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Se cumplen 81 años de aquel 1º de Abril de 1939, día de la Victoria, hecho histórico sin parangón que, para nuestra desgracia, adquiere cada día más rabiosa actualidad por mor de ese mal endémico español que es no saber o no querer aprender de nuestra historia, empecinándonos, contumaces, en repetir lo peor de ella. Y es que está claro que, aunque la ingente obra realizada por el Caudillo y aquella generación de españoles –la cual, aunque ellos han pasado, queda y sigue vigente mal que a muchos les moleste–, las posteriores nada han aprendido, sino incluso todo lo contrario; cosa increíble y cáncer que pocas o ninguna otra nación sufre.
Victoria.- Incuestionable y contra todo pronóstico, lograda a base de ímprobos sacrificios sobre aquellos que por malicia, enajenación, ingenuidad, estupidez o error, se habían dejado llevar por la peor de las ideologías que ha conocido la Humanidad que es la marxista –socialista o comunista–, pretendiendo implantar en nuestra Patria dicho sistema revolucionario totalitario y despótico donde los haya, enemigo acérrimo de la libertad y dignidad humanas, siempre fracasado y además entre ríos de sangre y toneladas de miseria.
Justicia.- Practicada durante y después de la guerra con aquellos que durante la contienda habían cometido los crímenes más abominables que jamás conoció nuestro suelo patrio. Justicia, sí, no represión, porque, frente a los ingenuos que pretendieron una injusta amnistía general, se llevó a cabo una labor judicial impecable con todas las garantías procesales conformes a las leyes en vigor y al Código de Justicia Militar de la II República vigentes, junto con la humanitaria aplicación de innumerables conmutaciones de la máxima pena, indultos –en 1945 se emitió ya el primer decreto de “punto final”– y redención por el trabajo remunerado, propias de un Estado de Derecho; además muy avanzado para su época, porque, qué se hizo, por el contrario, durante la guerra en la zona frentepopulista, y qué en Francia, Italia o la URSS durante y después de la II Guerra Mundial.
Reconciliación.- Verdadera, lograda, por un lado, como consecuencia de la justicia, porque las víctimas y sus familiares tenían derecho a que primero se les hiciera justicia, para después poderles exigir el perdón –y sólo en grado heroico, el olvido–, y, por otro, gracias a la implantación de leyes equitativas aplicadas a todos por igual sin discriminación por ninguna razón buscando sólo el bien común, bases ambas de la verdadera reconciliación, que nunca puede ser producto de un artificial “pacto igualitario” entre verdugos y víctimas.
Soberanía.- E independencia y dignidad nacional, tríada esencial de toda nacional libre, por cuyo logro se luchó denodadamente para conseguir que España volviera a ser respetada y tomada en cuenta en el concierto de las naciones del mundo, sin permitir injerencias externas, tomando los españoles las decisiones que más convinieron a sus propios intereses según su parecer, sin dejarse embarcar en conflictos ajenos, sin menoscabo de nuestras tradiciones, respetando las de los demás, sin envidia, con orgullo, en armonía con todos.
Prosperidad.- A base de honrado trabajo y eficaz gestión, persiguiendo el bien general por encima del particular, haciendo alarde de un patriotismo real al servicio de un ideal superior, logrando niveles de desarrollo que asombraron y aún hoy asombran al mundo, consiguiendo cotas de igualdad nunca antes vistas, y ello a pesar de los destrozos de la guerra, de los perjuicios de la II Guerra Mundial, del injusto y pueril aislamiento y de la exclusión del Plan Marshall, es decir, por nuestros propios medios.
Y paz.- Producto de todo lo anterior, paz de verdad, la paz resultado de la justicia, de la real reconciliación, de la soberanía, independencia y dignidad nacionales, de la ley, del orden y de la libertad, no del libertinaje, paz, sí, paz real; no la paz artificial, engañosa, que no lo es, aunque lo parezca, si no se sustenta en lo dicho.
¿Qué hubo errores? Pues ¿qué obra humana es perfecta?
España no sólo no ha aprendido nada de tan reciente pasado, sino que, dejándose llevar de nuevo por los recalcitrantes maliciosos, enajenados, ingenuos, estúpidos o equivocados, está repitiendo lo peor de su historia. Costará mucho salir del pozo en que nos encontramos. Esperemos que aún no sea tarde y podamos hacerlo. Sólo de nosotros depende.
Mientras tanto, y como cada año en este día, ruego a Dios por el alma del Caudillo y de todos los de aquella generación que impidieron que nuestra Patria fuera destruida, y brindo por la victoria que trajo la paz.
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