21/11/2024 19:51
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El tercero y último libro de la trilogía del cenetista Eduardo de Guzmán, tras El final de la esperanza y El Año de la Victoria, es Nosotros los asesinos. En él narra su experiencia en los calabozos y prisiones de Madrid (Yeserías y Santa Rita), junto con otros presos políticos. Por supuesto, de Guzmán usa el título irónicamente, cansado de recibir ese tratamiento que, en todo caso, era aplicable a muchos de ellos. Lo explica él mismo en la introducción:

 

«Mil veces nos llamaron criminales, y aunque nuestra conciencia rechazaba como terriblemente injusta la palabra ofensiva, acaso lo fuéramos realmente por haber recurrido también a la violencia cuando siempre habíamos abominado de ella. Pero en tantas ocasiones nos escupieron la palabra insultante, sin que en ninguna pudiéramos contestarla, que por una reacción altanera de la dignidad herida, llegamos a proclamárnoslo nosotros mismos con el más amargo y cruel de los sarcasmos.»

 

Aunque él no lo fuera, entre los frentepopulistas detenidos y entre los 101 de la expedición referida en el capítulo anterior, había una buena cantidad de asesinos, cómplices, encubridores y demás ralea. Eran el segundo nivel de mando de los frentepopulistas; los que se ensuciaban las manos usando las propias palabras con que se justificaba alguno de ellos. El primer nivel había huido a tiempo dejándoles a estos el embolado.

 

La introducción del propio autor es muy interesante, y aclara muchísimos asuntos. Contrasta con el tono del libro (escrito mucho antes), en el que se trata de «fascistas» a los alzados con una falta de rigor ideológico lamentable. En la introducción, que imagino escrita en eso años 70, de Guzmán hace una confesión que indirectamente muestra su escepticismo en la madurez de la vida hacia la causa que abanderó en su juventud:

 

«Cuantos luchan honradamente por una causa, creen tanto en su bondad intrínseca como en el error y la maldad de quienes se oponen a ella. Ni siquiera resulta excesivo que los creyentes victoriosos atribuyan una parte fundamental del éxito logrado a la protección divina. No ya por la cínica y manida irreverencia de que Dios esté siempre al lado de los más fuertes batallones, sino porque infunde en quienes pelean en Su defensa la fe que mueve montañas y les permite aplastar al enemigo, por grande que sea la superioridad material de éste.»

 

Es sabido lo difícil que resulta a los ateos (y a los nihilistas en general) vencer a unos soldados animados por la fe en Dios. Recuerda la advertencia de Prieto sobre la imposibilidad de parar a un tercio de requetés recién comulgaos. Pero aunque interesante, ese aspecto es solo anecdótico en esta reflexión que indica que este anarquista estaba ya de vuelta de todo. Tengo que decir que me ha reconciliado con el personaje, cuyo sectarismo de juventud hace que libros como Madrid rojo y negro sean infumables.

 

* * * * *

No hace falta insistir en la dureza de la experiencia carcelaria: hambre, suciedad, hacinamiento, piojos y chinches, incluso sarna… y en los calabozos, torturas. Su primer destino en Madrid es Almagro, donde le dan una buena mano. Sería la única que recibe él, aunque cuenta las más numerosas de otros compañeros, los asesinos. Tiene estas reflexiones sobre las torturas que solo pueden compartirse:

 

«A un hombre se le puede matar en el fragor de la lucha e incluso cuando, terminada la contienda, se le sigue considerando un peligro. Pero lo que no se puede —no se debe al menos— es humillarle, ofender su hombría, herir su dignidad, reírse de sus dolores y convertir los sufrimientos que gratuitamente se les infringen en fuente sádica de diversión y placer.»

 

Llega hasta aceptar que se ejecute a prisioneros, y tampoco parece que condene el uso de la tortura en sí, pero no la humillación y el sadismo. Eso era el tormento en los sistemas judiciales «medievales», «absolutistas» e «inquisitoriales», sujetos a norma y con presencia de un médico. Pero después vino la Libertad, Igualdad, Fraternidad, el Progreso, la Democracia y los Derechos Humanos, etc. y se rompieron todas las contenciones morales de la sociedad tradicional…

 

Desde luego, la credibilidad y la buena intención de quien expresa tan razonables sentimientos solo se puede otorgar cuando tienen poder para infligirlas, no cuando está recibiendo. Cierto es que de Guzmán afirma que en su día también las denunció:

 

«En público y en privado he sostenido siempre —y en las columnas de Castilla Libre queda clara constancia— que las barbaridades cometidas con cobarde impunidad eran un obstáculo tanto para ganar la guerra en que estábamos empeñados como para realizar la revolución justiciera soñada. Quienes las perpetraban eran enemigos, cualesquiera que fuesen el pretexto o el carnet con que pretendieran ampararse, y como tales debían ser tratados»

 

Sobre el resultado de las torturas a un agente del SIM identificado solo como González:

 

«Con voluntad de hierro y entereza sobrehumana, González ha soportado dieciséis palizas. Nadie se explica cómo sigue vivo, porque está materialmente deshecho.

 

Pero él mantiene su negativa, y al volver dice siempre lo mismo:

 

¡Dieciséis palizas, y sigo sin firmar…!

 

Pero la diecisiete es más fuerte y decisiva que todas y las precedentes. Cuando le traen al calabozo está materialmente agonizando. Tarda cinco horas en volver en sí, y sólo recobra el conocimiento unos instantes para decir con gesto desolado, como avergonzado de haber sido vencido tras su increíble resistencia.

 

¡Al final tuve que firmar…!»

 

Después de Almagro, pasa a la cárcel de Yeserías. Algunos párrafos sobre la vida en la cárcel:

 

«La única pega son los delincuentes habituales. Tienen cierto respeto a los políticos, pero celebran no serlo personalmente. El chorizo, el estafador, el ratero, sabe que su estancia en la cárcel será relativamente corta, que no comparecerá ante un consejo de guerra, sino ante un tribunal ordinario, y que en ningún caso le sentenciarán a veinte o treinta años de presidio»

 

«Cuando a un individuo de estos le pregunta un compañero —comandante de batallón en la setenta brigada y cinco veces herido en combate— a qué partido u organización pertenece, el tipo se engalla y contesta a voces con aires de ofendida dignidad:

 

¡Todavía hay clases, chalao! No soy un desgraciao como vosotros. ¡Yo soy ladrón…!»

 

«La severidad con los periodistas es una realidad que nadie discute ni pone en tela de juicio en las cárceles madrileñas. Una frase muy corriente en todas ellas les equipara a las profesiones más duramente castigadas por los tribunales en el verano y otoño de 1939.

 

Si perteneces a una de las tres «pes» —dicen—, tienes la «Pepa» segura.

 

Las tres «pes» son las iniciales de policías, porteros y periodistas.»

 

«Como no la tiene la de los porteros, aunque sus nombres carezcan del menor relieve y no sean conocidos más que por sus familiares.»

 

Los porteros siempre fueron unos delatores de primero orden. Lo son en cualquier régimen comunista; ahora en Cuba por ejemplo.

 

Todos los días cantan los himnos oficiales:

 

» —¡Brazos en alto! ¡Empezad…!

 

Todos los presos hemos de levantar el brazo haciendo el saludo fascista. Inmediatamente el funcionario rechoncho del bigotito empieza a cantar, mientras los otros dos oficiales van de un lado para otro mirando a ver quién no abre la boca para castigarle en el acto. De vez en cuando uno de ellos grita iracundo:

 

¡Más alto, más alto! Si no os oigo bien…»

 

«Tras el Oriamendi viene el Cara al sol. Concluido éste, empieza la marcha granadera prusiana conocida en España como Marcha Real. Tiene una letra que unos atribuyen a Marquina y otros a Pemán en lo que se afirma que la España triunfadora marcha hacia un futuro imperial y grandioso «siguiendo sobre el mar el caminar del sol». El coro se termina dando el carcelero del bigotito los gritos de ritual, coronados estentóreamente por las voces:

 

¡Arriba España…! ¡Viva Franco…!

 

Los gritos se repiten precedidos de amenazas cuando quien los lanza considera que no han sido contestados con el suficiente entusiasmo. Al cabo, una vez que juzga que la respuesta tiene el calor y la unanimidad precisa, concluye la ceremonia.

 

¡Rompan filas…!»

 

Y la misa semanal no puede faltar:

 

«Se trata de oír misa, y nadie, ni destinos ni enfermos, puede librarse de asistir.»

 

«Sería inútil buscar en ellos un rastro de espiritualidad cristiana, de generosidad y perdón. Nuestros pecados son tan enormes que sólo pueden ser perdonados por un Dios infinitamente bueno.»

 

«Vuelve a planteársenos aquí la misma cuestión que ya nos preocupó en los campos de concentración. ¿Nos creen tan analfabetos y brutos que no merece la pena hablarnos de una manera más correcta, espiritual y elevada o quienes nos sermonean constituyen la exacta expresión del nivel medio cultural y cristiano de los clérigos españoles? Si lo primero es ofensivo para nosotros, lo segundo debiera serlo para una Iglesia que lleva siglos manipulando la enseñanza en España, y explicaría buena parte de las tragedias sufridas por nuestro país.»

 

La redención de penas por trabajo.

 

«… una obra genial y generosa del sabio jesuita padre Pérez del Pulgar». Se trata de la redención de pena por el trabajo, merced a la cual sobre acortar considerablemente sus condenas quienes han sido sentenciados a penas de prisión —los condenados a muerte quedan totalmente excluidos, aunque con posterioridad sean indultados—, los presos pueden contribuir al sostenimiento de sus familiares»

 

La prensa:

 

«Ni siquiera las páginas de publicidad están exentas de condenaciones e insultos. Desde «los rojos no usaban sombrero» hasta las esquelas comunicando la defunción de una señora de ochenta o noventa años, fallecida a causa de «las penalidades sufridas en la zona roja»,»

 

Hombre, comprendo que duela, pero no veo los insultos… ¿o es que no se llamaban rojos a sí mismos? ¿es que no se dejó de usar sobrero por miedo y no se sufrieron penalidades en la zona roja por la pésima administración? También de Guzmán usa la calificación de «fascistas» de forma insultante, y los alzados ni se llamaban fascistas a sí mismos, ni lo eran.

 

Y la vida continua, como siempre:

 

«… por la ventana abierta nos llega la música de la verbena instalada en la plaza del pueblo. No falta quien con los puños apretados comenta.

 

LEER MÁS:  1943. El Generalísimo Franco inaugura la Escuela Naval Militar de Marín (Pontevedra). Por Carlos Fernández Barallobre

Hubiera sido preferible morir todos el mismo 28 de marzo.»

 

Las ejecuciones:

 

«Muchos salían cantando las «Barricadas» o la «Internacional». Pero protestaron los vecinos de la calle y ya no canta ninguno.

 

¿Para no molestar a los vecinos? —pregunto entre incrédulo y asombrado.

 

No. Porque después de esposarlos y antes de sacarlos de la capilla, les tapan la boca con grandes esparadrapos para que no puedan hablar.»

 

«Ahora, a los condenados se les priva del último derecho: el de poder decir en el instante definitivo por qué han sacrificado su juventud y su vida.»

 

Pues como a Luis XVI, ¿no?

 

En todo caso, la esperanza siempre resurge:

 

«Aunque entre lo que cuentan abundan extraordinariamente los bulos, siempre recibidos con interés y agrado; unas confidencias, casi siempre teñidas de optimismo acerca de la posibilidad de una mejora en nuestra situación o una contienda internacional que modificará radicalmente la situación en Europa y en España.

 

¡Hitler invadirá Polonia en cualquier momento…!

 

El Papa ha pedido a Franco que no se fusile a nadie más.

 

Cuando el Gobierno venga a Madrid darán una amnistía.

 

Las cosas van tan bien, que antes de fin de año estaremos todos en la calle.»

 

Pasan por estas páginas muchos personajes, de algunos de los cuales se puede encontrar más información sobre su trayectoria y, en muchos casos, sus crímenes: Avelino Cabrejas, Félix España, Amor Buitrago, Germán Puerta, Rodríguez Vega, Antonio Prieto, Ariño, José Alted, etc. Como indicado, hay una pequeña referencia a ello, sin mencionar sus crímenes, en esta página: Listado provisional de prisioneros del campo de Albatera.

 

Tres casos de delatores. Felipe Sandoval, el famoso «Doctor Muñiz» de quien se habló antes, que acaba suicidándose:

 

«Nos impresiona el dramático final de Felipe Sandoval. No tanto por ser el tercero de nosotros que muere en menos de ocho días, como porque, contra lo que todos suponíamos con excepción de Ortega, haya tenido la hombría precisa para matarse antes de continuar acusando a sus antiguos compañeros.»

 

Como en el caso de Sandoval, se alega que este otro chivato no es un verdadero anarquista:

 

«—Losa no ingresó en la CNT hasta bien avanzada la guerra, y en ningún momento llegó a ser considerado como uno de sus militantes.»

 

«Parece que el caso de Losa es totalmente distinto al de Sandoval. Mientras éste se limitaba a confirmar lo que decían los policías, movido únicamente por el temor a que siguieran pegándole, Fidel es un sádico que, una vez vencida su resistencia inicial, encuentra en su nuevo papel de confidente un placer extraordinario.»

 

«Me estremezco de pronto. De uno de los despachos sale Fidel Losa, hablando con dos policías. Hace treinta y cuatro días sentí una profunda compasión por él, convencido de que iban a matarle; ahora lamento que no le matasen. Al principio no me ve o no me reconoce, enfrascado en su charla. Al cabo, se da cuenta de quién soy. Una sonrisa entreabre sus labios, y da un paso hacia mí, posiblemente con intenciones de saludarme. Se detiene vacilante al advertir una expresión de profundo desprecio en mi rostro. No tengo el menor deseo de cruzar la palabra con él. ¿Qué puede decirme y que puedo contestarle con los policías delante?»

 

«—Por si fuera poco un chivato, dos —masculla Ortega, malhurnorado, mientras sus mirada va desde la puerta a la cara de Amor Buitrago.

 

Por desgracia, no podemos librarnos de ninguno. Acaso el más molesto de los dos sea el segundo. Sin él, aun admitiendo que los guardias estuvieran mirando constantemente por la mirilla, podríamos hablar con cierta libertad, cambiar impresiones en voz baja, ponernos de acuerdo en lo que fuera. Con él delante no hay manera de hacer nada por inocente que sea. Le faltará tiempo para ir a contar a sus amigos policías no ya lo que podamos decir, sino lo que él se imagine o se le ocurra para hacer méritos.»

 

Hay una curiosa repetición, casi literal, de una frase de Benigno Mancebo de El año de la Victoria:

 

«La revolución no se hace con agua de rosas —decía—. Tiene, como obligada compensación de su grandeza, una parte sucia y fea que alguien tiene que realizar. Para defenderla de sus muchos enemigos alguien tiene que mancharse las manos. En nuestro caso he tenido que manchármelas yo. Mi papel era menos heroico del que peleaba en las trincheras y menos brillante del que hablaba en las tribunas; pero tan necesario como el primero y más eficaz que el segundo. ¿Comprendes lo que quiero decir?»

 

Siguen los acontecimientos de la segunda guerra mundial, cuyo desarrollo durante los primeros años les hace abandonar muchas ilusiones.

 

«—¡La guerra…! ¡Ha estallado la guerra! Alemania inició esta madrugada la invasión de Polonia.»

 

Entre las consecuencias de esta estará el empeoramiento de un régimen alimenticio que era ya muy deficiente y el mayor racionamiento para los familiares con las mayores dificultades para enviar paquetes:

 

«En diciembre, el hambre, los piojos y la incomodidad general se intensifican un poco más. La primera porque cada vez resulta más difícil hallar nada masticable en el agua sucia del rancho, y nuestras familias, aun quedándose muchos días sin comer, no pueden mandarnos lo que necesitamos.»

 

«Por otro lado, para hacer más sombrío el cuadro, cada vez la comida es más escasa y peor y, pese al sacrificio de nuestros deudos en libertad, los paquetes que recibimos son más pequeños y raquíticos.»

 

«Porque si las noticias de la guerra son desalentadoras, no resultan más optimistas las que nos llegan de la calle. La dureza de la vida, especialmente para nuestros familiares, se acentúa de día en día. Cada vez son más los artículos racionados y más amplio el abismo existente entre los salarios y los precios.»

 

«En las cárceles seguimos con la máxima atención el desarrollo de los acontecimientos, firmemente convencidos de que si triunfa el fascismo serán pocos los que logren salir en libertad»

 

«No sólo leemos por las mañanas Ya o ABC, sino que al anochecer nos llegan O Século y, lo que es mucho más arriesgado, el boletín de información de la Embajada inglesa. Quienes los traen hasta la cárcel, los que los meten dentro, los hacen circular o simplemente los leen, corren evidentes peligros. «

 

«En Santa Rita mismo la situación se agrava de manera ininterrumpida. Cada vez comemos menos y es mayor el número de enfermos.»

 

Las discusiones con los comunistas y la postura de Rusia que pacta con Alemania son inevitables:

 

«Ha de transcurrir algún tiempo para que, luego de muchos cabildeos, hallen unas frases para contener las protestas airadas de sus propios camaradas.

 

Las potencias capitalistas quieren hundir a Europa en un baño de sangre. La Unión Soviética ha realizado el mayor sacrificio de la historia para salvar al proletariado y mantener la paz.»

 

El juicio de de Guzmán:

 

«En los juicios del día 18 compareceremos cerca de doscientas personas.»

 

«… han traído también a un poeta comunista: Miguel Hernández!»

 

«Tiene aproximadamente la misma edad que yo, es magnífico poeta y un luchador antifascista. Para ganarse el sustento trabajó un año con Cossío en su enciclopedia taurina y se incorporó al quinto regimiento en las primeras semanas de la contienda. Desarrolla entonces una actividad febril, dando conferencias y recitales en los frentes y la retaguardia y participa en el Congreso de escritores reunido en Madrid en el verano del 37.»

 

«—Sólo por Madrid rojo y negro —afirma convencida— ya tienes segura la «Pepa».»

 

«Miguel Hernández y yo somos los últimos en la relación, lo que en este trance y circunstancia no constituye precisamente un honor. Miguel está sentado en el primer banquillo; yo en el segundo, pegado materialmente al que ocupan los guardias. Los cargos contra los dos guardan cierta semejanza. A Hernández le acusan de haber sido comisario comunista, de intervenir en conferencias y mítines, escribir versos injuriosos para las fuerzas nacionales, realizar una intensa propaganda contra los integrantes de la quinta columna, contribuyendo con hechos y palabras a los muchos crímenes perpetrados en la zona roja. A mí me culpan de ser militante de la CNT, redactor jefe del periódico La Tierra, muchas de cuyas campañas revolucionarias realicé personalmente, y director de Castilla Libre, en cuyas columnas se incitó al asalto de las Embajadas, alentando la resistencia criminal cuando la guerra estaba perdida, pretendiendo convertir en victorias las derrotas rojas, criticando e insultando a las figuras más prestigiosas de la España nacional, siendo responsable moral de toda clase de tropelías y desmanes.»

 

«Pero si implacable es la acusación contra Hernández, todavía es más desaforada la que lanza contra mí. De creerle, yo soy el culpable principal y casi único de cuanto ha pasado en España durante los últimos años. Mis campañas en La Tierra y Castilla Libre arrastran a las masas a las urnas para dar la victoria al Frente Popular, desencadenan la guerra, el asalto de los cuarteles, el incendio de la Cárcel Modelo, la inhumana y cruel resistencia de Madrid en noviembre, la prolongación de la contienda y los cientos de millares de víctimas en los frentes y la retaguardia. Es algo desatinado, delirante y furibundo que no guarda el más lejano parecido con la verdad. Nunca, ni en un ataque de megalomanía paranoica pudo soñar mi vanidad que mis artículos tuviesen la millonésima parte de la influencia decisoria que me atribuye.»

 

Una referencia al asesinato de Gabaldón, que desencadenó una ola de persecución que se dejó de sentir en las cárceles:

 

«—Hace siete días atracaron en plena carretera y cerca de Talavera a un comandante que viajaba solo en su coche. Intentó defenderse y los atracadores le mataron para robarle.»

 

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» Domingo Girón, que ha sido comisario de Artillería en el Ejército del Centro; Guillermo Ascanio, comandante jefe de la VIII División y Eusebio Mesón, secretario provincial de las JSU fueron sacados hace cuatro días de esta misma sala para ser conducidos a la calle de Concepción Jerónima a fin de ser interrogados. En el mismo centro policíaco, así como en un cuartelillo del final de la Castellana, están interrogando también a numerosos militantes de las juventudes, que llevan tres y cuatro meses presos en diferentes cárceles.»

 

» Les han juzgado aquella misma mañana con el resto de los encartados. Son quince chicas y cuarenta y cinco muchachos, casi todos los cuales llevan semanas o meses encarcelados. Según las declaraciones que lee el relator y que aparecen firmadas por alguno de los detenidos, el atentado contra el comandante-juez fue organizado desde la cárcel por las juventudes.»

 

«Entre los sesenta ejecutados están las quince muchachas.»

 

Las 13 rojas…

 

También hay varias referencias al gran bohemio Pedro Luis de Gálvez, que acabaría fusilado:

 

«El tercero, un viejo vate, quizá el mejor sonetista castellano de nuestra época, bohemio empedernido, sablista contumaz, famoso hace largos años más que por su inspiración poética por su increíble habilidad para ablandar los corazones ajenos y hacerse con unos duros o unas pesetas.

 

Pedro Luis de Gálvez no ha sido nunca un modelo de pulcritud y elegancia.»

 

«Coordina perfectamente y sigue escribiendo versos con fluidez y elegancia. Cada vez que ve a uno le lee cuatro o cinco sonetos que ha escrito en las últimas horas y habla con prisas, sin descanso, de una manera torrencial. Es comprensible que maree un poco a los que están a su lado.

 

¡Es inaguantable! —dice Figueras—. Habla por todos los pelos de la barba a un tiempo.»

 

«Media hora después, luego de una escena dramática al acudir el hijo a verle, enterado de lo que sucede, Gálvez ingresa en capilla en la misma prisión de Santa Rita. La capilla es una celda de la misma planta, desalojada a toda prisa donde han metido una mesa de madera y colocado un crucifijo sobre un paño negro en una de las paredes.»

 

«Pasamos toda la tarde y parte de la noche en su compañía. Gálvez parece el menos afectado de todos. Fumamos bastante porque son muchos los presos que, enterados de lo que sucede, nos mandan tabaco. Hablamos bastante y jugamos varias partidas de dominó. Ninguno de nosotros puede evitar ponerse más nervioso a medida que avanzan las horas y va oscureciendo. Solo Gálvez mantiene su absoluta tranquilidad.»

 

«Le fusilan en la Nochebuena de 1940. Su muerte causa y profunda impresión en Santa Rita, tanto por la fecha de su ejecución como por el hecho de haber permanecido en capilla en la misma prisión durante todo un día.»

 

Dándole la vuelta a las declaraciones de socialistas y anarquistas que se pretende ahora que defendían «la legalidad republicana» en el 36, se obtiene esta una explicación de la aparente paradoja de las condenas por rebelión militar a quienes no se rebelaron en el 36:

 

«De todas formas, hay algo que no comprendo.

 

Que nos condenen por rebelión militar ¿no? —pregunta, sonriente, Isidro, el abogado asesor del Comité Pro-Presos durante la guerra y encerrado en Yeserías conmigo, que adivina sin esfuerzo dónde quiero ir a parar.

 

Dan por hecho que triunfaron en el acto, de manera automática y completa en todos los sitios donde se levantaron. O, mejor aún, en la totalidad del territorio nacional.

 

Pero si vencieron en todas partes, ¿por qué hemos estado luchando durante treinta y dos meses largos en más de la mitad de España?

 

Porque fuimos nosotros los sublevados luego contra el Gobierno. En efecto, si ellos vencieron en el primer segundo, haciéndose cargo del poder cuantos no estuvimos a su lado, acatando la legalidad recién establecida, participamos en una sedición y somos reos de un delito de rebelión. ¿Que la premisa inicial es harto discutible? Desde luego. Pero ellos actúan como si fuera una verdad axiomática.

 

Tiene su lógica, como se ha dicho en una parte anterior: si los frentepopulistas comparan la lucha contra el ejército con la sublevación de Asturias, ¿por qué no considerar el Alzamiento como la continuación de la legítima represión de aquella revolución?.

 

Esto mostraría que de Guzmán -y los frentepopulistas en general- sabían de las matanzas de Paracuellos:

 

«A finales de octubre, si por un lado aumenta la gravedad de las penas pedidas a quienes vuelven de las Salesas, se acentúa la frecuencia y amplitud en las sacas. Apenas pasa una tarde en que no vuelvan a la prisión quince o veinte hombres para quienes se ha pedido la última pena, no son pocas tampoco las noches en que un número impresionante de presos son trasladados a Porlier para pasar en capilla las últimas horas de su existencia.

 

¿Se trata de una simple y casual coincidencia de fechas con lo que sucedió en Madrid cuando el Ejército de África se aproximaba a sus puertas? Es posible, desde luego. Pero examinada la cuestión desde el interior de las cárceles, con los elementos de juicio que tenemos a nuestro alcance, sacamos unas conclusiones radicalmente opuestas.»

 

Una referencia al traslado de Jose Antonio:

 

«Los periódicos anuncian el traslado de los restos mortales de José Antonio Primo de Rivera desde el cementerio de Alicante al Monasterio del Escorial. Sus camaradas le traen a hombros, cruzando buena parte de España. Creo en este momento, como lo creí en todos, que su fusilamiento fue un error político. Ante el pelotón tuvo el gesto digno de desear que su sangre fuese la última que se vertiera en las contiendas civiles que durante más de un siglo han desgarrado la vida española. Los diarios madrileños reproducen sus palabras en grandes titulares. Pero no parecen nada dispuestos a que se cumpla la postrera voluntad del fundador de Falange.»

 

Los procedimientos de la checa de Fomento calificados como «justicia»:

 

«Contra todo lo que ahora se dice —afirma—, Fomento salvó la vida de muchas más personas que condenó. Su finalidad única era terminar con los paseos, imponiendo una justicia, todo lo sumaria que se quiera, pero siempre con mayores garantías y posibilidades de defensa para los que juzgaba, que las que tenían de ser detenidos por grupos irresponsables»

 

«He sostenido siempre —añade— que nuestra mayor equivocación fue asesinar a demasiadas personas y fusilar a muy pocas. El Gobierno quiso impedirlo desde el primer momento; no pudo por la sencilla razón de que carecía de la fuerza necesaria para imponer sus decisiones.»

 

«Fomento es un intento desesperado por parte del Gobierno para terminar con hechos como los que se producen a raíz del asalto de la Cárcel Modelo.»

 

O un intento de cubrir un un barniz de legalidad la continuación de la eliminación de los desafectos por otros medios, a gusto del consumidor.

 

Lo que cree que son las últimas horas:

 

«Paso buena parte de la tarde escribiendo unas cartas de despedida. Cuando tocan silencio y apagan la luz de la celda, me tumbo a descansar como los demás, pero no consigo dormir en toda la noche. Con los ojos cerrados escucho con atención los menores ruidos. En tres ocasiones distintas creo oír detenerse un camión en la puerta de la cárcel; en varias más me sobresaltan los pasos que suben por la escalera. Por suerte, la noche transcurre íntegra sin que se produzca la menor novedad.»

 

«Los domingos no fusilan a nadie», recuerda al On ne fusile pas le dimanche de Rebatet, un fascista (este sí, y a mucha honra) condenado a muerte solo por lo que escribió.

 

Finalmente, le conceden el indulto:

 

«El propio oficial que vigila la comunicación sale al patio pequeño para recoger la carta y traérmela. Su contenido es breve y expresivo. El ministro del Ejército, don José Varela, comunica a mi madre, como contestación a la solicitud de indulto en favor de su hijo Eduardo de Guzmán Espinosa, que «ha sido resuelta favorablemente por S. E. el Generalísimo».»

 

 

* * * * *

 

De Guzmán saldría en libertad condicional en el 43. Cumplió menos de cinco de prisión efectiva. Quedó inhabilitado para ejercer la profesión periodística y se dedicó a escribir novelas policíacas y del oeste, bajo seudónimo.

 

En resumen, la trilogía tiene un grandísimo interés humano, cierto interés histórico y ningún interés político. El anarquismo ibérico nunca se repondría de la debacle. No era útil a los amos del mundo. Nunca lo fue, aunque a veces se aprovecharan de los votos que los anarquistas les regalaban.

 

Para acabar, recomiendo volver a leer la introducción a este libro tercero y último de la trilogía, del que traigo esta confesión de escepticismo y desengaño:

 

«… a nadie culpo ni acuso, torturado por la posibilidad de que, de estar cambiadas las tornas, acaso hubiéramos procedido en idéntica forma. Y cuando, tras varios lustros de dar constantes vueltas al problema, sigo sin saber en qué lado me hubiera contrariado más estar, exclusivamente desde el punto de vista moral y ético.«

 

Como indicado, me reconcilió con este autor, aunque sigo pensando que el interés de estas memorias es el testimonio personal, más que el aspecto histórico.

Autor

Colaboraciones de Carlos Andrés