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A la pregunta sobre las razones por las cuales España se ha convertido en Reino y la jefatura del Estado la ostenta un Monarca, planteado en el anterior artículo, cabe el simplismo acertado de contestar: porque lo quiso Franco. Al hacer mía esa respuesta, obliga a adentrarme en el conocimiento del siglo XIX español, desde Fernando VII hasta Alfonso XIII, las razones por las cuales la monarquía no había perdurado, su responsabilidad en el fracaso, y si las dos alternativas republicanas habían mejorado en algo la situación de España, como nación, y de los españoles, como pueblo.

Dejo claro, ya lo hice en algún artículo, mis preferencias por una Jefatura del Estado, no sólo hereditaria por razón de sangre, sino por la sustancia que la define, incardina y obliga. La “auctoritas” tiene que conllevar su “potestas” y la consiguiente responsabilidad del mando ante la clase dirigente política, el pueblo y su indivisible patria histórica. En definitiva, seré monárquico, mientras esa jefatura me garantice la libertad y la patria, la justicia y el progreso, y estaré en contra siempre que sea neutral o coadyuvante a la destrucción de cualquiera de esos elementos esenciales de nuestra civilización.

Entendiendo con Salvador de Madariaga en su ensayo “Anarquía o Jerarquía”, que volvemos a vivir por la ambición de unos pocos, el descuido de todos y la división guerra civilista de la “memoria histórica”, agravada por una epidemia sanitario/ideológica, un terrible golpe a la economía, a la moral colectiva y al prestigio exterior. Ello nos puede llevar a la ruina, si “antes no se apodera del alma de los españoles una pasión generosa que nos eleve por encima de nuestros prejuicios, ambiciones, impaciencias y malas practicas, hasta el sentido de nuestra responsabilidad histórica”

Franco, organizador analítico, sintético y previsor, sabía que la formula doctrinal del “caudillaje”, sólo se sostiene mientras hay Caudillo, por lo que diseña el porvenir con una carga constitucional suficiente para que la figura de la Regencia, estuviera limitada a su mandato, no siendo discutible, en el futuro, la forma de estado sin que todo el edificio del Estado y de la propia nación, volara por los aires; extremo nada fácil por la existencia de una moderada y con mucho que perder, clase media. Por eso no adoptó una ideología concreta y el único acto eminentemente singular y propio (franquista), a lo largo de su historia como jefe del Estado, fue la aceptación de la Monarquía para su sucesión y la elección de los Borbones como familia dinástica de España.

Franco, desde el principio de la guerra, en la primera entrevista de su director Luca de Tena, en el ABC de Sevilla, el 18 de Julio de 1937, a la pregunta de ¿Qué piensa hacer en el futuro de España?, contesta claro y conciso: “primero ganar la guerra, después restaurar la monarquía…y añade; deberá ser un “rey pacificador” que no salga de la generación de los vencedores de la guerra”. Por ello y antes de que termine la guerra (1938), deroga la sentencia de la República que condenaba a Alfonso XIII como reo de alta traición, a sus descendientes y a la propia Monarquía. No fue un acto simbólico, pues le siguieron una serie de disposiciones ministeriales de Interior, Justicia y Hacienda que devolvían a la familia real todos los bienes confiscados por la Republica.

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La transición de Franco, de la República a la Monarquía, arranca con la guerra de 1936. Sobre aquellas bases, como solemnemente proclamó el Rey Juan Carlos, ante las Cortes Españolas, en el acto de su coronación, se edifica la actual e imperfecta democracia: “Una figura excepcional entra en la Historia. El nombre de Francisco Franco será ya un jalón del acontecer español al que será imposible dejar de referirse para entender la clave de nuestra vida política contemporánea”.

Con la proclamación de Juan Carlos en la sesión de las Cortes Españolas de 22 de noviembre de 1975 y la firma, por la tarde de la disposición de que el anterior jefe del Estado Francisco Franco sea enterrado en la Basílica del Valle de los Caídos, se cumplen las previsiones legales y los actos coetáneos de la sucesión. Lo que en la historia muere y lo que de la historia nace. Todo, desde entonces, es manipulación interesada al servicio de espurios intereses y clamorosos errores que el tiempo está descubriendo. La verdad oficial disociada de los hechos presenta una caricatura de aquella época y de su protagonista Francisco Franco, ineludible para falsificar y adoctrinar a la juventud, domesticando la inteligencia y el valor del análisis reflexivo.

El proceso de la segunda Restauración, la de Franco, fue inevitablemente largo y difícil al ir contra corriente de cuantos participaron en la guerra civil con Franco, puesto que el ideario y sentimiento falangista era republicano y el carlismo era esencialmente anti borbónico. Nadie, dentro de España, a excepción de algún interesado en privilegios nobiliarios y títulos ancestrales, abogaba por la Monarquía. De ahí la semántica paciente, progresiva y eficaz, del prestigio personal que Franco disponía, para ir implantando los sucedáneos Reino, Regencia, Instauración y Reinstauración. A partir de la designación del sucesor, Franco, se limita a que transcurra lo “atado y bien atado” de la Monarquía borbónica.

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Por ello resulta especialmente pernicioso y absurdo para sus intereses, que los antifranquistas, liberales, de derechas, Juan Carlistas, o simplemente monárquicos no se den cuenta de la grotesca incoherencia que encierra la propuesta de borrar toda huella de Franco, propuesta y refrendada por la inconstitucional Ley de Memoria Histórica y profanación de la tumba de Franco.

No debería sorprender lo escrito por el historiador antifranquista Juan Pablo Fusi, con realismo y rigor: “La época de Franco distó mucho de ser un paréntesis en la historia española. El franquismo fue en buena medida la cristalización de una España real, la España de clase media urbana y rural y conciencia católica, la España del orden y de la familia tradicional, la encarnación de lo que Dionisio Ridruejo llamó, con expresión machadiana, “el macizo de la raza…”, para evidenciar la distopía en que vienen incurriendo los gobiernos de España, desde Zapatero. Alonso de los Ríos afirma: “Si no llegó nunca la esperada eclosión, tampoco cabe hablar de una frontera entre un régimen y el otro. ¿Cómo iba a existir tal, si no hubo ruptura cultural como no hubo ruptura política? 

La ruptura que ahora se auspicia y consiente de facto y de derecho, resulta inviable y desgarrador y dañino para todo el tejido nacional, económico, social y político. En palabras casi póstumas del Padre de la Transición, D. Torcuato Fernández Miranda a Julio Merino, tienen el rigor del momento, pero carecen del valor de lo posible: «La nueva Monarquía tenía que haber roto con la monarquía de Franco. Tras el 20 de noviembre tuvimos que dar otros pasos: el Príncipe tuvo que renunciar a sus » derechos franquistas» y empezar de cero. El Consejo de Regencia debió disolver las Cortes, cesar al gobierno Arias y auto inmolarse en favor de un Gobierno Provisional que convocara elecciones generales a unas verdaderas Cortes Constituyentes… y luego, y antes de la Constitución, hacer un Referéndum sobre la forma de Estado para ver qué quería realmente el pueblo español…o sea, repristinar«. 

Resulta sencillo convenir porqué no se hizo. Resultaba más fácil y menos costoso engañar a todos, todo el tiempo que se pudiera.

Autor

REDACCIÓN