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Hoy nos asomamos en esta columna a los orígenes de nuestra lengua y para ello tenemos que acercarnos de la mano de diferentes autores a las provincias del Imperio Romano donde se hablaba, además del latín literario, una lengua defectuosa y común, que en Roma recibió varios nombres: sermo rústico, plebeyo y vulgar, igualmente conocida por quotidianus, usuales y urbanus.

 

Este modo de hablar se generalizó de tal forma que dio origen a distintos dialectos latinos en las diferentes provincias del Imperio. Porque los pueblos en vías de romanización hablaban de forma libre y espontánea, añadiendo palabras y giros de su lengua vernácula, latinizándolas a su manera, aunque las personas mejor formadas culturalmente permanecieron siempre fieles al latín culto.

 

En Hispania sucedió otro tanto, si bien con algunas diferencias, según el léxico propio y las vicisitudes históricas por la presencia árabe en nuestras tierras y los efectos de la Reconquista. De igual manera también en La Rioja tuvieron ese proceso de gestación como lengua neolatina, más conocida como castellano o español.

 

Dicen los especialistas que, de haber podido conservar más documentos y obras literarias del latín vulgar en sus formas originales y en su evolución en los distintos pueblos y épocas, se conocerían bastante mejor las lenguas neolatinas: rumano, dálmata, italiano, sardo, provenzal, francés, castellano y portugués. Así como de los distintos dialectos procedentes de estas lenguas: el gallego y portugués; el lemosín, del que derivaron el catalán, valenciano y mallorquín; o los que nacieron del castellano: el leonés (asturiano o bable, leonés, berciano, extremeño, mirandés, riodonorés y guardamilés); el navarro-aragonés y el andaluz.

 

El castellano primitivo se habló en lo que hoy es La Rioja Alta, La Bureba y en la Castilla Vertula, cuyo primer documento conservado son las famosas Glosas Emilianenses de San Millán de la Cogolla, sin olvidarnos del indudable valor de los documentos medievales de los monasterios de Santa María la Real de Nájera y de San Martín de Albelda.

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Porque los pueblos invasores dejaron en nuestra lengua gran cantidad de voces, raíces, prefijos y giros. Así sucedió con muchos modismos del ibero, celta, griego y germánico, por ejemplo. Algunos lingüistas han dejado testimonio de palabras latinas, griegas, hebreas, egipcias, acadias, arameas, persas y hurritas que, junto a las del romance riojano, conformaron el rico léxico de nuestro Gonzalo de Berceo, el máximo representante del “mester de clerecía”.

 

Y en este proceso de enriquecimiento de nuestra lengua, gracias a la presencia española en América, sumaron también nuevos nombres de animales, plantas y frutos, por ejemplo. De igual forma que, hoy en día, del conocimiento de idiomas extranjeros, del turismo, de la técnica o de los medios de comunicación, se han incorporado igualmente nuevas palabras y expresiones, en un proceso que no se detiene nunca en una lengua viva y en evolución creciente, como sucede con nuestro idioma español o castellano, por haber nacido en Castilla.

 

El protagonista del nacimiento del idioma español fue el pueblo llano. Los nobles y eclesiásticos utilizaban el latín como lengua vehicular, como se dice ahora, mientras que el pueblo trataba de comunicarse con sus propias palabras y así, con el paso de los años, llegaron a configurar el román paladino como antecedente del que sería después nuestro idioma universal.

 

El conde castellano Fernán González, que tenía gran apego al monasterio de San Millán y su entorno, tuvo gran resistencia a participar activamente en las campañas militares a requerimiento de los soberanos leoneses contra los moros: tanto que lo encarcelaron tres veces por aquellas ausencias. Y cada vez que regresaba a su tierra natal de aquellos enfrentamientos con los musulmanes, apreciaban un cambio en la forma de expresarse, respecto a los propios castellanos y los que moraban en el entonces Reino de Nájera Pamplona, que disfrutaban ya de una paz relativa en sus territorios. Los pueblos reconquistados y en proceso de repoblación registraron una mayor evolución en la configuración del idioma castellano.

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Si observan las famosas glosas emilianenses, apreciarán que se asemejan más al latín que al naciente román paladino; ya en el siglo XIII, los escritos del primer poeta castellano, Gonzalo de Berceo, son mucho más comprensibles para el español de nuestros días, a pesar de mantener muchos vocablos del román paladino: “…en qual suele el pueblo fablar a su vecino…”.

 

Capmagne, el viejo periodista, ya desaparecido, era muy aficionado a recuperar viejas palabras para conocer explicar su significado. Personalmente colaboré con el gran periodista aportándole dos vocablos del román paladino, aún en uso en el Valle del Cárdenas y en algunas localidades riojalteñas: regalar como sinónimo de derretir “…con la llegada del sol, comenzaron a regalarse los carámbanos de hielo formados en el alero del tejado, creando una auténtica y densa cortina de agua…”. La otra palabra fue; fruñir, con el significado actual de fastidiar y si lo prefieren más exacto, en román paladino, joder: “no insistas más, porque ya me estás fruñiendo (jodiendo).

 

Las presiones que actualmente se ejercen sobre nuestra lengua en ciertas regiones peninsulares, tienen un carácter más político que cultural, por muchos programas de inmersión que se apliquen, que resultan tan forzados e irracionales como aquellos que impedían que las gentes de algunas regiones se pudieran expresar en sus propias lenguas.  Es sólo cuestión de tiempo, pero los que así actúan deberían saber que están tirando piedras contra su propio tejado. Si no: tiempo al tiempo.

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REDACCIÓN