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Coronel Borque Lafuente:

Me consta que ha tenido una denuncia por malas artes hacía sus compañeros de Armas que ha sido archivada, también con malas artes por el Juzgado Central y, me temo, que es por dejarse ganar por la ambición y por habérsele subido su propia incapacidad militar, que aún hoy con poco ingenio literario en los partes, derrama actitud por donde pasa, escribiendo sobre sus compañeros la aridez de un alma lastimada, apoyado por un General jurídico, Asesor del CG. del Ejército de Tierra que no sabe sobre la deontología y práctica de su profesión, esperando que cuántos más partes signifiquen sufrimiento a los subordinados, antes le ascenderán a puestos con responsabilidades de las que no es merecedor. Aducen los dos que es su obligación para la defensa del Ejército, término vago y etéreo que no viene sustentado más que por una apreciación subjetiva de lo que debe ser el Ejército, que es, a mi buen entender, el respeto a las leyes y el compañerismo y buena fe de los que deben y tienen la responsabilidad de mantener el orden institucional dentro del mismo, orden que ustedes han confundido con la conducta del «chivatazo encubierto de secretismo» vanagloriándose ante sus superiores , lo que ya indica falta de ética en el desarrollo de sus funciones y falta de una cualidad que se denomina «patriotismo», sólo Dios sabe por qué.

Y es que al que se deja ganar por la ambición, la envidia y la soberbia se le da poco de la utilidad general, o del escolástico bien común, y pone en lo más alto de sus preocupaciones lo que estima su bien particular, que, en muchos casos, sólo es un inmediato interés personal, tocado con «un distintivo de amor propio que afrenta sus deseos».

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El desengaño y la tragedia, será la consecuencia inesquivable de vuestra errada vocación porque no tenéis, no existe en vosotros esa capacidad prodigiosa que tiene el hombre de bien de crear a la larga el amor o la vocación; sin vocación y sin amor iniciales, tan sólo con el material de la convivencia con vuestros compañeros y de la buena voluntad habríais pasado desapercibidos y, por esa razón, vuestra manera de sobresalir de entre los más humildes es pisotearlos con vuestras malas artes.

En otros menesteres y oficios, hay estímulos de lucro, de honores o de provechos que pueden instar el brote tardío de una afición, quizá de una modesta calidad moral, pero útil para suplir la vocación ausente.

En la milicia, no; lo que es bastante grave en una época, como la nuestra, de agrio materialismo. Pero por fortuna queda todavía, Dios sabe si por mucho tiempo, un rescoldo abundante de aquella hoguera de excelsitudes que Valdecasas inventariaba como aquella moral del hidalgo español, y que, en definitiva, son legítimamente castrenses. No hace mucho tiempo, asistíamos los dos a un funeral en la Escuela de Guerra del cadáver de un militar de alta graduación, un joven general, preocupado siempre por las desdichas y aflicciones de sus subordinados; y como, una vez más, alguien lamentara el drama económico que en cada hogar militar plantea la pérdida del jefe de familia, asintió el general muy calurosamente; pero volviendo luego sobre su sincero pensar, añadió:

«Sin embargo, todavía vienen hoy a pedir recomendaciones para ingresar en la Escuela para ejercer de profesor y en las Academias Militares para ingresar en los Ejércitos. ¡Algo tendrá el oficio que despierta esta vocación a la pobreza ¡ Pobreza, digo yo, que sólo es medianamente suplida con trabajos muy poco remunerados en la vida civil y que no deja de ser una situación inmoral para aquellos que la sufren y que se juegan la vida para defender España.

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Y es que hay, todavía, gracias a Dios, quien siente, con la voluntad de servir, la aspiración si no a la gloria, a la buena opinión y prestigio en su ámbito modesto. Y esto se consigue sirviendo de muchas maneras a los Ejércitos y a la Sociedad con una actitud de superación espiritual e intelectual del militar que sobrepasa los limites estrictamente militares para transmitirlos a la sociedad. Difícil es desarrollarse con disciplinas ajenas a la carrera demandada con humildad, como cuidadoso de su buen nombre, del mismo modo que la dejación en el conocimiento de las circunstancias, aparentemente desinteresada, de derechos, puede ser en el fondo un censurable incumplimiento de deberes morales para con nuestros subordinados.

No me olvidaré en la denuncia de semejante individuo aunque parezca que ya ha pasado desapercibido.

Autor

REDACCIÓN