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En las lecturas que corresponden al Domingo de Ramos, hay un hecho que produce una especial sorpresa no exenta de repugnancia. Me refiero al hecho de que la misma multitud que recibió a Jesús con palmas y ramos (como se recibía a los reyes) en su entrada en Jerusalén, solamente cinco días después estuviese pidiendo su muerte. Era la misma gente (muy posiblemente las mismas personas concretas) la que aclamó y después sentenció a Nuestro Redentor la mañana de Viernes Santo.
Es esa gente (es decir, cualquier colectivo humano que se junta para algo), la que sustenta la democracia. Son las masas (cretinizadas, a decir de J.M. de Prada) las que usan el poder del número sobre la razón, el poder de la fuerza numérica sobre la verdad. A nadie le importó la identidad de Jesús y apenas contaban ya para ellos los milagros que habían presenciado ante sus ojos. Como dijo Caifás, «es necesario que muera un hombre para salvar la nación».
Esa chusma sedienta de sangre inocente que hizo matar a Jesús y que puso en libertad al criminal Barrabás, perdonen que se lo diga, pero es la chusma que existe hoy en nuestra exquisita sociedad superavanzada, y la que existirá siempre. Porque el hombre, cualquier hombre desprovisto de humildad y de sentido de la justicia, se convierte casi inevitablemente en una bestia, en una fiera más peligrosa y dañina que cualquier animal salvaje. Por eso se ensañaron con el Cordero de Dios haciéndole un chivo expiatorio para Caifás y Pilatos, y haciendo también cumplir las escrituras.
La Semana Santa constituye siempre un retrato fidedigno de la miseria humana, y en estos tiempos oscuros y fétidos que nos han tocado vivir, ese retrato no puede ser más exacto. En el interrogatorio cobarde de Pilatos, en la triple negación de Pedro a su Señor, o en las burlas del ladrón Gestas, crucificado a la izquierda del Hijo de Dios…, sin darse cuenta de ello. En cualquiera de esas miserias estamos también nosotros, amigo lector. Estamos hechos de esa misma pasta.
Mientras le llovían las injurias más terribles y las acusaciones más infames, Nuestro Señor guardaba silencio. No se defendió. Esperó su muerte sabiendo que era injusta, pero también necesaria, porque «todo estaba escrito». Qué lección para cualquiera de nosotros…, una más. Silencio, hoy que todos cacarean por cualquier causa; silencio contra tanto ruido de palabras vacías; silencio, el silencio de Cristo, contra las verborreas inútiles de nuestro tiempo.
Porque, en efecto, todo había de cumplirse. Las injustas acusaciones, los salvajes latigazos, las caídas en el camino del Gólgota, las espinas clavadas en su frente…Todo. Su muerte ignominiosa y cruel. Pero también la prueba de su divinidad en forma de Resurrección. Para los que quieran creer y para los que no. Ahí está Él, contra la miseria y la maldad de los hombres, porque vino precisamente para abrirnos las puertas del Cielo. A nosotros, a los de entonces y a los que aún no han nacido. Porque, sin merecerlo, así nos ha sido dado.
Ojalá algún día aprendamos esta lección.
Autor
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Nació en Madrid en 1975. Es Doctor en Periodismo por la Universidad San Pablo CEU. Ha dedicado casi toda su vida profesional a la radio, primero en Radio España y desde 2001 en Radio Inter, donde dirige y presenta distintos programas e informativos, entre ellos "Micrófono Abierto", los Domingos a las 8,30 horas. Ha dirigido la versión digital del Diario Ya y es columnista habitual de ÑTV en Internet. Ha publicado los libros "España no se vota" y "Defender la Verdad", "Sin miedo a nada ni a nadie", "Autopsia al periodismo". Esta casado y tiene un hijo.
Muy buen artículo.
En efecto, cuando Jesús entra en Jerusalén entre palmas y aclamaciones, Él va muy serio y compungido. La muchedumbre, casi todos testigos de innumerables milagros de curación, sanación, resurrección, todos más innumerables que los granos de arena sobre las playas, esperaba del Señor que les liberase. Unos que les liberase de los romanos. Otros que les liberase de Herodes. Otros que les liberase de los escribas y fariseos, etc. Pero Jesucristo nos vino a liberar del pecado, nuestra mayor esclavitud y causa de todos los males, dolor, sufrimiento y de nuestra muerte terrenal. Y el no satisfacer las expectativas políticas y mundanas de cada cual, el deseo de instrumentalizar al Señor en favor de Yo, mi y conmigo según los intereses mundanos de cada cual, el no ser un Cristo a medida de cada cual que tenga la «piedad» de librarme de mi cruz, es lo que llevó a muchos a olvidar los milagros y la profundidad insondable de su Palabra y Santísima Pasión, y a pedir su Crucifixión del modo más insensato. Es la plasmación de la diferencia entre vivir para la gloria de Dios negándose incluso a uno mismo y vivir para la gloria de los intereses propios políticos, mundanos y pasajeros.
Y la frase de Caifás, pronunciada justo después de la resurrección de Lázaro, es totalmente aclaratoria de la ceguera política que puede destruir la fe de las personas. No importaba lo que habían presenciado, un hombre que llevaba cuatro días sepultado, vuelve a la vida por el poder que sobre la misma muerte tiene Dios encarnado. No. Eso no importaba. Lo que importaba es que cada vez más y más muchedumbres se convertían y seguían a Jesús. Y eso era un peligro para el poder establecido, el de los escribas y fariseos hipócritas. Quién ganaría hoy las «elecciones» a alguien así por muchos medios de manipulación contrarios que tuviese (y que tiene, prácticamente ni uno solo a favor). Convenía políticamente, en la mentalidad farisea de entonces y de hoy, deshacerse de un potencial «rival» como Aquel. Eso era lo que importaba al sanedrín (o parlamento) tanto ayer como hoy.
Hoy, la inmensa mayoría, engañada cruelmente como Eva y Adán, cree en la solución política (en los votos, en el «compromiso» de la acción política) de la locura satánica en que el mundo anda envuelto, como el convencido de poder apagar el fuego con toneladas de gasolina. Incluso papas y cardenales han caído engañados por la política y el Señor nos advirtió del engaño incluso de los elegidos según Mt 24, que es la verdad incontestable. Unos por el progresismo marxista. Otros por el liberal-conservador. Incluso han llegado a calificar la política como «caridad». Madre mía ¡que Dios nos perdone por ello!. Si la Caridad cristiana tal como nos la describe San Pablo en el capítulo 13 de su primera carta a los Corintios, no es justamente lo contrario a la política, sea del signo que sea, es que no hay verdad sobre la tierra. El sol de la fe se ha oscurecido, la luna de los ministros de Dios no da ya su resplandor y todas las estrellas de fieles caerán del Cielo.
Es la demagógica razón de la fuerza, miserable, maquinadora , oscura, contra la aristocrática fuerza de la razón noble, excelente, diáfana.
Es la masa -el grosero número-. contra el hidalgo pueblo -historia, tradición, identidad, honor-
Es lo efímero contra lo inmortal. La más zafia imanencia materialista contra la excelsa trascendencia.espiritual.
Es donde hemos llegado y de donde va a ser muy difícil salir. Pero, con la ayuda de Dios, conseguirlo es posible. Incluso, si tenemos Fe, probable.
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