20/09/2024 02:37
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Parece mentira que en el apogeo de tantas victorias acumuladas durante décadas, la España ruinosa descubriera que su lucidez constitucional fue poca, acaso un espejismo de ingenio conjunto que unos seres despreciables, mediante el pretexto político, han convertido en un fracaso colectivo.

La generación de indeseables y fulleros Pedro Sánchez, Garzón, Montero e Iglesias, entre tantos, da cuenta de la aberración en que se ha convertido lo que creíamos una democracia consolidada. Los estafadores de la justicia social se han forrado con los recursos del Estado arruinando al conjunto torturado de trabajadores. Dilapidar el sacrificio impositivo no es un error, sino un pecado mortal que en algún momento de Justicia pedirá cuentas a los culpables. Ricos y criminales epulones sin conciencia han convertido España en un solar de tragedia y convulsión.

Podredumbre moral , muerte y ruina económica: eso va quedando de los triunfos y las glorias de los ciudadanos que forjaron un gran país, para ser destrozado después del paso de un facineroso sin honra que un día ocupó La Moncloa para no descabalgarse del ya maldito Falcón. La evidencia de lo miserable, universalmente miserable, se refleja en el desgobierno criminal que ha puesto entre la espada y la pared a millones de ciudadanos hartos.

Una sociedad pujante venida a menos por su rutinaria absurdez, permeable a la estupidez ideológica del mal llamado progresismo,  y lastimosa ingenuidad a la que se ha engañado con la burda patraña de la memoria histórica, los ecologetas, chiringuitos de género; innúmeras excusas para chupar del bote aderezadas con el más ruin de los engaños revanchistas.

Un embustero, un estafador sin conciencia, un ególatra ridículo, mendaz y malicioso, un paria miserable que en otras condiciones habría sido rechazado en cualquier asociación regida por sólidos principios morales, es el principal desestabilizador que ha aprovechado en su propio interés los recursos del Estado, dejando a todos sus componentes presas de una manipulación que puede costar la paz social cuando millones de familias otean la incertidumbre que degenerará en pánico masivo y sus demoledoras consecuencias.

La miserable canallada golpista, y no hablo de los tumultos independentistas  en Cataluña, perpetrada por Pedro Sánchez en perjuicio del Estado de Derecho, desde que engañó con la moción de censura contra Mariano Rajoy-secuestrando la soberanía popular para convertirla en víctima de las más rastreras especulaciones personales, aprovechando el juego sucio de la política más barriobajera-, habla de la enfermedad crónica que aqueja a una democracia mal entendida para favorecer los más bajos instintos de la delicuescencia sectaria y tabernaria, con el objetivo de finiquitar el consenso que posibilitaron cuarenta años de convivencia pacífica.

Con las negras sombras en lontananza de una tormenta perfecta propiciada por beligerancias dispares, con el mismo propósito de desestructurar al Estado español, no es aventurado advertir que llegan a la saturación pública los caprichos maliciosos de una horda de estafadores que estaban dispuestos a sacar tajada de la disensión, la desintegración y el revanchismo, enfrentando a la sociedad y tildando de fascismo a todo aquello que defendiera cuarenta años de progreso surgidos del perdón colectivo, la oportunidad del progreso y el trabajo conjunto para construir un país próspero y con garantías.

Logros de millones de personas que un execrable ser surgido de la inestabilidad psíquica y el enfermizo ego, propio de monstruos e iluminados sin conciencia, precipitó con tal de contentar su carencia de escrúpulos y amoralidad en que se basa su proyecto de psicopatía política. No imagino la recogida de tan repugnante siembra, ni los gritos de terror cuando se oiga el eco de sus alaridos en el infierno. Tanto mal en algún sitio se paga y quizá sobre la tierra. 

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REDACCIÓN
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