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Mariano Rajoy, en su aparente y fatuo pasotismo, no acertó a valorar que una moción de censura, al margen de la cábala matemática para ver si es posible o no sacar de La Moncloa al inquilino usurpador, presenta otras opciones que, aunque no tienen un efecto inmediato, suponen un desgaste a medio y/o largo plazo para quien la soporta. Es más que probable que Vox no consiga, efectivamente, echar a Sánchez de la Moncloa. No obstante, la moción de censura planteada por el equipo de Santiago Abascal ofrecerá la oportunidad al resto de los partidos de restregar una reprimenda al presuntuoso narcisista, lo cual no viene tampoco nada mal si tenemos en cuenta cómo están las cosas. Las disputas, cada vez más evidentes, entre los miembros del gobierno que preside, y especialmente, entre su socio Unidas Podemos y algunos ministros socialistas; las quejas, también cada día más evidentes, entre los colegas separatistas hacia el gran gurú de la tesis plagiada; los inconformismos, en fin, de aquellos otros partidos minoritarios que no rascan bola, o rascan menos bola de los que les fue prometido… Del Partido Popular no se espera nada, pues dejarán pasar la oportunidad, como es su costumbre, y se pondrán de perfil que, por lo que parece, es la postura más habitualmente adoptada por los cobarditas de toda institución. 

Creo, muy a mi pesar, que la hoja de ruta, como dicen los horteras de la política y del periodismo, de Sánchez seguirá adelante a pesar de la moción de censura. Sacará adelante la reforma de la ley de Memoria Histórica sin que la Divina Providencia lo impida, como salió adelante, contra todo pronóstico razonable y legal, la profanación de la tumba del Caudillo, y -al menos por el momento, hasta que se pronuncie la estancia superior, al Audiencia de La Coruña- la «okupación» por parte del Estado del Pazo de Meirás. Prohibirán la Fundación Francisco Franco, pero también la de José Antonio Primo de Rivera, y las que recuerdan a figuras como el general Yagüe y otros que combatieron en la guerra civil. Pero no ocurrirá lo mismo con la Fundación Largo Caballero, la Pablo Iglesias o la Fundación Barreiro, por citar algunas. Porque, en contra de lo que se ha creído, los socialistas no son defensores de la Cultura, sino impostores de la «kultura», que es otro término y otro concepto diferente. Y porque en esto de la memoria histórica, están lejos de conocer realmente el alcance de lo que fueron. Busquen y lean las declaraciones que sobre su comportamiento durante la II República, y la guerra civil, dejaron como testimonio en sus memorias los grandes gerifaltes del partido de aquella aciaga época. ¿Borrarán también esas memorias? ¿Las harán desaparecer de las librerías, de las bibliotecas?, reformarán con nuevas ediciones las reflexiones y sentimientos de culpabilidad de lo que impusieron sus representantes?

Un personaje nada sospechoso como Azaña, dijo «No quiero ser el presidente de una República de asesinos», tras la matanza de la Cárcel Modelo madrileña ocurrida el 22 de agosto de 1936. Es conocida la postura, y las declaraciones, de Indalecio Prieto, en sus discursos y artículos, de los errores cometidos por el PSOE, el mismo partido y las mismas siglas que ahora representan un charlatán que plagió su tesis doctoral y la iletrada vicepresidenta que le acompaña y se viene arriba cada vez que habla de prohibir aquello que reverdece la memoria de verdad, tan alejada de los desaciertos y la incompetencia que les caracteriza. O las críticas de Salvador de Madariaga, tampoco nada sospechoso, hacia el partido socialista por su participación en la revolución de 1934, la intransigencia de Largo Caballero o el intento de Negrín de arreglar lo que no tenía ya arreglo, al entregar a Franco la documentación para que pudiera reclamar a la Unión Soviética el tesoro que se llevaron del Banco de España, de la Caja General de Reparaciones y de las cajas de seguridad de los Bancos, obtenido por medio de engaños y decretos, y bajo amenazas a la población.  Por cierto, ¿prohibirá también la ley de Memoria Democrática que el PSOE expulsó a Juan Negrín y lo tuvo en una especie de alejamiento de la memoria socialista durante 63 años, hasta que Rodríguez Zapatero (que Dios mantenga alejado de nosotros por los siglos de los siglos), decidió incluirlo de nuevo como miembro destacado del partido?

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Preguntaba, no hace mucho, una persona un tanto apesadumbrada por las circunstancias, qué iba a pasar cuando prohibieran las actividades de la Fundación Francisco Franco, cuyos propósitos no son otros que los de propagar la obra de Franco, la mejor etapa de desarrollo social, económico y de bienestar vivido en España desde tiempos remotos. Contestaba otro colega que nos dedicaríamos a escribir del PSOE. Me apunto. El partido que más daño ha causado a los españoles, el que ha enarbolado siempre las banderas de la revancha, del odio y de la insidia, incluso contra sus propios socios, no tiene otro argumento en su debate que la prohibición de todo aquello que le molesta; su cariz demoćratico, su fuelle parlamentario, sus recursos dialécticos son sombras que se esconden tras una historia plagada de reveses y de desaciertos, aunque muchos se dejen llevar por la propaganda triunfalista como los españoles de hoy se han dejado llevar por un incapaz.

Prohibir. Los socialistas son especialistas en prohibir. Es su código, es su lenguaje, es su procedimiento.

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REDACCIÓN