21/11/2024 11:37
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Hace unos pocos días los periódicos han rememorado los acontecimientos del fin de año de 1936, en Santander,  es decir, se han ocupado del primer bombardeo que sufrió la capital de la Montaña. Han pasado ya ochenta y siete años pero tengo frescos los recuerdos como si hubiesen sucedido ayer… Los viví, no me los han contado.

¡Y YO ESTABA ALLÍ!

En mi vida, un tanto de “charlista”,  he comenzado algunas conferencias con esa célebre frase de Bernal Díaz del Castillo en la “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España”, “¡Y yo estaba allí!”. Es sin duda uno de los argumentos de más peso cuando se tiene  que comentar un hecho histórico. Ese 27 de diciembre… lo viví en directo…

Ese domingo amaneció espléndido. Los niños jugábamos en  la calle del Barrio Obrero del Rey, cuando un militar nos hizo correr a toda prisa hacia hacia el sótano de las viviendas, salvándonos la vida que él perdió por preocuparse por nosotros. 

Segundos después, las primeras bombas  lanzadas caían a menos de cincuenta  metros de donde nos habíamos protegido por las paredes del edificio. Duró poco el peligro, pero cuando salimos nos dimos cuenta de los grandes destrozos causados.

Para los niños todo quedó ahí, a los ocho años te ocultan todo y sólo te enteras de lo que ven tus ojos. Poco puedo decir de lo que ocurrió luego en los barcos de presos y en las cárceles. Lógicamente me fui enterando luego y completé la historia con la lectura pero en aquel momento, como niño seguí “disfrutando” de lo que la edad y las circunstancias permitían. 

Eso sí, los catorce meses de vida en zona roja, a pesar de los cortos años fue todo un curso de aprendizaje equivalente a una carrera universitaria. Podría escribir un libro sobre todo lo que me aprendí sobre la vida y la política en ese año  y dos meses transcurridos como “ayudante” de ama de casa junto a mi primo Isaac, dos años mayor que yo. Con él nos encargábamos “de las colas” en las tiendas, de los recados, de recorrer Santander en busca de lo que, por su parte,  mi tío conseguía para poder comer algo más que arroz,  cuando no había nada de nada… Era un experto en la materia. Solo le faltaba hacer milagros aunque algunas cosas que conseguía  algo tenían de milagroso.

Aprendí así, cómo los padres luchan por sus hijos y se sacrifican. Mi tío adelgazó unos  veintitantos kilos y no era obeso ni mucho menos; por su trabajo estaba en forma y nunca nos faltó comida y hasta algún extra. Eso sí, nosotros seguíamos siendo niños de ocho y diez años…la prima tenía seis.  Recordaré siempre que cierto día nos enviaron a una finca a buscar un cesto de huevos y…  jugando, jugando,  los convertimos en papilla. Pueden imaginarse cómo nos quedamos cuando vimos el fruto de nuestra irresponsabilidad de críos. Los tíos no le dieron importancia pues veían que hacíamos todo cuanto podíamos.

Le cogí tanto odio a las “colas” –fruto natural y espontáneo de todo gobierno “rojo”-que si he de esperar más de un cuarto de hora, me voy sin hacer la gestión. Una consecuencia de esa realidad en que  no solo no hago esperar a nadie sino que no admito el que me lo hagan. Vean un ejemplo: cierto día el Gerente de Roca (D. Antonio) me dice: Tienes que estar mañana en el Ministerio de Industria a las 10; 00; han llamado que nos quieren ver. Yo no puedo ir, irás tú. (Había creado yo una sección especial en mi Departamento para las relaciones con los Ministerios, supliendo la ausencia de algún miembro de la familia  que viviese en Madrid por la importancia a las reuniones oficiales  con motivos de las cacerías, (empresario y personas influyentes). Cuidábamos muy especialmente la amistad con los jefes de los gabinetes técnicos, –son quienes manejan realmente los ministerios–.

Unos minutos antes de las diez presentaba mi tarjeta y le recordaba a la secretaria que era el Ministro el interesado en la visita. Entró con mi tarjeta y me hacía pasar a la sala de espera. Y nunca más la vi. Pasaron cinco, diez… y no aparecía nadie. Dejé pasar otros diez minutos  y, tras otros cinco,  me largué sin despedirme. .

Lógicamente  el saludo de Antonio fue: –¿Qué que quería López Bravo? -Pues no sé. No lo he visto, ni dio ninguna prueba de que deseaba recibirme. (En  años tratando desde López Rodó a Ullastres,  nunca había visto esa chulería. Me fue tranquilamente porque se puede ser “muy Ministro” pero  a “Roca” se le trata con educación,  y rematé mi argumentación con esta frase: Él, dejará de ser Ministro pero “Roca” continuará siendo Roca.

Como  me conocía bien -estuve doce años al frente del Departamento que creé y dirigí– se rio y estuvo de acuerdo en que “si tanto interés tenían en vernos que nos volviese a llamar”.

LEER MÁS:  Hace 84 años que fue fusilado en Alicante:Así fue el juicio a Jose Antonio que le llevó a la muerte el 20 de noviembre de 1936. Por Julio Merino

El 27 de diciembre merece ser recordado  como una lección importante en el conocimiento de nuestros enemigos. No podemos olvidar que siempre les mueve el odio. Los hombres nobles, buenos  y de sentimientos normales , tras una victoria dan gracias a Dios y levantan una Cruz, los rojos asesinos y sus compinches  provocan una matanza y erigen un monumento a la “Guillotina”. No podía ser de otro modo en Santander,  máxime teniendo donde elegir a quien matar: el barco Alfonso Pérez y la cárcel.

Pero -lo repito- de eso los niños no nos enteramos.

Algo sí me quedó grabado…: desde la boca del refugio que los del Barrio teníamos en los terrenos del consulado alemán – hoy,  Colegio de La Salle-,  pude ver “combates aéreos”  entre cazas nacionales y rojos sobre la bahía.

Nuestra existencia transcurría entre varios sentimientos superpuestos como las capas de las cebollas: de “miedo –instintivo—“ nacido de la atmósfera que respirabas por todas partes, – en casa y las colas—y que es conocido como el “terror rojo” y del que no se libra ningún pueblo que viva bajo sus garras; de “despreocupación”,  porque nuestra vida de niños tenía todo el tiempo para “jugar”, -jugábamos a todas horas-  y en esos momentos  se olvidaba todo lo demás. De “ayudar en la casa”, recados y sobre todo “las eternas colas”…

 

Autor

Gil De la Pisa
Gil De la Pisa
GIL DE LA PISA ANTOLÍN. Se trasladó a Cuba con 17 años (set. 1945), en el primer viaje trasatlántico comercial tras la 2ª Guerra mundial. Allí vivió 14 años, bajo Grau, Prío, Batista y Fidel. Se doctoró en Filosofía y Letras, Universidad Villanueva, Primer Expediente. En 1959 regresó a España, para evitar la cárcel de Fidel. Durante 35 años fue: Ejecutivo, Director Gerente y empresario. Jubilado en 1992. Escritor. Conferenciante. Tres libros editados. Centenares de artículos publicados. Propagandista católico, Colaboró con el P. Piulachs en la O.E. P. Impulsor de los Ejercicios Espirituales ignacianos. Durante los primeros años de la Transición estuvo con Blas Piñar y F. N., desde la primera hora. Primer Secretario Nacional.
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José Antonio

Sois unos canallas, solo manteneis los comentarios favorables y borrais los desfavorables.

Carlos

Por decirlo suavemente, el suyo no es precisamente favorable, y ahí sigue bien visible.

Geppeto

En esa época nuestros compatriotas se mataban en una guerra entre hermanos Yo nací décadas después pero mis antepasados estuvieron en los dos bandos Aquello fue una tragedia enorme para nuestros compatriotas y claro que no fue inolvidable pues es algo que las generaciones futuras no deban de repetir jamás Cuando los españoles podremos vivir en paz

Geppeto

Y no es favorable porqué si puede saberse

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