12/05/2024 17:16
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Tuve noticias de este romance, un día gris del otoño de hace cuatro años, cuando me presentaron en la localidad riojana de Ojacastro a un nonagenario, hoy tristemente desaparecido, que me invitó a pasar a su casa y, al amor del fuego, lo recitó de memoria y de un tirón el romance. En su voz y entonación pude descubrir la emoción de otros tiempos, cuando los mayores nos narraban a los niños sus historias y sucedidos en un ambiente semejante al vivido últimamente en Ojacastro.

Por cierto, esa localidad fue la patria chica de Juan-Bautista Merino Urrutia, investigador de su rincón riojalteño, donde descubrió un enorme acervo de material para sus investigaciones filológicas sobre la etimología del nombre de La Rioja y el euskera hablado en esta región y en Burgos. Abordó sus investigaciones desde el punto de vista prehistórico, aduciendo en el territorio la presencia de tribus de berones, vascones, autrigones y várdulos. Hizo un estudio comparativo de la etnología de Rioja y del País Vasco, divulgando documentos como la «fazaña de Ojacastro» del siglo XIII, que demostraba que el euskera era un idioma de uso en aquella época en el área del Alto Oja. Un nieto suyo se comprometió a enseñarme el rico archivo documental del investigador que aún se encuentra en una casa de la localidad. La pandemia ha impedido que se cumpliera esta promesa y deseo, pero tiempo habrá para abordarlo de nuevo.

Pero volvamos a lo de la Loba Parda. Este romance pastoril procede de la tradición cultural de Extremadura desde donde los trashumantes lo propagaron por Castilla, León y los Cameros riojanos. Éstos últimos formaron uno de los pilares de la Mesta, no sólo por la trashumancia, sino por el desarrollo de una intensa actividad textil en numerosos pueblos serranos, que el final de la Mesta, las guerras carlistas y otras vicisitudes impidieron su evolución en un ámbito rural muy adecuado para los tiempos que ahora estamos viviendo. El cierre de las escuelas, por el bajo número de alumnos locales para cubrir las aulas unitarias, sería el remate que paralizó la vida en muchos pueblos y, por supuesto, el consiguiente envejecimiento de la población y la muerte anunciada de muchos de ellos.

Algunos sociólogos afirman que este grave problema del mundo rural español encontraría soluciones inmediatas a través de una repoblación humana, de la implantación de sistemas tecnológicos (internet eficiente), del desarrollo del turismo de interior y de la formación y capacitación de los jóvenes en actividades productivas artesanas especializadas.

Romance de la Loba Parda:

Estando yo en la mi choza pintando la mi cayada,

las cabrillas altas iban y la luna rebajada;

mal barruntan las ovejas, no paran en la majada.

Vide venir siete lobos por una oscura cañada.

Venían echando suertes cuál entrará a la majada;

le tocó a una loba vieja, patituerta, cana y parda,

que tenía los colmillos como punta de navaja.

Dio tres vueltas al redil y no pudo sacar nada;

a la otra vuelta que dio, sacó la borrega blanca,

hija de la oveja churra, nieta de la orejisana,

la que tenían mis amos para el domingo de Pascua.

—¡Aquí, mis siete cachorros, aquí, perra trujillana,

aquí, perro el de los hierros, a correr la loba parda!

Si me cobráis la borrega, cenaréis leche y hogaza;

y si no me la cobráis, cenaréis de mi cayada.

Los perros tras de la loba las uñas se esmigajaban;

siete leguas la corrieron por unas sierras muy agrias.

Al subir un cotarrito la loba ya va cansada:

—Tomad, perros, la borrega, sana y buena como estaba.

—No queremos la borrega, de tu boca alobadada,

que queremos tu pelleja pa’ el pastor una zamarra;

el rabo para correas, para atacarse las bragas;

de la cabeza un zurrón, para meter las cucharas;

las tripas para vihuelas para que bailen las damas.

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