21/11/2024 10:57

Cuando nos referimos a esa querida y admirable región de España que es Cataluña -algo que puede ampliarse al resto de regiones (falsas autonomías) gobernadas por iluminados– solemos cometer el error y, lo que es peor, la injusticia, de relacionar el patronímico genérico catalanes con esa minoría de macandones, fanáticos estelares, rateros y pesebristas que habiéndose apropiado de las instituciones autonómicas y careciendo hasta ahora de opositores activos a sus fechorías y sandeces, llevan creyéndose desde hace décadas su supuesta superioridad racial y negando una lengua y apropiándose de una tierra que es de todos los españoles.

Al hilo de la opinión de Albert Einstein respecto a que el nacionalismo es una enfermedad infantil, el sarampión de la humanidad, conviene distinguir el patriotismo del nacionalismo. Se habla de patriotismo cuando se expresa el amor a España y la admiración por la cultura occidental en general y española en particular. Se habla de nacionalismo español con despecho cuando, comparativamente, se quiere justificar cualquier nacionalismo regional. Pero el supuesto nacionalismo español no es nacionalismo, sino patriotismo, mientras que el nacionalismo tribal, que rechaza a la nación común, es el rechazo a otras naciones y tiene su origen en un complejo de inferioridad.

En España, por ejemplo, es su expresión, no de amor por las Vascongadas, por Cataluña, por Galicia, por Valencia, por las islas Baleares, etc., ni por los vascos, catalanes, gallegos, valencianos, baleares, etc., sino el odio hacia todo lo español como parte del tremendo complejo de inferioridad que tienen muchos pueblerinos por ser españoles. Complejo que no tenían sus padres, abuelos ni antepasados en general, quienes se habrían ofendido si alguien les negara su identidad española.

Complejo nacido de una inexplicable envidia o resentimiento, de una conciencia de inferioridad personal y cultural, y tan sandios que creen necesitar debilitar al conjunto a través de los nacionalismos de taifas. Con lo cual, henchidos de racismo y fanatismo alardean de naciones étnicas y de genes independentistas, y acaban gritando que sus fantasiosas repúblicas no pueden ser posible por las vías pacíficas.

Conviene así mismo recordar que, gracias a esta ley electoral trucada que nos hemos dado para beneficio de traidores, y bendecida por el Sistema, ese Estado Profundo empeñado en trocear los Estados soberanos para eliminar obstáculos con vistas al capitalsocialismo programado, los separatismos patrios han ido avanzando del 10% de los votantes -no del censo electoral- en el año 1976 al casi 50% en el 2023. Es decir, mediante ayudas sin fin, de todo tipo, mediante permanentes y generosos puentes de plata pagados con el dinero de todos, puede asegurarse que los golpistas y separatistas se están independizando uno a uno.

De modo que, gracias a nuestros desleales y codiciosos políticos, vendidos a los enemigos de España y propiamente antiespañoles, lo que primero fue el «federalismo asimétrico» y luego la «nación agregada», es hoy la «Cataluña independiente». Y en las Vascongadas, adobadas con feroz terrorismo, más o menos. Y así irá sucediendo, si no se pone pies en pared, con Galicia, Valencia, Baleares, Canarias, Andalucía, Cartagena… Un esperpento fracasadamente repetido y siempre teñido de sangre.

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Para finalizar este escrito, que trata de recordar la impostura separatista que nos están imponiendo los más viles, valga un retazo histórico entre los miles posibles que pueden escogerse en la Historia de España:

Juan II, rey de Aragón y padre de Fernando (llamado el Católico), había muerto el 15 de enero de 1479 a los ochenta y dos años de edad. Sometida ya Extremadura, tras la durísima batalla de Albuera, que segó en flor las pretensiones que el rey de Portugal, Alfonso V, y los partidarios de la infeliz Beltraneja aún albergaban para alcanzar el trono de Castilla, Fernando pudo salir para Aragón, siendo coronado -como Fernando II- el 28 de junio en Zaragoza, después de jurar los fueros.

Fernando había dejado de ser heredero de la corona de Aragón y pretendiente de la de Castilla. Ahora era rey de los dos Estados o, por mejor decir, rey de España. Isabel y Fernando figurarán en la Historia como los reyes que realizaron la unidad española. Isabel, por su parte, que aún no conocía su nuevo reino aragonés, por culpa de la absoluta dedicación con que había tenido que entregarse para acabar con la guerra civil contra los partidarios de su sobrina Juana y para lograr la gran labor de pacificación y reforma interior de Castilla, decidió abandonar por algún tiempo este Estado y hacer un viaje a Aragón.

En abril de 1481 se reunieron Isabel y Fernando en Calatayud y las Cortes aragonesas allí convocadas juraron heredero al príncipe Don Juan, hijo de ambos, y tres meses después, en julio de 1481, hizo la reina Isabel su entrada en Barcelona, donde fue recibida -según el prudente historiador Zurita- «con el mayor triunfo y fiesta que nunca rey lo fue en los tiempos pasados, en lo que se quisieron señalar los catalanes sobre todos».

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Con los Reyes Católicos, la Monarquía hispana surge como primera forma para la organización de un Estado, que busca su razón de existir en el bien y la justicia de sus reinos. Dicha primera forma de Estado se apoya sobre dos principios esenciales: que España es unidad preexistente a la que corresponde una conciencia histórica, y que los Reyes aparecen sobre todo como señores de la justicia, garantizando el cumplimiento de las «leyes, fueros, cartas, privilegios, buenos usos y buenas costumbres», considerados en conjunto como ejercicio de libertades. De ambas afirmaciones dimanan directamente dos consecuencias: las leyes hispanas son todas ellas herencia del derecho romano, y entre monarca y comunidad política existe una especie de pacto en que ambas partes se encuentran sometidas a deberes en relación con dichas leyes.

En cualquier Estado, no digamos ya si sus raíces son occidentales y cristianas, que aspire a conseguir un sólido equilibrio, un alto prestigio internacional y un brillante futuro humanista, ningún instrumento resulta tan importante como el cumplimiento de la ley. Conviene recordarlo, una y otra vez, para aviso de navegantes.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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