25/11/2024 01:45
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Vivimos en la época más delirante y señalizada de la historia. Todo lo que hacemos tiene una señal, una marca, un signo, una imagen, una indicación… y al igual que todos los caminos conducen a Roma, todas las señales conducen al delirio.

Cada día (si no sois muy observadores) nos enseña un disparate nuevo. Cada minuto (si sois observadores) nos enseña una locura nueva. Normas y más normas, leyes y más leyes, costumbres y más costumbres, usos y más usos… todos aliados para masacrar el intelecto de cualquier ser que se supo racional. El declive mental sólo puede percibirlo el que alguna vez lo tuvo. No es malo reconocerlo. De hecho, es bueno, pues la resignación es mil veces mejor que la sumisión. Desde la resignación se adquiere un estado de espera (stand by, hay que decir ahora) que nos permite vivir con la alerta suficiente para, cuando las condiciones sean las idóneas, saltar de nosotros mismos, abandonar nuestro pellejo –cual culebra – y mutar en un ser evolucionado de sí mismo; para volver a ser lo que éramos. No es involución, aunque lo parezca. En estos tiempos de perversión intelectual severa, conservar lo que éramos antes es un tesoro. Ya no podemos ambicionar ser cada día mejores, vivir con ese afán de superación y de conocimiento. El tiempo se detuvo hace mucho. El comunismo nos ha matado. Tanto lo ha hecho, que más de la mitad de la población ni se da cuenta. No son androides, son mucho peor: son humanos severamente adoctrinados y carentes te cualquier principio de individualidad. Su mayor gesto de rebeldía, o de voluntad, es cambiar de canal cuando ven la puta tele. Ahí queda todo su albedrío y toda la evolución humana. Game over. Eso es lo que veo yo en las miradas de (casi) todos los humanos. Ya no hay que decir “juego terminado”, porque, realmente, hace 45 años que no hay partida alguna que jugar, en España. Espena triunfa. Seamos todos analfabetos en inglés.

No obstante, al igual que los puercos se regocijan en el barro de sus cochiqueras, podemos regocijarnos nosotros en las nuestras. Yo he aprendido a vivir así. El autoengaño es el único freno al suicidio. Nuestro San Martín no llegará nunca, porque hace mucho que vivimos en él. Ni para eso tenemos suerte ya. Quién fuera guarro…

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El vídeo que os enlazo, es una milésima parte de lo que yo veo cuando sé que muero lentamente, en Hediondo Puente de Bellacos. Es una manera dulce de morir. Lenta como una puesta de sol bien vista. Pausada como el cambio de forma de las nubes. ¿Actualmente quien se para a mirar el ocaso o a fomentar la pareidolia celeste? El verano de 2018 hubo un eclipse total de luna. Se colapsaron parques, azoteas, planetarios… ¿por qué pasó esto? Porque lo dijo la puta tele y su mejor aliada: internet. Muchos de los nuevos astrónomos miraban al oeste, para ver el eclipse… Ya no somos nada. Estamos anulados.

La única esperanza que me queda –totalmente infundada y tremendamente ilusoria – es saber que este vídeo es de hace 3 años (fue censurado y lo volví a subir hace 2 meses y medio). Esto me recuerda que he resistido 3 años más de los que suponía. Y antes de estos 3, otros tantos, y así hasta (casi) mi albor.  A los tontos les dan un lápiz y son felices. Yo me compro una cámara y soy feliz. Mientras el derrotado mantenga la cordura, podrá seguir gozando en su sufrimiento, nunca de él, ojo. Cuando caiga, definitivamente, en manos del Estado, cuando sea medicado y su voluntad se anule definitivamente, a cambio de una paguita y condescendencia a espuertas…cuando eso suceda, el derrotado será un ser normalizado, uno más entre tantos.

Yo sigo defendiendo que soy uno más entre muchos que son menos. Pocos pueden decir todavía eso. Muy pocos. Tal vez tú, lector de ECDE, tampoco. Piensa en ello, si puedes.

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REDACCIÓN