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Vivimos un periodo plagado de amenazas en el que los grandes medios difunden pánico sin cesar. A virus y pandemias les suceden, en las portadas de los diarios y abriendo los informativos, todo tipo de desastres. Todos los días estamos en «riesgo extremo» de incendios, lluvias o temporales. Incluso nos anuncian ataques bioterroristas, o caídas de servicios básicos.
Sabemos que el miedo es el alma de las dictaduras pero no habíamos visto manejarlo con tanta maestría. Asistimos, además, a una tergiversación del lenguaje en el que el obediente al poder lo hace «por el bien común» y el rebelde es un «insolidario», sin que la mayoría se percate del engaño.
A veces nos sorprende como las grandes compañías, o ciertas campañas políticas y publicitarias, logran prever tan bien nuestras acciones y deseos, sin darnos cuenta de que les hemos cedido el acceso a nuestras almas desde hace mucho tiempo y ellos llevan, ese tiempo y enormes inversiones, dedicados a escrutarnos, a hacer una radiografía completa de lo que almacenamos en nuestras mentes y en nuestros corazones. Pretenden conocernos tan profundamente no para mejorarnos sino para vendernos productos comerciales o políticos. Desde hace más de 100 años, la publicidad se instaló en nuestras vidas, intentando conocer cada aspecto de nuestras ideas y aspiraciones. Ese profundo conocimiento alcanza su máxima expresión en las redes sociales dónde ya son capaces de indicarnos quiénes pueden ser nuestros amigos, lo que debemos pensar o proponernos actividades a la medida de nuestros deseos. Esa manipulación- que nos parece imposible- relaciona elementos tan dispares como tu afición por una serie de televisión y tú opción política (los seguidores de series de zombis eran más proclives a votar a Trump, descubrieron, por ejemplo) en un entramado en el que están las estrellitas que pones a una película, los «me gusta» de un comentario, o las encuestas que respondes. Llegamos así a un punto en el que las grandes empresas nos conocen más profundamente que nosotros mismos, no para hacernos más libres sino para hacernos más dependientes.
Ha llegado el momento de analizar en profundidad todo este entramado, de ponernos en guardia frente a los que nos controlan permanentemente y empezar a salir del dominio de los grandes monopolios y vivir en auténticas democracias.
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