido de madrugada, permite que cualquier chaladura mental se vea como normal, lógica e incluso «positiva». Y así, hoy los divorciados se llevan de maravilla, se aman con locura, no pueden vivir el uno sin el otro, se ayudan, se apoyan, se adoran…Pero están divorciados. Porque si estuviesen casados, entonces se llevarían mal. ¿Me siguen aún, o ya han dejado de leer?
En este contexto de manicomio mundial abierto 24 horas al día y con guardias de fin de semana, tenemos que incluir las fotos que se han publicado de Pablo Iglesias e Irene Montero, invitados a la boda del pianista podemoide Jaime Rhodes. Ambos aparecen sonrientes y felices, en evidente armonía y complicidad, confirmando que también ellos «han salido ganando con el divorcio». De novios les iba guay, de casados fatal, y ahora como «ex» disfrutan de un nuevo idilio, suponemos que regado con su coincidencia ideológica.
De alguien que firma leyes abortistas para niñas de 16 años, o que pretende que un juez se meta en la alcoba de los amantes para comprobar que ninguno de los dos quiere violar al otro, nada bueno puede esperarse. De hecho, si se fijan, la risa de Montero es histriónica y exagerada, la típica risa de alguien que llora todos los días. La risa que quieres que otros miren para que no se fijen en los surcos amargos de tus mejillas.
Iglesias, que junto a Brad Pitt y Leo Di Caprio es uno de los solteros más codiciados del mundo, ejerce de inevitable centro de atención, probablemente robando protagonismo a la novia, algo que sólo los líderes naturales pueden conseguir. Ya sin chepa, con el pelo decente y sus piños nuevos, el «pequeño Stalin» estará probablemente preparando su nuevo salto a la política para pescar en el río revuelto que ha montado su íntima amiga Yolanda.
Pablo e Irene se aman como buenos «ex» que son. Y da igual que sus hijos se críen solos o con la chacha. Da igual si ambos tienen luego una concubina y un concubino que les caliente las sábanas. Lo importante es ser modernos y demostrar que se tienen los cables pelados. Porque para normales, ya estaban nuestros abuelos.
Autor
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Nació en Madrid en 1975. Es Doctor en Periodismo por la Universidad San Pablo CEU. Ha dedicado casi toda su vida profesional a la radio, primero en Radio España y desde 2001 en Radio Inter, donde dirige y presenta distintos programas e informativos, entre ellos "Micrófono Abierto", los Domingos a las 8,30 horas. Ha dirigido la versión digital del Diario Ya y es columnista habitual de ÑTV en Internet. Ha publicado los libros "España no se vota" y "Defender la Verdad", "Sin miedo a nada ni a nadie", "Autopsia al periodismo". Esta casado y tiene un hijo.