04/07/2024 21:05
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Si entender la factura de la luz ya era un auténtico galimatías, el nuevo modelo de facturación eléctrica diseñado por el gobierno ultraizquierdista, obliga a los consumidores a descifrar un auténtico jeroglífico de tarifas para poder adivinar como pagar lo menos posible.

La reforma ha impuesto una diferencia de precio enorme entre la hora valle, llana y punta, de forma que los kWh que consumimos en las horas punta suben de precio un 41 %. Un auténtico atraco. Por ello resulta importante saber qué contrato nos conviene más.

Por un lado los contratos con las eléctricas tradicionales  pegaran un subidón en los horarios que el gobierno llama “punta”, y que no son más que los normales en que cualquier hogar se usan los electrodomésticos y se enciende la luz. La cosa cambia para aquellos que estén en mercado libre con discriminación horaria, pero no para los que tienen tarifa plana; es decir, los que pagan lo mismo gasten lo que gasten. Menudo  dolor de cabeza saber qué contrato nos viene mejor. Aunque hagamos lo que hagamos, nadie nos va a librar de pagar un 12 % más de media al año en electricidad, como calculan expertos independientes (Grupo Menta Energía).

Detrás de toda la palabrería resiliente, sostenible, verde y eso de que se incentivará un consumo más eficiente por parte de los consumidores, de lo que se trata es de trasladar los consumos de electricidad desde las horas de máxima demanda eléctrica, las horas punta,  a las de menor uso, las horas valle, lo que reducirá la necesidad de llevar a cabo nuevas inversiones en redes eléctricas. Ni medio ambiente ni gaitas, se trata de una medida de ingeniería social  puramente económica que se guisan y se comen entre el Estado y las grandes empresas energéticas.

En la factura de la luz, además del pagar el precio de su generación, transporte y suministro, pagamos los impuestos que fija el gobierno, por un lado el impuesto eléctrico y por otro el IVA, hemos venido pagando la moratoria nuclear y ahora también las subvenciones que se conceden a las energías renovables, cogeneración y residuos.. Además, aunque no grava directamente al consumidor existe un Impuesto sobre el Valor de la Producción de Energía Eléctrica que pagan las eléctricas directamente y que, como supondrán,  trasladan al consumidor. Es decir, más de la mitad de lo que pagamos en el recibo de la luz corresponde a impuestos y concretas políticas energéticas, aunque es  cierto que no son exclusivamente responsables del déficit tarifario.

Ya la moratoria nuclear fue un auténtico despropósito, fruto de las manías de la izquierda, que suspendió la construcción de las centrales de Lemóniz, Valdecaballeros y la Unidad II de Trillo e implicó el pago de una serie de compensaciones a sus propietarios. El “nuclear, no gracias”, nos ha costado a los consumidores la friolera de  5.717 millones de euros y carecer, a diferencia de Francia, de una energía barata y razonablemente segura, porque, como comprenderán, que en España llegue un maremoto como el del Fukushima es pura ciencia ficción, y que suceda algo como lo de Chernóbyl, sólo sería posible con un gobierno dirigido por inútiles de Podemos o sucedáneos.

 

 

Ahora le toca a la descarbonización, es decir, a reducir la emisiones de CO2, porque, ya saben, si no lo hacemos, en unos pocos años vendrá el apocalipsis climático y los polos de deshelaran y todos saldremos a nado de casa para poder ir a trabajar. Dejando aparte la discusión sobre si son ciertas o falsas las tesis de la ONU sobre el calentamiento global, las causas del cambio climático y sus predicciones, lo que es innegable es que Rusia, China e India, además del resto de Asía, se pasan por el arco del triunfo eso de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, y solo Europa y ahora EE.UU se apuntan a lo de una economía baja en carbono. Consecuentemente,  cuando los principales responsables de 2/3 partes de las emisiones van a seguir a todo trapo, de poco sirve al medio ambiente que el tercio restante se dedique a encarecer la factura energética con peajes a las emisiones de CO2.

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Pero no se lo pierdan, a nuestro gobierno no le vale con que no se emitan gases de efecto invernadero, como sucede con las centrales térmicas de carbón, ciclo combinado o fuel, tienen que ser a la fuerza energías renovables, porque castiga a la centrales nucleares e hidroeléctricas que son más limpias en emisión  de  CO2  que incluso las de cogeneración y las de residuos. Las renovables sí pueden beneficiarse de lo que haga falta, sin que la factura que pagan los consumidores importe,   pero los beneficios que perciben las centrales no emisoras anteriores a la creación del mercado de derechos de emisiones de CO2 de la UE en 2005, deben reducirse.  Algunos dirán que este favoritismo es pura y llanamente una cacicada.

Cualquiera se preguntaría si nuestros líderes políticos son “gilipollas”. Pues no, no lo son. Otra cosa es que “vendimien”, en vez de para el interés general y el bien común, para unas oligarquías mundialistas, como el Foro de Davos y la camarilla de la ONU, empeñados en llevar a la humanidad su distópico Mundo Feliz del consenso capitalismo-socialdemocracia. En este camino, la estafa del cambio climático es una de las principales palancas para que la sociedad trague con el cambio radical que pretenden estas elites.