20/05/2024 20:15
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Llevamos generaciones en que la única “cultura” que posee la inmensa mayoría de la población la debe a la televisión. Y dado que la función “educativa” de la tele se dirige casi en exclusiva a la propaganda y a la inoculación de afectos y odios políticamente correctos, cultura, lo que se dice cultura, hay poca. Si acaso la adquirida a través de documentales que, en su momento, fueron muy populares. No olvidemos que el programa titulado “El hombre y la Tierra” de Félix Rodríguez de la Fuente, o las exploraciones submarinas del capitán Cousteau concitaban una audiencia notable, aunque se emitieran a la hora de la siesta[1].

Lo cierto es que, debido a los documentales sobre la naturaleza y vida animal emitidos durante décadas tras la hora de comer, casi todo el mundo sabe, por ejemplo, que cuando un gran felino africano caza una presa, ésta sigue todo un proceso hasta su completa desaparición en el que participan otros carnívoros. Animales carroñeros como las hienas, los buitres y los marabúes dan buena cuenta de los despojos, arremolinándose sobre la cebra, el ñu, o la gacela hasta dejar pelados sus huesos. Si, además, los televidentes son forofos del entomólogo Grissom del CSI[2], sabrán que, tras las aves carroñeras, un ejército de insectos contribuirá a la descomposición y limpieza de los últimos restos.

Para la mayoría de los telespectadores las criaturas necrófagas son terriblemente “feas” porque inevitablemente se asocia su apariencia desagradable con sus enojosas querencias alimentarias. Justo lo contrario que para los niños, quienes encuentran especialmente atractivo por morboso todo ese hozar, picotear, y chapotear entre vísceras. Ahora bien, tanto los infantes como los adultos saben que la función de los carroñeros es esencial en el ciclo de la vida y en la estabilidad del ecosistema; del mismo modo que entendemos que, en la jerarquía del reino animal, tales seres no se hallan en lo más alto.

Sin embargo, este conocimiento ampliamente compartido por los seres humanos acerca del orden lógico que rige el mundo animal no parece aplicarse en nuestra propia organización social. Hasta el punto de que, invertida la lógica, nos dejamos gobernar y saquear por toda suerte de alimañas. Y aunque resulte innecesario citar ejemplos en este sentido demasiado evidentes, hay casos menos conocidos que, precisamente por eso, también merece la pena mostrar. No crean los que duermen tranquilos pensando que habitan en una autonomía “libre de socialismo”, que están a salvo del saqueo, de la corrupción y del engaño.

No estamos en las riberas de los ríos Okavango o Luangwa, ni el animal abatido sobre el que sobrevuelan en círculo las oscuras sombras de los buitres es un búfalo cafre africano. Estamos en Madrid, capital del reino de España, y la víctima no es un gran herbívoro sino los fondos administrados por la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid. Sobre ellos se ciernen un sinnúmero de caraduras a la espera de un bocado del pastel, pero los responsables de dicho saqueo son, concretamente, los que los administran. Por orden de responsabilidad, el Consejero de Educación y la Directora General de Bilingüismo y Calidad de la Enseñanza. ¿Tienen ustedes siquiera una idea aproximada de la ingente cantidad de recursos económicos que manejan estos responsables de la Educación en Madrid y a qué se destinan esos fondos? Seguro que ni la más remota. Y es que no verán jamás una noticia en ningún medio de comunicación sobre esta cuestión.

Se trata del mismo viejo truco de los “cursos de formación” que con tanta eficacia y durante tanto tiempo explotaron las mafias sindicalistas de la UGT y el PSOE de Andalucía o Asturias, pero actualizado con el PPOE que gobierna la Comunidad de Madrid. Ahora, bajo el paraguas de ciertas “competencias” como la enseñanza del inglés, la digitalización, el adoctrinamiento de género y climático, que se han convertido en las coartadas perfectas para transferir millones de euros públicos a una constelación de empresas y asociaciones “amigas” dedicadas a la “formación”. Un dinero empleado en programas que, si bien no sirven para mejorar la enseñanza en lo más mínimo, en cambio son perfectos para financiar chiringuitos, cultivar sinergias, pagar la “paz social” y crear redes clientelares. No olvidemos que los padres, deseosos de que sus hijos no queden rezagados, son muy sensibles a cualquier campaña en favor de una educación “moderna” y tienden a confundir gasto y “novedad” con calidad. Aunque las nuevas metodologías destinadas a la modernización de la enseñanza no sean más que fuegos artificiales que sólo benefician a unos pocos y no, precisamente, a los alumnos. ¿Saben ustedes en qué consistió la modernización de las aulas acometida entre el año 2000 y 2010 con la masiva adquisición de pantallas interactivas? Pues consistió en que, tras impartir un montón de cursos para enseñar su manejo, la empresa responsable del software desapareció y las famosas pantallas quedaron en simples superficies donde proyectar. Es decir, cumpliendo la misma función que una pared o una sábana blanca, pero, eso sí, después de haber costado millones de euros. ¿Y saben en qué quedó la campaña en favor de llevar la robótica al aula? En que se adjudicó a todos los institutos una impresora 3D, se impartieron miles de horas para enseñar programación y, en apenas dos años, las impresoras estaban inservibles y dejaron de usarse. Y así con todo: decenas y decenas de cursos de “mindfulness”, drones, gestión emocional, “escape room”, magia en el aula sí, magia, han leído bien, mucha perspectiva de género y “objetivos de desarrollo sostenible”. Ahora está de moda “el ukelele en el aula”; una nueva gama de pantallas interactivas carísimas; las llamadas “aulas del futuro” más caras aún  y un amplísimo abanico de programas en pro de la digitalización, que prometen sucederse unos a otros hasta el infinito con tal de no dejar tiempo para leer, estudiar y pensar.

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Una parte de los fondos destinados a “formación” en la Comunidad de Madrid son adjudicados por la Unión Europea y se encaminan a la difusión de la Agenda 2030. Es decir, a la idiotización de niños y adolescentes por la vía del adoctrinamiento climático y de género. Pero no nos engañemos, tales fondos se gastan en lo que se gastan porque los políticos que los administran comparten los objetivos de dicha agenda. No sólo por “ayudar” a tal o cual empresa amiga, que también. Todos los cargos con poder ejecutivo en la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid son fanáticos de la Agenda 2030. Y la Conferencia Episcopal, que también imparte sus propios cursos de formación, participa de lo mismo. Y es que, por difícil que pueda parecer a los ojos de cristianos especialmente cerriles, ovejunos o voluntariamente ingenuos, con tal de no pagar impuestos, la Iglesia permite hasta la profanación de tumbas.

Muy recientemente en el dominical “Actualidad Económica” del diario El Mundo[3], se publicaba la entrevista a un pájaro llamado Chris Wyburd, director del departamento de enseñanza del inglés de la Oxford University Press en España. La entrevista no tiene desperdicio. En primer lugar, Wyburd admitía orgulloso que “cuatro de cada diez alumnos españoles utiliza un libro de Oxford”, confirmando que la colonización cultural emprendida en tiempos de Aguirre sigue a buen ritmo y que casi la mitad de los padres con hijos en edad escolar pagan por que éstos adquieran una perspectiva anglosajona del mundo, incluida una buena dosis de leyenda negra. A continuación, exponía Wyburd que “nuestros libros recogen los requisitos de la LOMLOE”, demostrando bien a las claras que, en la escala de prioridades, las ventas están muy por encima de la calidad de los contenidos publicados; y el resto de sus respuestas era una sinfonía de sandeces propias de un demente engarzadas una tras otra hasta ofrecer un muestrario digno de un psiquiatra. Jerga psicopedagógica actualizada permanentemente para encubrir bajo modas cambiantes lo que no es sino un gran negocio. Habla este vendepeines de todo un repertorio de memeces: que si “active learning” (hallazgo sorprendente donde los haya), que si “espacios virtuales” (no importa para qué); “libros en formato digital 100% interactivos” (gloriosa aportación a la enseñanza); “en un entorno 100% seguro” (¡cómo agradecen los tontos ese paternalismo que les trata como niños!); “metodologías activas” (qué socorrido lo de “activas”, parece como que anima); “gamificación” (es decir, juegos); “formación online síncrona” (una forma de decir videoconferencia sin que nadie te entienda para parecer guay); “competencias de ciudadanía digital” (signifique lo que quiera significar); una “literatura basada en emociones” (digital, naturalmente, y evitando a toda costa apelar a la razón) y “lectura maker” (mucho más molona que la lectura a secas, ¡dónde va a parar!). Sin olvidar los mantras vacíos de la “diversidad y la inclusión” y la inevitable alusión a lo “sostenible”. Por último, como colofón a la sarta de disparates mencionada y para que no quede duda, Wyburd confirmaba que “Nosotros hemos subido a la plataforma preguntas alineadas con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas”. ¡Faltaría más!

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Y es que si atendemos a las Competencias[4] de la citada Dirección General de Bilingüismo y Formación, veremos que éstas no sólo condenan las Humanidades y las Ciencias y de paso el concepto mismo de Cultura en favor del inglés, la digitalización y “valores” que son antivalores, sino que la Agenda 2030 y derivados son, precisamente, las guías de los programas impulsados por la Dirección General y los requisitos demandados para la adjudicación de “ayudas”. He aquí las competencias a las que nos referimos:

“a) El desarrollo y coordinación de los programas de enseñanza bilingüe”. Siempre auxiliados por la palabra mágica y excusa para todo: “innovación”.

“g) La gestión, coordinación y, en su caso, diseño de programas de innovación e investigación dirigidos a mejorar la calidad educativa”. Esto es, vía libre para la entrada de empresas y particulares “especialistas en la formación” de profesores y alumnos en todo tipo de monsergas bajo la citada coartada de la innovación. ¡Qué bonita imagen: las grandes tecnológicas junto a las oenegés parasitando juntas el erario público!

“h) La coordinación y propuesta de actuaciones relativas al uso de plataformas educativas digitales vinculadas al aprendizaje”. Es decir, más de lo mismo.

“i) El fomento del uso de recursos educativos digitales, que impulsen la adquisición de las competencias digitales y científico-tecnológicas de los alumnos mediante la inversión, entre otros, en fondos bibliográficos, dotación y provisión de materiales curriculares digitales, así como los servicios de mantenimiento y licencias de uso asociadas a los mismos”. Por si acaso, conviene aclarar que los fondos bibliográficos mencionados son digitales, ya que existe el propósito declarado abiertamente por el Subdirector General Programas de Innovación y Formación del Profesorado en aras de la sostenibilidad, por supuesto, de abandonar definitivamente los libros físicos.

“k) La gestión, diseño y desarrollo de las actividades de formación permanente y actualización del profesorado”.

Y no he dicho nada del punto “f)” sobre “el desarrollo de planes para el fomento de la lectura entre la población escolar de etapas anteriores a la universidad de la Comunidad de Madrid y la gestión de los responsables de bibliotecas escolares”. Porque los responsables citados no han leído un libro en su vida y, como ya se ha mencionado, pretenden una educación sin libros. ¿Cómo va a fomentarse la lectura sin libros? ¿Y qué capacidad crítica se va a promover teniendo en cuenta la corrección política de los libros digitales que ofrecen empresas como Odilo[5] o plataformas como MadREAD? ¿Y qué pensamiento se va a desarrollar con las lecturas recomendadas en las aulas de Primaria y Secundaria por las nuevas hornadas de profesores salidos de la universidad española?

Sólo un dato más: visítese cualquier biblioteca de cualquier instituto de la Comunidad de Madrid y verá que en sus estanterías hay muchos más libros de Almudena Grandes que de nuestro Nobel Camilo José Cela.

 

Filípides                                       

 

[1] “El hombre y la tierra” se emitió entre 1974 y 1981. En total, consta de 124 capítulos. La muerte en accidente de Félix Rodríguez de la Fuente el 14 de marzo de 1980 conmocionó a toda España.
“Mundo submarino” se emitió en diferentes horarios que iban desde las 16:00 de la tarde a las 20:00 de la noche.

[2] La serie “CSI: Crime Scene Investigation” ha sido y es, probablemente, la serie más popular de todos los tiempos. Se ha estado emitiendo durante más de veinte años (desde 2000 hasta la actualidad), comprendiendo 15 temporadas, 3 secuelas y más de 350 episodios.

[3] Domingo 28 de agosto de 2022.

[4] https://www.comunidad.madrid/transparencia/unidad-organizativa-responsable/dg-bilinguismo-y-calidad-ensenanza
 

[5] https://cincodias.elpais.com/cincodias/2022/06/01/companias/1654108089_819149.html