16/05/2024 01:37
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Haciendo efectivo el lugar común de iniciar el nuevo año con buenos propósitos, no se me ocurre otro mejor que abrir la mirada al arte y a la vida, al talento y la belleza; lo más lejos posible de esas imágenes, audios, vídeos, “gifs” y “memes” con que se nos satura y embrutece, también, en estas fechas. Tómense, pues, estas líneas por entretenimiento constructivo y antídoto frente a la vulgaridad y estridencias con que a través de la pantalla se embota la mente y se degradan el gusto y el espíritu.

Para situarnos: Nápoles del “Ottocento”, es decir, siglo XIX; paraíso del “Mezzogiorno”[1], esto es, la Italia meridional; destino ineludible para la aristocracia viajera del Grand Tour.

Vincenzo Gemito (1852-1919) es, tal vez, el exponente más conocido de la escultura naturalista napolitana; escuela magnífica en un ámbito, el de la estatuaria, en general y a menudo ignorado. Una corriente que, sin embargo, merece nuestra atención y, aún más, nuestra admiración, por su incuestionable virtuosismo y la sabia elección de sus asuntos. Motivos entrañables, emotivos e inspiradores; transmisores de una visión sana, limpia, vital y alegre.

De modo análogo en que generaciones pasadas de pintores napolitanos clasicistas y románticos, académicos ortodoxos o integrantes de la llamada “escuela de Posillipo”, buscaron su inspiración en las costas y campos de la Campania, los llamados “naturalistas” cultivaron muy especialmente la pintura de paisaje y “de género”, atendiendo a los tipos, usos y costumbres de la Italia meridional. Una línea y estilo que se manifestó de forma esplendorosa en el último tercio del siglo XIX y primeras décadas del XX, también en el campo de la escultura, con un conjunto de artífices singularmente brillantes. Un grupo cuya destreza salta a la vista en decenas de obras memorables y que apenas alcanzaremos a glosar brevemente en este texto.

El amor a la vida de estos artistas se muestra de forma inequívoca en el protagonismo dado a la juventud. Un papel central que se manifiesta especialmente en los variados motivos relacionados con la pesca; oficio ejercido a menudo por chavales o incluso niños. Debemos mencionar aquí no sólo a Gemito sino también al ilustre Achille D’Orsi (1845-1929), famoso por sus “pescatorelli”, que es como se alude en su idioma a estos pequeños pescadores del Mediterráneo. Y es que si el primero es autor de un extraordinario “pescatorello” tratando de sujetar un escurridizo pez recién capturado, el segundo es responsable de aquel otro memorable “pescadorcillo” acuclillado mientras extrae un pulpo de una artesanal nasa de mimbre… y de ese “guaglioni” chaval entre la adolescencia y la juventud que, tocado con el típico “berretto rosso” napolitano, pasea portando a la espalda un enorme cesto mientras fuma confiado una pipa.

Otro motivo tratado tanto en pintura como escultura es el de los  “lazzari” o “scugnizzi”, esto es, pilluelos o chiquillos de la calle. Asunto abordado magistralmente por el calabrés Francesco Jerace (1853-1937) con su “guappetiello” o “rufiancillo” (1878), y por Constantino Barbella (1852-1925) inmortalizando a un rapaz tratando de beber de un enorme jarro que sostiene con dificultad.

No podemos olvidar tampoco a Raffaele Belliazzi (1835-1917) y sus simpáticos “vendemmiatori” portando y comiendo hermosos racimos de uvas. Artífice, así mismo, del excelente “Il riposo” (1875), donde nos muestra a un joven pastor dormido; y de la formidable “Tormenta” (1879), en que una madre cargada de leña avanza con su hijo de la mano haciendo frente a un fuerte viento. Así mismo merece recordarse al tempranamente fallecido Gesualdo Gatti (1855-1893) y su graciosa pieza titulada “Fanciullo con gatto e topo”, es decir, “chiquillo con gato y ratón”; al calabrés Giuseppe Renda (1859-1939), que asociamos a la sonrisa, amplia, sincera, limpia y contagiosa de las “fanciullas” (chiquillas) y mocosos en los que centró su atención; y a Edoardo Rossi (1867-1926) que nos muestra con absoluto realismo a un joven pescador intentando zafarse de un pulpo aferrado a su brazo.

Por cierto, y por último, este virtuosismo naturalista tuvo su eco también en España, tanto en la temática en torno a pequeñas anécdotas como en la “manera” rigurosa y detallista de abordarlas. Así, podemos apreciar nexos con Mariano Benlliure, por ejemplo, en su obra “Accidenti!” (1884) y con Miguel Blay, extraordinariamente diestro en la representación de la vitalidad juvenil. Pero no sólo; así, también son notables los paralelismos con José Campeny y sus tres fuentes de Barcelona: la “de la rana”, la “del Trinxa” y la “del joven de los cántaros”, elaboradas entre 1911 y 1912; con Felipe Moratilla, autor de un “Pescador  napolitano” (1877) sito en el Museo del Prado; con Cipriano Folgueras, en sus obras “Los primeros pendientes” (1890) y “Las cosquillas” (1906), y con Aniceto Marinas y sus “Pescadores pescados” (1892), magistrales ejemplos, todos ellos, de las altísimas cotas alcanzadas en ese período que fue edad de oro de las artes, antes de su destrucción por las vanguardias.

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En cualquier caso, lo dejamos aquí esperando haber despertado la curiosidad del lector, invitándole a descubrir por sí mismo las maravillas del arte del “Ottocento”. Un arte que deseamos vuelva a cumplir la misión a que siempre estuvo destinado: elevar nuestro espíritu, contribuyendo así a un mundo mejor.

[1] Sur de Italia, comprende las regiones de los Abruzzos, Molise, Basilicata, Campania, Apulia, Calabria y Sicilia.

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