23/11/2024 21:14
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Esta es la cuarta parte de la serie sobre el libro Largo Caballero, El tesón y la quimera, de Julio Aróstegui. Las partes anteriores están aquí.

Capítulo 4. Con y contra la Dictadura (1923-1929)

La actitud ante el golpe de Estado del general Primo de Rivera, con la anuencia del rey, el 13 de septiembre de 1923, que llevó a una dictadura militar en España de seis años de duración, es sin duda uno de los extremos de la historia del socialismo español que se han manifestado más polémicos, entonces y después.

Como se sabe, el PSOE no tuvo empacho alguno en colaborar con la Dictadura. Aróstegui amaga una maniobra de despiste:

La convicción más común fue siempre que el socialismo no se enfrentó de forma ni decidida ni tangible al régimen dictatorial, que en bastantes aspectos colaboró con él y que solo en fechas tardías se produjo el alejamiento definitivo, y no, tampoco, con decisión unánime.

 

… semejante visión, no siendo falsa en lo formal, sí está necesitada, a la luz de un estudio más completo, de imprescindibles matizaciones. Por ello hablamos aquí de un socialismo que comenzó la nueva época con la Dictadura para acabarla contra ella.

La «matización” confirma que estuvo a favor de la Dictadura cuando le interesó y en su contra cuando dejó de interesarle. Puro cálculo, sin ningún escrúpulo ideológico. No es que nos tenga que escandalizar ese comportamiento, pero parece poco honrado intelectualmente ocultarlo y marear la perdiz justificándolo.

A Francisco Largo Caballero suele considerársele el fautor máximo de la política socialista en y frente a la Dictadura.

 

El socialismo, tanto el partido como el sindicato, no ofreció evidentemente una resistencia significativa ante el golpe de Estado del 13 de septiembre.

 

La nota oficial publicada por El Socialista el 13 de septiembre, redactada por Prieto[3] y firmada conjuntamente por las Ejecutivas del PSOE y la UGT, condenaba en efecto el hecho del golpe, pero se limitaba a señalar que el pueblo español y especialmente la clase obrera, «que tan dolorosa experiencia ha adquirido del proceder de las altas jerarquías militares, no debe prestar aliento a esta sublevación, preparada y dirigida por un grupo de generales…». Señalaba igualmente que «ningún vínculo de solidaridad, ni siquiera de simpatía política, nos liga con los gobernantes», en referencia a los políticos de la Restauración.

 

… en el seno del socialismo la opinión acerca de qué hacer frente al golpe y el régimen dictatorial se mostraría dividida desde el primer momento y permanecería así hasta el final. Si bien, y esto es también perfectamente conocido, la opinión mayoritaria fue hasta 1929 la partidaria de la convivencia con el régimen dictatorial y la participación en las instituciones públicas aunque fuese bajo ciertas condiciones.

 

En consecuencia, los contactos entre la UGT y el Directorio no tardaron en producirse.

La Dictadura, por su parte, trató muy bien al PSOE:

El Directorio Militar había procedido contra el Partido Comunista y había decidido «la liquidación» de la CNT y «la persecución de los movimientos regionales autónomos», salvándose el Partido Socialista y la Unión General de Trabajadores, «lo que se debió tanto a su orientación socialdemócrata, de actitud violenta contra el comunismo, la CNT y la Unión Soviética, como a su posición colaboracionista», escribiría Amaro del Rosal con pocos matices años después.

 

La Dictadura ofrecía, primero, que continuasen en relativa libertad las actividades sindicales y las de las Casas del Pueblo

 

Pero todo ello tenía un precio: la aceptación del propio aparato institucional y el sometimiento a la nueva legislación que apareció para regularlo. Eso fue lo que se conoció universalmente como «colaboración»…

 

Tras movidos debates, las Ejecutivas del partido y el sindicato pidieron explícitamente a los cargos socialistas, ya en el mes de septiembre de 1923, que siguiesen cumpliendo con sus funciones pese a la situación de excepcionalidad política.

 

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Caballero, miembro del Consejo de Estado:

El 13 de septiembre del mismo año 1924, un decreto establecía que el Consejo de Estado tendría una representación de los patronos y los obreros, y fue entonces cuando, consultados los obreros del Consejo de Trabajo, aceptaron que su representante en el Consejo de Estado fuese Largo Caballero. Con ello comenzó el interminable debate que el hecho provocaría. Aquella novedad fue la más polémica en toda la actuación del socialismo durante la Dictadura.

 

Caballero no dudaba, como no lo hacían la mayor parte de los presentes, que una presencia institucional de ese orden tenía indiscutibles ventajas por la importancia y la cantidad de los asuntos, muchos de ellos de índole social, que el Consejo de Estado había de dilucidar.

 

El día en que leyó en la prensa que Caballero había sido nombrado consejero de Estado, diría Prieto, presentó su dimisión como vocal de la Comisión Ejecutiva del PSOE, el 25 de octubre de 1924[33]. En una reunión, el CN acabó al fin votando a favor de lo hecho por la CE, es decir, aprobando la presencia de Largo Caballero en el Consejo de Estado por amplia mayoría.

 

Lo expuesto deja claro que el colaboracionismo o intervencionismo durante el período dictatorial tuvo como primer y destacado contradictor desde el partido a Indalecio Prieto. Besteiro y sus seguidores, por su parte, se mantuvieron siempre en la misma línea que Caballero, lo que acentuó las diferencias con Prieto.

El PSOE estuvo a un paso de participar en el Parlamento Corporativo que la Dictadura contempló. Prieto se opone, pero Besteiro y Caballero estaban dispuestos:

… la Unión recibió la noticia de boca de Caballero de que «se habla ahora de la formación de un Parlamento Corporativo» como proyecto del Directorio. El vuelco que ello habría de dar a la política de la Dictadura no ofrecía dudas a nadie y la nueva circunstancia pasó de inmediato al debate cotidiano. Largo Caballero fue muy explícito: «Pues bien, la Unión General por medio de su Comité Nacional debe manifestar su opinión sobre el particular».

 

… Caballero, por su parte, hizo la más extensa y circunstanciada intervención de todas. «¿Cómo no ir a esta Asamblea si ya estamos en las otras?». Si la Asamblea era creada, ¿no irían a ella otros organismos obreros desplazando a la Unión? La expectativa consistía, pues, en que era preciso ver cómo se reclutarían sus miembros.

 

Y estuvo también a un paso de participar en la nueva forma de organización del trabajo llamada «Organización Corporativa Nacional». Caballero afirmaría:

«Creo que el hecho de que constituya la Asamblea un Gobierno de Dictadura no debe ser motivo de que nos abstengamos de acudir a ella… Por muy antidemocrático que sea un organismo, precisamente por serlo, no debemos negarnos a ir a él si se nos llama».

 

Pero al final desisten porque la Asamblea no tendría carácter corporativo y sus miembros lo serían a título personal, no en representación de asociaciones.

A fines de 1927, por tanto, la organización socialista había emprendido de alguna forma la marcha que acabaría desenganchándola de la relación de convivencia con la Dictadura. La ruptura se ahonda tras los congresos de 1928. En 1930 caída la Dictadura.

Aróstegui dedica el final del capítulo a justificar esa conducta:

Considerar sin importantes matizaciones, a la vista de todas estas evidencias, que el comportamiento del socialismo, particularmente en su línea sindical y por lo que respecta en concreto a la actuación de Largo Caballero, fue una claudicación, una inconsecuencia o, más aún, una «traición» a los intereses del obrerismo español, fue un sentimiento, como hemos podido ver, extendido en la época y que ha tenido después una larga proyección histórica e historiográfica. Ahora bien, es innegable que ese sumario juicio dista de estar justificado por la evidencia histórica documental de que puede disponerse.

 

En alguna ocasión se ha llamado a esa política «oportunismo revolucionario». La pertinencia de tal designación es más que discutible, pero no lo es el hecho de que toda aquella actuación se integraba en una política que en modo alguno era nueva y mucho menos improvisada. Era la última consecuencia del intervencionismo, o del reformismo si se le quiere llamar así.

 

En resumen, la actitud socialista ante la Dictadura no tuvo, pues, en el fondo nada de excepcional a la vista de la trayectoria previa de su política y su sindicalismo, sea cual sea el juicio que pueda deducirse sobre ello. Y lo tuvo aún menos en el caso de Largo Caballero.

 

En caso contrario, el calificativo de «oportunismo» cabría atribuírselo al socialismo español desde sus orígenes. Estaba en la línea fundamental practicada siempre…

 

Es decir, queda confirmado que fue oportunismo político y que no solo fue practicado por Caballero, sino por todo el PSOE, desde el principio.

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Pero, atención al disco rojo:

En definitiva, el juicio histórico sobre esta etapa y, claro está, sobre el Largo Caballero de entonces, no puede hacerse desde criterios de una supuesta ortodoxia o pureza política ni aun desde criterios «utilitaristas» o de «oportunismo», sino más bien desde los que ponen el acento en las consecuencias de aquella política para el futuro, cosa a la que se atendió pronto en el seno del socialismo.

Esto no explica nada; al contrario, aumenta la confusión. Se actúa siguiendo principios o evaluando las consecuencias esperadas. El último caso, incluye las consideraciones utilitaristas y el oportunismo, asociado este al corto largo plazo y a la menor reflexión. Es decir, Aróstegui remueve las aguas de un asunto turbio sin explicar nada; de hecho, las oscurece aún más.

En esa época también se produce un cambio en Besteiro, que hasta entonces estaba muy cercano ideológicamente a Caballero:

De todos modos, la aparición de una nueva línea no se produce sino tardíamente, en 1929, cuando Besteiro, prácticamente solo, insiste en la continuidad de la colaboración —el intervencionismo—, más comprometida por cuanto afectaba a una cuestión plenamente política, la Constitución, al participar en la Asamblea Consultiva. La posición Caballero-Prieto-De los Ríos se encuentra ahora a un lado y la de Besteiro a otro. En ese momento, pues, la posición besteirista no se añade a las dos líneas anteriores sino que enfrente hay una sola orientación, que es la de la ruptura «política» con la Dictadura.

 

daría nacimiento al besteirismo, y se perfilaría aún más con su oposición a la colaboración con los republicanos, como años después en su oposición a la vía insurreccional y la predicación de la «revolución».

 

Es decir, fue Besteiro quien cambió, no el PSOE.

Autor

Colaboraciones de Carlos Andrés
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