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Tras la hostilidad de antaño, Felipe González y Pedro Sánchez parecen haber enterrado el hacha de guerra. Cosas de la política profesional, es de suponer, si bien alguna víctima colateral quedó, como fue el caso de Susana Díaz en Andalucía. El Ibex-35 ya ha visto que Podemos no es ninguna amenaza para sus intereses y no ha tenido que organizar ninguna rebelión de veteranos barones socialistas contra el sanchismo. Al contrario, ahora los tenemos juntos y presumiendo de lo mucho que ha cambiado España con ellos al frente en estos cuarenta años de democracia, cuando hasta hace nada era 1978 y no 1982 la fecha primigenia de la actual partitocracia; nada nuevo, por otra parte, cuando hoy tenemos al frente del Gobierno a personas que consideran la Constitución como obra exclusivamente suya y no en trabajo conjunto con la derecha de la Transición. Y hay que darles la razón, sin duda, porque ya nos advirtieron en 1982 por medio de Alfonso Guerra que a España no la reconocería ni la madre que la parió.
Si algo hay que valorar en el felipismo es su sinceridad. No sólo en las ya célebres frases de Alfonso Guerra («Montesquieu ha muerto» sentó un buen precedente sobre el mangoneo judicial que se traerían sus gobiernos), también en Felipe González manifestando sin ningún pudor que lo que George Orwell planteó en su novela 1984 es el pan nuestro de cada día en la política profesional, y sobre todo en las filas socialistas: lo importante no es la verdad, sino lo que la gente cree que es verdad. Hay que reconocer que esa gente, aunque malvada y nefasta para España, estaban hechos de otra pasta. Mientras que los socialistas de hoy son malvados mediocres y vendepatrias redomados que necesitan subvencionar a los medios presuntamente informativos para vender una imagen idílica de la España moderna y progresista que disfrutaríamos gracias a ellos, los González, Guerra y compañía pasaron de no ser nada en la clandestinidad a tomar el control de un partido histórico, buscar la financiación con la que erigirlo en principal partido de la oposición y, hundido el centro-derecha heredero del franquismo que debía conducir la evolución del régimen suicidado hacia un Estado de Derecho liberal integrado en la Unión Europea y en la OTAN, terminaron cumpliendo el cometido original de éstos a la vez que se apoderaban del Estado y les condenaban a un ostracismo que sólo terminaría ante el agotamiento institucional de los propios socialistas. Algo de venganza generacional, más que ideológica, hubo en aquella conquista del poder por parte de los hijos de políticos y funcionarios del franquismo. Y es que, aunque Isidoro no pueda considerarse una figura histórica a la altura de Lenin, para los estudiosos de la Ciencia Política y de la Historia no deberían pasar por alto el estudio del asalto al poder por parte del PSOE en la España ochentera y la implantación posterior de lo que recientemente ha venido a denominarse PSOE state of mind
A pesar de sus crisis internas y legislaturas fuera del poder efectivo, el entramado que corresponde a las siglas del PSOE nunca ha dejado de ser el Partido del Régimen de 1978; porque no es ninguna casualidad, por ejemplo, que el presidente de Gobierno con quien mejor relación personal haya tenido el rey emérito sea Felipe González y no Adolfo Suárez, quien contribuyó desde los mandos del Estado a que éste pudiera disfrutar efectivamente de la instauración monárquica que Francisco Franco legó a los españoles. Zarpazos como la victoria electoral de 1982 y el golpe de Estado mediático de 2004 son la mejor prueba, así como los mitos que hoy intentan resucitar sobre una sanidad y una educación públicas que les deberíamos a los socialistas y no a la obra social del franquismo, o el bienestar de la clase trabajadora bajo sus gobiernos a pesar de las reconversiones industriales y la destrucción del sector primario por orden de Bruselas. Hubo quien creyó hace años que el PSOE moriría a manos de un nuevo Pablo Iglesias, cuando Pedro Sánchez obtuvo por dos veces consecutivas los peores resultados históricos para los socialistas… Nada más lejos de la realidad seis años después, porque la carrera política de Pablo Iglesias quedó finiquitada y el PSOE parece más vivo que nunca, aunque su vitalidad vaya ligada al despilfarro de dinero público con el que comprar voluntades por medio de Radio Televisión Española y el Grupo PRISA. No obstante, como los ciclos históricos acostumbran a repetirse, que no nos sorprenda si el retorno momentáneo de la derecha a la Moncloa (algo que tampoco está muy claro, a la vista del declive del efecto Feijóo) viene acompañado de unas intensas campañas de agitación callejera en la línea de las protestas por el vertido del Prestige, el rechazo a la intervención en Irak y las mareas de colores en defensa de los servicios públicos, por citar varios ejemplos. De lo que sí podemos estar seguros es que las protestas masivas por la depauperación del nivel de vida respecto a las generaciones que nos precedieron, las reformas laborales que perjudican a los trabajadores, la subida del precio de la luz y el combustible y un largo etcétera no tendrán lugar mientras el Partido del Régimen de 1978 continúe al frente del Gobierno. Porque el único modo de que en España se abra un nuevo periodo político, de ruptura con el actual régimen corrupto y cipayo, pasa por la desaparición del PSOE, algo que no se contempla ni de lejos a día de hoy.
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