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En tan ventajoso estado se encontraban las operaciones de Valdés sobre Olañeta, cuya ruina era de todo punto inevitable desde la caída de Barbarucho, cuando este choque civil, verdadera diversión para los independientes, vino a producir sus inevitables frutos. Derrotada en Junin la Caballería de Canterac por las tropas de Bolívar, se había hecho verdaderamente amenazadora la situación del Norte, y en este conflicto no pudo dejar el Virrey La Serna de llamar en su socorro a las tropas que operaban en el Sur.
Fue preciso que Valdés se dirigiese inmediatamente con las suyas sobre Cuzco, y por este hecho inevitable, vinieron a quedar a disposición de Olañeta, sin condición de ningún género todas las provincias por cuyo mando absoluto decía haberse insurreccionado.
A favor de una de esas rápidas marchas que como expresa Torrente, dieron tanta celebridad a Valdés en el Perú, que llegó en los días 10 y 11 de octubre al Cuzco, distante 320 leguas. Quiso el Virrey La Serna dirigir por sí mismo la campaña, con el fin de unir mejor los ánimos y asegurar los lazos de la disciplina tan indispensable en aquellos críticos momentos. Reunidos en uno los dos Ejércitos del Norte y del Sur, que recibieron el nombre de “Operaciones del Perú”, se dio a Valdés el mando de la División de vanguardia, una de las tres que se formaron componiéndose aquella del primer Batallón del Imperial, y de los de Cantabria, Centro y Castro. Las dos Divisiones restantes fueron destinadas a las órdenes de los generales Monet y Villalobos, resultando su fuerza reunida de unos 10.000 hombres, incluidos 1.600 caballos que formaban otra División al mando del Brigadier Don Valentín Ferraz. Además de esta fuerza contaba el Ejército de Operaciones del Perú con 14 piezas de artillería de a lomo, de que era Comandante General el Brigadier Don Fernando Cacho.
El ejército libertador, mandado en principio por el propio Simón Bolívar había ganado después de la derrota de Canterac en Junin, seis provincias que anteriormente obedecían al gobierno del Virrey; orgulloso con este fácil y rápido progreso había dirigido a los peruanos su proclama del día 15 de agosto, notable por expresar en ella la cooperación de Olañeta en favor de la causa insurgente; por la segura pompa con que anunció la victoria futura de sus armas y por el mismo punto en que fechó este documento, que hubo de ser en Huancayo, Cuartel General por tanto tiempo y en las circunstancias más críticas del Ejército español. Por el mes de septiembre había dejado el mando al General Sucre, y éste era el enemigo contra el cual debía abrirse la campaña de que citaremos a continuación.
Era Huamanga el teatro de la guerra a una distancia de cerca de 90 leguas de Cuzco, su terreno es de los más escabrosos del Perú, sus caminos no son otra cosa que veredas de travesía penosa, mientras que multitud de torrentes y tres ríos considerables, el de Apurimac, el Abancai y el Pampas corren paralelamente de Este a Oeste por profundísimos barrancos. El Virrey a pesar de las ventajas que le llevaba al enemigo en posición y recursos, se decidió a emprender la campaña esperando atraerle a más ventajosas posiciones y comenzó a pasar el Apurimac resuelto a marchar sobre su flanco derecho. Se hallaron las tropas del Rey en Jaquira el día 29, amenazando la línea de operaciones el General independiente, que se consiguió doblar, se ganaron al mismo tiempo algunas subsistencias de que hubieran carecido de haber tomado el camino real ocupado por Sucre. El ejército continuó por los altos de Mamara y Chuquibamba, y cubriendo su derecha la vanguardia pasó el río Abancai el día 4 de noviembre, acampó el día 8 en los pueblos de Pampachiri y Larcai, y el 18 parte de la División de Valdés ocupó la ciudad de Huamanga.
Se aseguró entonces el Ejército de que el enemigo quedaba todavía a retaguardia y cortada su línea de operación; por lo cual retrocedió el Ejército desde Rajay-Rajay sobre el Pampas y el general Valdés a los altos de Matará. Las bases del Ejército se cambiaron y forzado Sucre por la rapidez de las marchas del Ejército Real se detuvo sobre Chincheros, ocupando los inaccesibles altos de Bombon. La vanguardia al mando de Valdés vadeó el Pampas, con el agua hasta el pecho, no tanto con el fin de entrar en combate sino más bien con el de reconocer más de cerca las posiciones del enemigo; éstas eran verdaderamente inexpugnables por aquella parte, pues el caudaloso río que hubiera quedado a la espalda del que osara atacarlas aseguraba su irremisible pérdida.
En tal estado y vista que dicha empresa de desalojar a los insurgentes era impracticable, era preciso desandar una porción de camino hecho, procurando acercarse al enemigo por dirección menos aventurada; en consecuencia acampó y pernoctó La Serna el día 23 en Pocamarca, el 24 en Vilcashuaman, el 25 en Cochas y el 26 en los altos de Carhuanca. Su intento era pasar el Pampas y flanquear por las alturas de Cocharcas la posición de los insurgentes en las de Bombon. El 27 descansó en los altos de Carhuanca y levantando el campamento el día 28 con objeto de acercarse más al vado de este punto, tuvo que convocar junta de Generales y Jefes en la mañana del día 29, a los cuales dijo que libremente le manifestasen su dictamen sobre si sería más acertado pasar el Pampas y retroceder sobre Andahuillas y organizar y reforzar el Ejército con recursos de todas clases, para lo que podía acaso contarse con Olañeta si deponía su error o atravesar el río para buscar a Sucre en su terrible posición. Los jefes consultados se concienciaron de lo arduo que era resolver este dilema igualmente peligroso. El retroceso no podía dejar de desacreditar las armas del Virrey, pues la opinión pública tomaría aquel acto por la pérdida de la campaña, y no era posible tampoco que agobiado el Virrey bajo el peso de tal descrédito encontrase en Olañeta apoyo alguno. Es de saber que Olañeta persistía con el más inexorable empeño en su defección, llegando al extremo de abandonar la persecución del insurgente Laura por ocuparse en la de fieles subdelegados de los partidos de La Paz y de Yungas. En cuanto al ataque a las alturas de Bombon equivalía a buscar la muerte segura.
Fue en el crítico estado de esta discusión cuando las circunstancias aconsejaron una estrategia para hacer abandonar por sí mismo al enemigo, si era posible, las formidables alturas en que se hallaba; se pensó para esto que todo el Ejército levantase el campamento en aquella misma tarde y emprendiese la bajada a vado de Carhuanca para que las observaciones enemigas y sus partidarios de la derecha del río dieran aviso del movimiento; que la vanguardia mandada por Valdés se dirigiese a ocupar las alturas de Cocharcas para tomar en ellas posición o avanzar según mejor conviniera y que volviese mientras el ejército con todo sigilo a ocupar el campo que entonces abandonaba y estuviese pronto al primer aviso, ya para reunirse a Valdés si no se estimaba prudente empeñar combate en los altos de Uripa y Bombon, para emprender la marcha al Norte, si Sucre abandonaba su posición y continuaba retirándose como había empezado. En este último caso debería seguir Valdés la ruta de los independientes hasta encontrarse con el Virrey que de propósito haría iguales movimientos desde los altos de Carhuanca. La campaña hubiera quedado, si esto acontecía, en declarado triunfo de las armas españolas ya por las seguridades de derrotar al enemigo reunidos los elementos con que contaba el Virrey La Serna, ya por el descrédito que Sucre alcanzaría indefectiblemente en la opinión de unos pueblos que viéndole retirarse le dejarían falto de todo, e introducida la disolución en sus filas. Pero aún cuando se sostuviese en Bombon, fácil hubiera sido al Ejército del Virrey pasar al Sur de Pampas, unirse a Valdés y maniobrar ofensivamente o replegarse sobre Andahuillas para adoptar lo que fuese más oportuno, en el caso de que Sucre se decidiese a dejar su posición y vadear el río pudiera haber encontrado su sepulcro, ya en las ondas de aquel o ya bajo el gran desfiladero que sigue a los altos de Matará, siempre que las fuerzas de alguna de las otras Divisiones correspondiese a los hechos de la vanguardia. Se realizó esta operación con el mejor acierto por parte de Valdés, quien a costa de indecibles trabajos y penalidades logró el objetivo propuesto, habiendo obtenido durante estos movimientos ventajas de mucha consideración contra una fuerza que los enemigos habían dejado sobre Andahuillas, haciéndola toda prisionera a excepción de dos Jefes y algunos Oficiales que pudieron huir.
Sucre pasó el río en la noche del día 30, pero los observadores no dieron el oportuno aviso, de este modo cuando el General español trató de acometer al enemigo en donde no podía menos de ser completamente derrotado vio que era tarde pues Sucre estaba desembarazado completamente del paso del río y del desfiladero. Los refuerzos de Valdés para que al menos la División de Villalobos secundase su arrojada acción fueron inútiles, sin duda por hallarse aquel dependiente de otras órdenes, pero es muy sensible el que se hubiese dejado deslizar una ocasión tan ventajosa, y nos consta que el General Valdés compara todavía con sentimiento la fortuna que se brindó en aquel día con la terrible desgracia de Ayacucho, que tan fácilmente hubiera podido evitarse.
Nueva coyuntura aunque perdida con igual desgracia se presentó a los realistas el día 3 de diciembre para destruir al enemigo; serían las once del mismo día cuando indicó éste que iba a ponerse en marcha continuando su retirada, por lo cual levantó también el campamento el Virrey, discurriendo por la izquierda sobre el flanco de su antagonista, para acometerle al empeñarse en el paso del barranco de Corpahuico; mandaba la vanguardia el General Valdés, situada a una media legua del campo y tomando por su parte la dirección que le pareció más corta, por la que hubo de marchar completamente a cubierto de ser vista, cayó sobre los enemigos inopinadamente cerca de Matará, cortó casi la mitad del ejército contrario, se apoderó de un cañón, de todo el parque de reserva y de la caja militar y equipajes, batiendo completamente una División y dispersando la caballería. 600 hombres entre muertos y heridos fue el balance para Sucre de esta arrojada operación de Valdés, que acometiendo con solo 2.000 hombres de que constaba la División de su mando a todas las fuerzas enemigas, y a pesar de encontrarse aquellos postrados de fatiga por su no interrumpida marcha desde el día anterior se cubrió de gloria inmarcesible; el resto del Ejército no tomó parte en este hecho que hubiera evitado el lamentar los funestos resultados subsiguientes.
Los días 4 y 5 pasaron sin suceso notable, el día 6 trató el Virrey de apoderarse del pueblo de Quinoa y campo de Ayacucho, y mandó al efecto a Valdés que tomase con la vanguardia aquella dirección. Se hallaba ocupado aquel punto por todo el ejército enemigo y Valdés ocupó una fuerte posición dando parte al Virrey. Convencido La Serna de que era impracticable el objeto, al menos por aquella parte, dispuso que el Ejército continuara hacia las alturas de Pacaisaca y cubierto este movimiento por la vanguardia, fue atacado Valdés en su retirada con gran empeño pero sin desgracia alguna.
BATALLA DE AYACUCHO:
Después de practicados algunos otros movimientos sobre Quinoa y Huamanguilla, quedó la posición de los beligerantes establecida el día 8 a los extremos de la planicie llamada por los naturales Ayacucho; las huestes del Virrey acampaban en la falda de la prominencia conocida por el cerro de Condorcanqui, inexpugnable por su frente así como por sus flancos; apoyado el derecho en un escabroso y dificilísimo barranco y el izquierdo por una profunda quebrada, áspera y montañosa hasta el extremo de ser impracticable. Sucre se había situado en las cercanías del pueblo de Quinoa, separado por una cordillera de poca elevación de la indicada planicie de Ayacucho. Son de tomarse en cuenta las especiales circunstancias que obligaron a realistas e independientes a remitir el término de esta larga y penosa campaña al resultado del choque a que de común conveniencia se arrojaron el día 9.por parte del Ejército libertador la acción era inevitable, o bien, expresándonos con el mismo concepto de uno de los historiadores a quien seguimos, era respecto a él una necesidad bien entendida. La inferior movilidad de los independientes reconocida en todo el discurso de la campaña, durante la cual no solo habían empezado los españoles por ganarles la vanguardia sino que había resultado anticipados siempre sus movimientos respectivos, había obligado a los primeros a operar en retirada constante no habiendo creído prudente esperar acción si no les favorecían formidables posiciones. Esta conducta, por acertada que fuese, había resultado en desprestigio de las armas de Sucre, a los cuales los pueblos del tránsito trataban según su habitual costumbre durante toda la guerra, que era hostilizar al más débil. Las provincias de Huamanga y Huancavelica se habían pronunciado en este sentido con gran fortuna del Ejército realista, y si el General libertador seguía retirándose por más tiempo podía dar por perdida la campaña. Efectivamente, no era posible que su ejército reducido a menos de 6.000 hombres pudiera evitar dentro de poco los males de una disolución; falto de víveres, pues solo contaba con unas 70 reses de ganado vacuno, tendría que perecer a la travesar un país hostil y seguido por un Ejército cuyas ventajas de movilidad hacían irrealizable toda esperanza de salvación. Por esta breve reseña puede calcularse que antes de llegar a Condorcanqui hubiera sido conveniente que las operaciones realistas no ostentasen el empeño de combatir con la gran agilidad de movimientos. El país incomparablemente desventajoso y en la terrible época de lluvias estaba distante de favorecer esfuerzos tan laudables y si ellos impusieron al enemigo, se perdió en su discurso gente, caballos, artillería, municiones y víveres. Más viniendo al estado actual o sea el de la precisa época en que el rompimiento entre los beligerantes llegó a resolverse, forzoso es conceder que la conducta aconsejada al Virrey por las circunstancias, había venido a ser inevitable. No era la situación del Ejército Real menos desfavorable que la del libertador, falto de raciones para hombres y caballos, comprometido en la posición ofensiva en que se había hecho colocar la confianza de un próximo y fácil triunfo, e imposibilitado de retroceder desde el Condorcanqui sin tocar con casi parecidos males que los que se hubieran producido en el mismo caso contra Sucre, era preciso bajar al llano en busca de recursos a través de la victoria.
Consistía entonces el Ejército Real, según el estado de fuerza en 5.876 hombres y 1.030 caballos, con 11 piezas de Artillería. Júzguese comparativamente por el número de tropas con que se abrió la campaña, la pérdida sufrida en las marchas, y cuéntese que en este número solo se comprendían poco más de 500 europeos de todas clases, siendo mucha parte restante, reclutas sacados para el ejército del Sur en su paso al Norte. Con estos elementos, guiados de las citadas causas e impulsado también por el rumor que, aunque infundado discurría, de que el enemigo trataba de ganar el río Huarpa, para engrosar sus filas con 3.000 hombres que se decía que Sucre esperaba de refuerzo, hubo de decidirse el Virrey a presentar la batalla.
Amanecieron el día 9 los dos Ejércitos en el propio orden, el español situada la División de vanguardia al mando de Valdés a la derecha, la de Monet en el centro, y la de Villalobos a la izquierda, con el Cuartel General en su inmediación; acampada la Caballería en prolongación de la cuesta, un poco a retaguardia de la Infantería, y algunas piezas que se montaron en las cortas mesetas que la posición ofrecía. En cuanto a Sucre, había hecho extender algunas guerrillas entre el ejército Real y su propia línea, cuya derecha se formaba por la División colombiana, fuerte de 4 Batallones, al mando del General Córdoba; la izquierda de 5 Batallones con los Húsares de Junín, a las órdenes del General la Mar, y en el centro de otros 3 Batallones colombianos a las órdenes del General Lara; la Caballería a retaguardia con el General Miller al mando y una pieza de artillería entre las divisiones derecha y centro.
Serían las nueve de la mañana cuando se dio orden a Valdés que con los cuatro Batallones de su vanguardia, dos Escuadrones de Húsares de Fernando VII y cuatro piezas de artillería, rompiese el movimiento por la derecha y forzase la izquierda de los independientes, antes de lo cual le era preciso desalojar un destacamento enemigo hecho fuerte en una pequeña casa intermediaria. Monet con sus cinco Batallones tuvo orden de bajar al llano y adelantarse cerca del borde oriental de un barranco que según se advierte en el plano, divide el campo de Ayacucho desde el Norte en la mayor parte de su longitud. Monet debía secundar la ofensiva cuando Valdés se hubiera empeñado ventajosamente por su parte. La izquierda de cinco Batallones con su General Villalobos, emplearía, a saber: el primer Batallón del primer Regimiento mandado por el Coronel Don Joaquín Rubín de Celis, en la protección de las restantes piezas, adelantándose por la ceja izquierda Sur, y en atender después a que las mismas se descargasen de las mulas, se montasen y armasen para que fuesen oportunamente dispuestas. El mismo Coronel llevaba orden de atacar el flanco derecho independiente llegado el caso de quela derecha estuviese bien empeñada. Un Batallón de Fernando VII permanecería en la cuesta en reserva, apoyado, como también se indica, de un parapeto naturalmente ofrecido por una de las cortaduras del terreno, debiendo solamente entrar en línea por de pronto de la División de la izquierda, el segundo Batallón del Imperial Alejandro, mediante a que los dos restantes se dispusieron como primera reserva al pie de la cuesta de la posición. En cuanto a la Caballería descendería al llano formando la retaguardia por Brigadas.
El enemigo esperó en sus posiciones al ejército Real, formando la línea divisoria de los contendientes el barranco que queda hecho mérito promediaba el campo. Valdés esperó por su parte a que la Infantería alcanzase sus respectivos puestos de preparación, y después rompió el ataque con su habitual bizarría. El fruto de su arrojo no pudo ser de mayor ventaja para las armas españolas, pues comenzó por desalojar un Batallón del enemigo, y poner en fuga las compañías que ocupaban la pequeña casa citada, pero he aquí que la mala interpretación de una orden, o la mala inteligencia de los hechos forma el principio del lamentable desastre que no tardó en suceder al Ejército Real. El punto atacado en un principio por Valdés, lugar en que se hallaba el edificio de que se había desalojado las indicadas compañías, formaba una inclinación bastante honda y casi enteramente oculta a la vista del resto del Ejército. El Coronel Rubín de Celis, creyendo que había llegado el momento de atacar, bien por creer que Valdés estaba ya empeñado con todo el grueso de la izquierda enemiga, bien mostrándose celoso por obedecer una orden que dijo tener para obrar al oír que se rompía el fuego por la derecha, no esperó siquiera a la preparación conveniente de las piezas, y se arrojó solo al ataque con un denuedo tan inaudito como inoportuno. Inmóvil había permanecido hasta entonces el enemigo, más obligado por el ataque de Rubín de Celis y los suyos, empleó entonces la División Córdoba para corresponder a la provocación, el número, no la firmeza de los independientes logró aniquilar a los atacantes, que sin embargo, no desdijeron un punto su bravura; la muerte de los dos Jefes del Batallón, seguida con rapidez a la de considerable números de individuos de tropa que quedaron en el campo, hubieron de ofrecer inesperado y aterrador espectáculo al Ejército defensor de la integridad española.
No pueden negarse al caudillo insurgente las grandes ventajas de serenidad y previsión que forman las dotes más inapreciables de un verdadero General; con ellas no pudo desconocer Sucre la ventaja moral que acababa de adquirir su derecha sobre el Ejército realista y aprovechándola sin dar tiempo a la reacción de los ánimos, mandó a Córdoba que continuase el ataque sobre nuestra débil izquierda. Él mismo le apoyó con parte de la Caballería, logrando arrollar a nuestras guerrillas y pasando sobre los cadáveres del valiente Escuadrón de San Carlos, avanzó sobre las piezas de artillería, no preparadas por completo.
Imposible fue a la División española resistir este bien concertado choque. Temeroso Canterac de que el enemigo se apoderase de las piezas de artillería y doblase al Ejército Real, dispuso que Monet atravesase el barranco con su División del centro, mientras que la reserva formada por los dos Batallones de Gerona restantes pasaban a la izquierda de la línea, como se realizó llevándola Canterac personalmente al combate. La División Monet se dirigía a efectuar la orden de Canterac, cuando apercibido Sucre de la influencia de este movimiento sobre su posición, mandó que dos Batallones del centro y el resto de la Caballería de Colombia cargase sobre el Jefe español antes de que acabara de pasar el barranco. Llevaba Córdoba por entonces lo mejor de la pelea con Canterac y tal fue la sazón en que se verificó el choque de los dos centros. La ventaja del insurgente era conocida por haber alcanzado en el paso del barranco la mitad de la División realista, cuya Brigada restante era la única que lograra salvarle; sin embargo Monet se defendió con heroísmo, sosteniendo el más sangriento combate, pero la fortuna perteneció al enemigo, quedando muertos o heridos gran número de combatientes de ambas Divisiones, sin exceptuar los Jefes.
En tan lamentable estado, deshecho y muerto Rubín de Celis, roto el centro, comprometida la izquierda en una acción desesperada e ignorante Valdés con la derecha del verdadero estado de la acción, parecía formar la Caballería la única esperanza de la causa española. Efectivamente, si toda hubiese alcanzado la llanura no hubiera sido dudoso el resultado por la superioridad de aquella arma sobre la insurgente de igual clase; pero la intempestiva provocación de Rubín de Celis había llevado su influencia funesta este recurso; pues adelantada la acción ni se dio tiempo a ordenar las piezas pertenecientes a la División de la izquierda, ni mucho menos al descenso de la Caballería. Tres Escuadrones formaron a pesar de todo a la falda del Condorcanqui cuando ya estaba cruzado el campo por todos los fuegos del enemigo. La Serna y Canterac, apremiados por la situación crítica del momento dieron orden para cargar; pero recibidos por las enormes lanzas de los Laceros de Colombia, acribillados por el mortífero fuego de la Infantería, y paralizados por el tropel de nuestros dispersos, solo tuvieron tiempo para probar su heroísmo en una breve cuanto encarnizada lucha, vendiendo caras sus vidas, pero deponiéndolas en las aras de su adversa fortuna. La caída de las piezas en poder del enemigo y la completa derrota de la izquierda fue obra de pocos instantes después del horrible desastre de los Escuadrones; la desolación y la muerte destruían la izquierda, centro y Caballería del Ejército realista sin que los desesperados esfuerzos de los Jefes bastasen a detener los terribles avances del mal. La Serna fue a acrisolar su honor buscando la muerte en una pelea desigual, donde cayó prisionero después de haber recibido seis heridas.
En pie quedaba todavía la División de Valdés, cuando el escaso Batallón de Fernando VII, que hemos dicho estaba en reserva sobre una de las pocas mesetas del Condorcanqui, rompió el fuego desde su posición. Esta desesperada muestra fue la que pudo dar a conocer a Valdés el verdadero estado del combate por el centro e izquierda. Grandes eran a la entonces, y lo expresan las propias historias y partes enemigos, las ventajas adquiridas por este General sobre la izquierda contraria, pero libres de enemigos que combatir el resto del Ejército insurgente sobrevino en grandes masas de ataque a contener la retirada que ya en desorden verificaba la Mar, cargando sobre nuestra única División con el brío inspirado por las ventajas del mayor número y de la victoria. Valdés, sereno y fiero, a la vez en tan desigual combate alzó la voz y animó a los suyos con rara energía enseñándoles a acometer con el ejemplo. Los Húsares de Fernando VII hubieron de ser en aquel trance los que mejor secundaron su impulso; pero nada bastó para contener el embate de la adversidad, siendo la una de la tarde cuando del Ejército Real, muerto, herido, prisionero o por todas partes fugitivo, solo quedaba un miserable fragmento. La desesperación de Valdés en presencia de tan funesto espectáculo, llegó al exceso de inducirle a buscar de propósito la muerte y con este fin se sentó en una piedra donde se proponía esperar a que los vencedores le acabasen. A su pundonoroso pecho no podía dejar de llegar el profundo sentimiento de la absoluta e irremediable pérdida que acababa de sufrir la Patria. Para sacarle de aquel estado lamentable fue preciso que algunos beneméritos Oficiales, entre ellos el Coronel Don Diego Pacheco, se interpusieran a su desesperación y lo llevaran a la altura del Condorcanqui en que se reunían los pobres restos del vencido Ejército realista.
Se vieron los Jefes en la situación más crítica, faltos de fuerzas y recursos para sostenerse, amenazados a vanguardia por un enemigo victorioso y abierta su tumba en la retirada por las fuerzas del rebelde Olañeta; el honor obraba con más vehemencia en los pechos de aquellos leales, y el general Valdés fue de los primeros que desoyendo los consejos de capitulación con los insurgentes, que era lo que parecía dictar el difícil estado de las cosas, inclinó con su arrojada conducta la opinión de los ánimos a marchar a rehacerse con los 500 caballos y 200 infantes que habían quedado y a reunir a muchos dispersos que vagaban por aquellas alturas. El plan quedó destruido por el mal espíritu que obraba en los dispersos, quienes amenazaban con la muerte y aún llegaron a asesinar a un Jefe que trataba de reintegrarles al deber. Este golpe allanó los obstáculos que se habían opuesto a la capitulación.
Muchas y muy profundas son las reflexiones que se producen del simple relato de estos hechos; los comentarios no menos fecundos que de esta gran pérdida discurrieron en los escritos y en las palabras de la buena fe crítica, o de la ignorancia y mala fe, parecen oscurecer al libre examen la viva luz que se desea para llegar a la verdad. Lejos están por fortuna las pasiones que obligaron a los derrotados Jefes de Ayacucho a presentar a la consideración del monarca su defensa en exposiciones lastimosas, y tampoco se opone el tranquilo y prudente estado de los partidos modernos a que la razón triunfe y quede sentada para alimento de la historia. El curso de los sucesos desde que cesó Pezuela en el mando, prueba que solo la interposición de grandes desgracias podía haber destruido la poderosa influencia que a favor de la causa española había brotado de las felices operaciones sobre las costas de Arequipa en 1822 y 1823, como de las memorables victorias de Ica, Torata, Moquehua y Cepita, Atanza, San Borja, Bellavista, Copacabana, el Cerro, Tacna, Lucumba, Ayo-Ayo y el Desaguadero. Los ponderados movimientos sobre Lima, las marchas admirables del <ejército del Sur, la destrucción de Santa Cruz y de Alvarado, no debían ver perdida su gloria en Ayacucho. A la traición solamente era dado verificar el extraordinario retroceso de las armas españolas. Sin la traición de Olañeta se hubiera abierto por el Virrey la campaña que debía arrojar de aquellas costas a los colombianos, se hubiera evitado la derrota de Junin destruyendo a Bolívar mucho antes de la reunión de tropas que durante la guerra civil pudo verificar sin obstáculo. El ejército de Valdés no hubiera distraído sus fuerzas del verdadero punto a que eran llamadas, ni hubiera dejado sus mejores soldados en los encuentros civiles, reducido a cubrir las bajas con gentes arrancadas del Sur a la fuerza para conjurar la tormenta que se formaba en el Norte; y finalmente, sin la traición de Olañeta no se hubiera visto privado el desgraciado Ejército de Operaciones del Perú del considerable apoyo de 4.000 hombres que obedecían al rebelde, como ni tampoco de los pingües recursos que le hubieran suministrado las tierras sometidas a la ley de su voluntad. Las fuerzas reunidas de Simón Bolívar no hubieran podido contrarrestar los elementos de poder y de fortuna reunidos por los caudillos españoles, y ni aún hubiera osado presentarse en campaña contra escaso resto del poder del Virrey, sino hubiera calculado la importancia de su compromiso dejando a las espaldas tan terrible rival como Olañeta.
Viniendo a las causas secundarias, aunque locales de la derrota, hemos visto que si en las operaciones del discurso de la campaña que la precedieron, venció sobre todas las consideraciones del valor, no podía dejar de ser laudable el espíritu guerrero que le motivaba, ni mucho menos falto de justificación ya que por los ejemplos anteriores, ya los primeros choques, donde tan gloriosas ventajas alcanzó Valdés sobre los insurgentes. Posicionado el Ejército en el cerro de Condorcanqui, la acción era indispensable, y de éxito reconocido; más ¿Cómo prever que un exceso de valor produciría el desastre que lamentamos?. La acción perfectamente entendida, y no menos ventajosamente dispuesta, se había remitido principalmente al reconocido valor y pericia de Valdés, confiándole con la iniciativa la empresa de mayor peligro en la seguridad de que solo le hubiera obligado a cejar la muerte. Si la línea realista quedaba algo prolongada y débil por consiguiente, con especialidad por la izquierda, siete piezas de artillería hubieran debido jugar en su apoyo; y nunca pudo preverse que tan fácilmente hubieran caído en poder de los patriotas. Cierto es que se presentaba dificilísimo el descenso de la Caballería, pero la bajada de los tres Escuadrones prueba que aquel era practicable a no haberse precipitado la acción. Las desventajas de la jornada eran presumibles sin la colocación de las piezas, el descenso de la Caballería y el orden de combate en las Divisiones central y extremas; pero si todos estos hechos no se realizaron no fue por falta de valor, pericia y lealtad de los Jefes. En cuanto a Valdés, empeñado por la izquierda sobre la cual había conseguido tan considerables ventajas y oculto además por la pendiente que hacía desaparecer la División de su mando de la vista de las otras, no era posible llegase sino muy tarde al conocimiento de la situación realista, cuya derrota no pudo comprender ni aún al encontrarse envuelto en ella al tiempo mismo en que se proclamaba la victoria. Su comportamiento en la acción se revela por el simple hecho de haber sido en ella su único vencedor, habiendo sido preciso para rendirle con tan escasas fuerzas el concurso de todas las fuerzas de Sucre.
Por último los Jefes vencidos en Ayacucho no pueden ser ni remotamente tachados por ninguna de las presunciones de que hubieran de defenderse ante el monarca. Las causas que hemos indicado bastan para verificar tanta ruina y el encarnizamiento de la batalla acaba de formar prueba plenísima de la pureza con que se dirigió. Casi 1.000 hombres del Ejército libertador quedaron fuera de combate, ateniéndonos al testimonio del mismo Sucre, interesado en disminuir la pérdida y parecería apócrifo el número de nuestros muertos y heridos. Muy sensibles son las consecuencias de este desastre, pues aseguró la emancipación de ambas Américas despojando al cetro castellano del emblema representado por el sol brillante siempre en sus dominios, pero justo es que el valor y la lealtad se reconozcan como decididos aunque desgraciadamente empleados en la batalla infausta de Ayacucho.
“Valdés manifiesta en su exposición, que la batalla de Ayacucho fue comparativamente, más sangrienta que la de Albuera, en donde se encontró también, al menor número de tropas hay que agregar la consideración del tiempo; la batalla de Ayacucho duró tres horas.”
Relación de fuerzas españolas que participaron en la Batalla de Ayacucho:
Comandante en Jefe: Virrey Teniente General Don José de la Serna
Ayudante: Brigadier Don Gerardo Antonio Vigil
Segundo Comandante y Jefe del E. M. General: Teniente General Don José Canterac
Segundo Jefe de E. M. General: Teniente General Don José Carratalá
División de Vanguardia: Comandante.- Teniente General Don Gerónimo Valdés
Segundo Comandante: Brigadier Don Martín de Somocurcio
Batallón del “Centro”: Jefe.- Coronel Don Baldomero Espartero
Batallón de “Cantabria”: Jefe.- Coronel Mayor Don Antonio Tur
Batallón “Castro”: Jefe.- Se desconoce
I Batallón del Regimiento “Imperial Alejandro”: Jefe.- Teniente Coronel Don Francisco Simón
Primera División: Jefe.- Mariscal de Campo Don Juan Antonio Monet
Segundo Comandante: Brigadier Don Juan Antonio Pardo
Batallón “Burgos”: Jefe.- Coronel Don Joaquín de la Barreda
Batallón del “Infante Don Carlos”: Jefe.- Coronel Don Pedro Aznar
Batallón “Guías del General”: Jefe.- Teniente Coronel Bolívar
Batallón “Victoria”: Jefe.- Teniente Coronel Don Jaime Mercader
II Batallón del I Regimiento: Jefe.- Teniente Coronel Don Francisco Villalobos
Legión “Tacneña”: Jefe.- Se desconoce
Segunda División: Jefe.- Mariscal de Campo Don Alejandro González Villalobos
I Batallón del Regimiento “Gerona”: Jefe.- Coronel Don Cayetano Ameller
II Batallón del Regimiento “Gerona”: Jefe.- Coronel Don Domingo Echezárraga
Batallón “Fernando VII”: Jefe.- Se desconoce
I Batallón del I Regimiento: Jefe.- Coronel Mayor Don Joaquín Rubén de Celis
II Batallón del Regimiento “Imperial Alejandro”: Jefe.- Coronel Don Juan Moraña
División de Caballería: Comandante.- Brigadier Don Valentín Ferraz
Jefe del Estado Mayor: Comandante Don Ramón Gazcón
I Brigada de Caballería: Jefe.- Brigadier Don Ramón Gómez Bedoya
II Brigada de Caballería: Jefe.- Brigadier Don Andrés García Camba
Regimiento de “Granaderos de la Guardia” (2 Escuadrones) Comandante: Coronel Don Valentín Valdez
Regimiento de “Dragones de la Unión” (3 Escuadrones) Comandante: Coronel Don Ramón González de Bedoya
Regimiento de “Dragones del Perú” (2 Escuadrones) Comandante: Coronel Don Andrés García Camba
Regimiento “Húsares de Fernando VII” (3 Escuadrones) Comandante: Teniente Coronel Puyol
Escuadrón de “Granaderos de San Carlos” Comandante: Teniente Coronel Mayor Villagra
Escuadrón de “Alabarderos del Virrey” Comandante: Se desconoce
Comandante General de Artillería: Brigadier Don Fernando Cacho
Comandante General de Ingenieros: Brigadier Don Miguel Otero
Total de fuerzas: 9.310 hombres y 14 piezas de Artillería.
Representación de la Batalla de Ayacucho
Otra representación de la batalla de Ayacucho
Capitulación de Ayacucho
Desde el año 1816 hasta diciembre de 1824, tiempo en que permaneció Valdés en los dominios americanos, puede decirse que este Jefe no tomó tregua ni descanso en las operaciones militares que tuvieron lugar en aquel largo espacio. Asistió, influyó o mandó no menos que ocho Compañías igualmente gloriosas para su nombre, Valdés las llevaba a la victoria constante donde quiera que las llamaba el deber. De carácter enérgico hasta la violencia, pero regulados sus arranques por la rectitud y el sentimiento de lo justo, ninguna consideración pudo obligarle a contener las palabras de disgusto y desaprobación franca de la conducta observada por el gobierno anterior al de La Serna.
Desde aquella época es donde verdaderamente se manifiesta Valdés todo él lleno de energía, de su inteligencia y de su fortuna militar, cerca del Virrey es uno de los que con más vigor se aprestan a realizar sus planes, y aún a hacerlos brotar en su mente, tan atrevidos como necesarios para establecer al menos, el equilibrio del poder legítimo con el insurgente, casi vencido hacia esta parte del virreinato anterior. La extemporánea comisión de Abreu, determinada en atención a las pérdidas pasadas, corta de algún modo los nuevos progresos y obliga a abandonar la capital, acogiéndose a Jauja el Ejército realista, como postrero refugio; pero desde allí el genio de la Patria y los arranques del pundonor, reproducen en mayor escala los esfuerzos y se logran los resultados en mayor número, al paso que la gloria de los españoles excede a todo encarecimiento.
Valdés recoge en Ataura grandes laureles y abre el paso de la Sierra a la salvación de todo el Ejército; sigue a Canterac en la célebre expedición contra Lima, en la cual un puñado de hombres se mofa de un ejército disciplinado, vencedor y numeroso, atravesando sus líneas y rompiéndole siempre que se opone a su paso; San Borja, Bellavista; Chacarralta, Bocanegra, Caballero y principalmente Porochuco, darán eterno testimonio del arrojo y fortuna de Valdés.
Una nueva era de triunfos se sucede a la retirada de la expedición de Lima y en ella se destaca su nombre como el de la figura principal; la División Tristán es llevada a Ica por las maniobras de Valdés y allí encuentra su sepulcro. Valdés toma pronto el mando de las tropas del Sur, y prepara a Alvarado el camino que debe seguir para buscar su derrota; le recibe él mismo en Tacna y su retirada será siempre célebre en los anales del Nuevo Mundo. Torata y Moquehua coronan una campaña de que Valdés obtuvo el mérito principal.
Toda América independiente se reúne para cortar los rápidos progresos de los realistas, y San Martín con el apoyo de Colombia desembarca en el Sur, e inaugura con rápidos triunfos la campaña; Valdés realiza entonces su admirable marcha desde Lima atravesando en pocos días las 300 leguas, por los arenales, montañas, asperezas y diferentes climas, ya abrasados o ya helados, en progresión tan rápida como extrema. Vencidos estos obstáculos se cubre de gloria, al decir de su hoja de servicios. En Zepita, en los campos de Oruro y en la campaña del Talón que se sucede, se bate heroicamente y acaba de destruir toda la famosa liga americana.
Valdés se presenta en los valles de La Paz, se opone a la traición que empieza a cortar los progresos de las victoriosas armas españolas, y en Mosa, Tarabuquillo, Santa Victoria, Cotaastilla y la Laba, señala a Olañeta el término de su ambición. Las desgracias del Norte le obligan a abandonar a su adversa fortuna el territorio reintegrado por sus esfuerzos al dominio del Virrey. En la última campaña, todavía ofrece el valor de Valdés una influencia que parece resistir las pérdidas que se sucedieron bien pronto.
Sobre la batalla de Ayacucho nada debemos añadir, pues las consideraciones que sobre ella hemos presentado están demasiado recientes; Torrente, Camba y Baralt, entre los historiadores españoles y Miller, Stevenson y el mismo Sucre entre los caudillos y escritores extranjeros que hablaron o trataron de la guerra del Perú, presentan la conducta de Valdés en este desgraciado hecho de armas, como digna de los mayores elogios.
Finalmente la conducta de Valdés en América en cuanto se refiere al interés de su propia persona fue siempre ejemplar; por las certificaciones consta que para que recibiese el empleo de mariscal de campo se necesitaron las consideraciones que dejamos consignadas, después de haber renunciado por tres veces al indicado ascenso. La Serna hizo también vanos esfuerzos después de la gloriosa acción de Zepita y la campaña del Talón, para que Valdés consintiese en recibir el empleo de Teniente General. Impulsado del más vehemente deseo de trabajar en defensa de su Patria, no tenía por sí otro interés que el de la gloria. Sirvió en el Ejército con una mera parte de su paga, y en el último período enteramente sin ella. Sus necesidades eran, bien escasas, pues es de saber que nunca se servían en su mesa otros manjares que sus raciones, que cuando estaba en campaña dormía al aire libre a la cabeza de la División, sobre uno o dos ponchos, por lo cual solían decir sus soldados que le adoraban. “En campaña el tío siempre está en casa”, y que el vestido que llevaba el día de la batalla de Ayacucho, se lo habían regalado sus soldados en el año anterior. Valdés se embarcó por último en Quilca, después de la pérdida del Perú pasó por segunda vez el Cabo de Hornos, desembarco en Burdeos y regresó a España, señalándole de cuartel en septiembre de 1825 la ciudad de Vitoria, desde donde en su enunciada exposición, dice con harta verdad y militar franqueza al rey Fernando:
“Yo me gloriaré siempre de haberme embarcado para España sin un peso y sin camisa, no obstante de no haber tenido vicios, a lo menos de modo que me costaran dinero.”
Perdido para España el pingüe territorio del Perú, se embarcaron en Quilca con dirección a Europa los leales Generales y Jefes que con un hecho de armas tan heroico como desgraciado pusieron fin a la dominación española en aquel apartado continente. Valdés siguió la suerte de sus compañeros, debiendo a la generosidad de uno de sus amigos el pago del pasaje hasta Burdeos a bordo de la fragata francesa “Ernestina”, que se hizo a la vela el día 1 de enero de 1825 y tardó cinco meses en la travesía.
El general Valdés dio a un negro los únicos nueve pesos con que llegó al puerto de Quilca diciéndole así:
“Toma el único dinero que tengo para que no digan los peruanos que vine a robarles”.
Permaneció en Burdeos hasta el mes de agosto en que se trasladó a España, asentándose en Vitoria en clase de cuartel, donde permaneció hasta septiembre de 1827, y durante cuyo período prestó los servicios que a su clase correspondían, asistiendo a los Consejos de Guerra de Oficiales Generales que ocurrieron y mandando las armas en las vacantes que hubo de Comandante General. También se ocupó en esta época en escribir una extensa y documentada exposición que dirigió al Rey la cual rectificó la extraviada opinión que tanto en el gobierno como el público existía acerca de los sucesos del Perú.
Año 1827
Al dirigirse el Rey a Cataluña con motivo de los sucesos que tuvieron lugar en el Principado en aquel año, recibió Valdés la orden de pasar en posta a Zaragoza, como lo así lo hizo, y a su llegada a esta ciudad se le confió el cargo de Segundo Cabo de Aragón, ordenándole al mismo tiempo ponerse a la cabeza de las tropas que para operaciones pudieran reunirse y de marchar con ellas sobre Cardona cuya plaza se hallaba bloqueada por los facciosos. Inmediatamente cumplimentó el General Valdés las disposiciones del Soberano, llegando sin descanso a Solsona, donde recibió nuevas órdenes en que se le prevenía regresase con su columna a Aragón, pues los facciosos habían abandonado el bloqueo de Cardona y no eran ya necesarias en el Principado las fuerzas que conducía. En esta marcha ocurrió un incidente digno de notarse. Ignorando el general Valdés que existían enemigos en Balaguer, se adelantó de la columna con dos ayudantes y cuatro ordenanzas, y entrando por las calles de dicho pueblo llegó hasta la plaza donde se encontró una facción armada de más de sesenta hombres capitaneados por un fraile. Cuando el General reconoció su imprudencia, comprendió también que no había más remedio que aprovecharse de la sorpresa de los enemigos, que tampoco tenían noticia de la aproximación de la columna. Apeló a la energía de su carácter y con la mayor resolución y firmeza dio órdenes para que llamasen a los individuos del Ayuntamiento a fin de que sin pérdida de tiempo preparasen alojamiento y raciones para la columna que estaba entrando en el pueblo. Sorprendidos los facciosos conocieron que eran enemigos los que tenían presentes y arrojando las armas huyeron a refugiarse en las casas, donde al poco tiempo fueron presos, incluso el fraile que los capitaneaba.
De regreso a Monzón la columna, el General Valdés cumpliendo las órdenes que le habían sido comunicadas, despidió a las tropas a los cantones que antes ocupaban pasando después a practicar un escrupuloso reconocimiento de la línea del Cinca, desde Benasque a Mequinenza, y una vez realizado volvió a Zaragoza a desempeñar sus funciones, que continuó llenando hasta que la enemistad que le profesaba Calomarde ocasionó su separación del expresado cargo en el año1829.
Año 1832
Estuvo de cuartel desde 1829 hasta el mes de junio de 1832 en Madrid, fecha esta última en que solicitó licencia para pasar a Asturias al seno de su familia, que le fue inmediatamente concedida, estando junto a sus parientes ocurrieron los sucesos que tuvieron lugar en la Granja aquel año y a consecuencia de los cuales se le nombró Gobernador Político y Militar de la plaza de Cartagena, de cuyo cargo tomó posesión en el mes de noviembre.
Año 1833
Desempeñando el expresado destino prestó en este año el juramento de la Infanta Doña Isabel, reconociéndola como Princesa de Asturias; el 4 de julio recibe la Gran Cruz de Isabel la Católica.
Apenas tuvo conocimiento de la muerte del Rey, se apresuró a reconocer y proclamar en dicha plaza a Isabel II por Reina de España, paso que creyó deber dar sin pérdida de tiempo, por la importancia que podía tener en el distrito de Valencia y Murcia, pues Cartagena es el punto más importante y fuerte de todo aquel país.
Acordado el desarme de los Voluntarios Realistas, el Brigadier Blanco, Comandante General de la provincia de Murcia, expidió las órdenes oportunas, pero aquellos cuerpos lejos de obedecer, se prepararon para la resistencia dirigiéndose a la montaña en grupos de alguna consideración. En tal situación el expresado Comandante General acudió por medio de un expreso al General Valdés, rogándole le remitiese dos Compañías de la guarnición de Cartagena para hacerse obedecer; más temeroso Valdés de que con tan corta fuerza pudiera verse comprometida, dispuso marchar él mismo a Murcia con cuatro Compañías y dos piezas de artillería, dejando el mando de aquella plaza al Coronel Marqués de San Isidro, persona de toda su confianza. La previsión del General Valdés y su enérgica decisión produjeron los mejores resultados. A los tres día los grupos rebeldes se habían disuelto y desarmado las ciudades de Lorca, Murcia y Orihuela con los pueblos todos de sus respectivos territorios. Esta conducta le mereció las más expresivas gracias de parte de S. M.
El 11 de noviembre de aquel año recibió por extraordinario una Real Orden en que se le comunicaba que se le había dado el mando de un cuerpo destinado a ulteriores operaciones y en la cual se le prevenía presentarse inmediatamente en la Corte. La cumplimentó sin dilación, y a su llegada en 15 de el expresado mes, se le nombró Teniente General, (el real despacho tiene fecha del 23) confiándole pocos días después el mando en Jefe del Ejército destinado a sofocar la rebelión de las Provincias Vascongadas; para desempeñar dicho cargo salió de Madrid el día 20, llegando a Burgos el día 24 del referido mes de noviembre. Encontrando en esta ciudad una División que a las órdenes del benemérito General Don Pedro María Pastors marchaba en dirección al Ebro con objeto de reforzar el Ejército que iba a mandar el General Valdés, convencido éste de la conveniencia de no dejar a retaguardia cuerpos enemigos de consideración, dividió en tres la columna de Pastors encargando a una de obrar en las Encartaciones contra Cuevillas y la titulada Junta de Castilla; destacó a la segunda contra el cura Merino que vagaba por la parte de Soria, mandando al General Pastors situarse en Lerma con objeto de proteger en caso necesario a la fuerza destinada a actuar contra Merino. Adoptadas en Burgos estas y otras disposiciones menos importantes, continuó el General Valdés su marcha a Vitoria cuya ciudad mandó fortificar por la parte del Campillo, ordenando también la formación de un Batallón de Milicia Urbana, para que ayudase a su pequeña guarnición en las fatigas del servicio.
Al continuar la marcha a Bilbao escoltado por una Compañía de Cazadores de la Guardia Real de Infantería y 28 caballos, también de Cazadores de la Guardia, supo en Ochandiano que los enemigos se encontraban en Durango donde Valdés pensaba pernoctar. La consideración de que era sumamente escasa la fuerza que conducía no le hizo sin embargo retroceder ni aún desistir de su propósito. A las cuatro de la tarde llegó a Durango y cayendo los caballos que le acompañaban sobre la avanzada facciosa, penetraron seguidos de la infantería hasta la plaza, poniendo en fuga a un Batallón rebelde que allí se encontraba y en cuyo seguimiento continuó la columna en dirección a Marquiza. Este encuentro ocasionó a los carlistas varios muertos, heridos y 11 prisioneros, por medio de los cuales supo Valdés que todas las facciones de aquella provincia se hallaban reunidas sobre el valle de Arratia, desde donde podían fácilmente interceptar su marcha, si llegaban a saber lo de Durango, noticia por la cual se decidió a caminar toda la noche llegando a Bilbao hora y media después de amanecer.
El 28 del mes de noviembre tomó el General Valdés el mando en Jefe del Ejército dándole a reconocer como tal su antecesor el General Sarsfield. La fuerza disponible para operaciones, inclusa la División Lorenzo que pertenecía al Ejército de Navarra, consistía en aquella época, según el estado de entrega del mando que hizo Sarsfield a Valdés, en 3.666 hombres distribuidos de la forma siguiente:
CUERPOS HOMBRES CABALLOS MULAS
4º Regimiento de la G.R. de infantería 451 0 0
2º Batallón de África, 7º de línea 330 0 0
1º Batallón de Córdoba, 10 de línea 483 0 0
2º Batallón de Zaragoza, 12 de línea 250 0 0
2º Batallón de Extremadura, 15 de línea 357 0 0
1º Batallón de Almansa, 18 de línea 296 0 0
Regto. Inf. Gerona 3º de ligeros 700 0 0
Regto. Provincial de Chinchilla 427 0 0
Escuadrón de Cazadores de la G.R. 128 128 0
3ª Bía. A caballo del 5º departº. de artillª. 86 73 28
Carabineros de costas y fronteras 158 19 0
TOTALES…… 3.666 220 28
Hecho cargo del Ejército, arregló el General Valdés la guarnición que pensaba dejar en Bilbao, nombró Comandante General de Vizcaya al Conde Armíldez de Toledo, dispuso la formación de un Batallón de Milicia Urbana, ordenó la fortificación del convento de San Francisco y distribuyendo sus fuerzas en dos Divisiones, marchó al día siguiente a la cabeza de la primera sobre el valle de Arratia, yendo a pernoctar al pueblo de Cenauri. A la aproximación de Valdés a este punto se dispersaron las fuerzas carlistas que en él se encontraban, dejando en poder del general 15 prisioneros, 2.000 raciones de todas especies y considerable número de municiones. Al día siguiente llegó a Durango, donde permaneció hasta el 3 de diciembre y en cuyo punto se le reunió la segunda División que había quedado en Bilbao. En este pueblo publicó Valdés un bando dirigido a los habitantes de las Provincias Vascongadas en virtud del cual se sujetaba a una comisión militar a los que reincidiesen volviendo a tomar las armas, a los que fuesen convencidos de seductores, a los espías, a los que circulasen proclamas y otros papeles subversivos, a las justicias de los pueblos que no recogiesen las armas, acordándose además de otras diferentes providencias.
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