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Hoy se sabe bastante bien en qué consistió el 23-f, sobre el que tanto se mintió durante más de treinta años… y se sigue mintiendo, aunque ya un tanto en vano. Se trató básicamente de un intento de cortar el proceso de descomposición política a que había llevado Suárez a España en menos de cuatro años. No se trataba de “volver al franquismo”, con lo que nadie soñaba, sino de imponer un gobierno de concentración, encabezado por el general Armada, que hiciera frente a la crisis, dada la incapacidad de una UCD dividida e inepta. El plan, que incluía al rey y a políticos socialistas, del PP y tal vez comunistas, y consistía en provocar un “supuesto inconstitucional máximo”, inspirado en la amenaza de golpe que había llevado a De Gaulle al poder en Francia, en 1959. Tejero y otros sirvieron de peones inconscientes de dicho “supuesto”, que fracasó cuando Tejero rechazó ante Armada un gobierno con socialistas y comunistas. Conocido el fracaso, fue cuando Juan Carlos “abortó” el golpe, después de horas de tensa espera. Tal es la conclusión de Jesús Palacios y otros, única que encaja en la lógica de los hechos. Sabino Fernández Campo haría una advertencia a medias burlona y a medias preocupada: “Quienes buscan la verdad corren el riesgo de encontrarla”.
El verdadero causante de un problema tan mal resuelto fue realmente Suárez. El país sufría una oleada de terrorismo, de ataques sistemáticos a España y la unidad nacional, de desempleo y de huelgas, que habían llegado a 20 millones de jornadas perdidas, sin contar Cataluña y Vascongadas, en 1979. “También dejaba Suárez en ruinas a su partido, UCD, imposibilitándolo para gobernar. Con su habitual frivolidad, al ser investido había anunciado el fin del consenso: en adelante cada partido competiría por realizar su programa. Pero el programa de UCD resultaba imprecisable, y sus corrientes internas tiraban cada una por su lado. El fondo de la cuestión era bastante sencillo: en minoría no se podía gobernar con alguna firmeza, por lo cual había que decidir si UCD pactaba con Fraga –lo que le daría mayoría absoluta– persistía en una soledad que hacía al gobierno muy vulnerable a la presión de la izquierda y los nacionalistas. Herrero de Miñón y, en general, el sector democristiano, propugnaban la “mayoría natural” mediante acuerdos con AP (Fraga), lo que Suárez y otros dirigentes excluían rotundamente. Al parecer, estos creían que una línea progresista les haría ganar votos del PSOE y menos ataques de la izquierda. Había en ello otra razón ideológica profunda, pues UCD, y Suárez en particular, habían jugado a alejar su imagen del franquismo, incluso a cierto antifranquismo, lo cual le desarmaba ante sus contrarios. Suárez llegaría a pensar en un gobierno de coalición… con el PSOE” (La Transición de cristal)
La confusión política, ideológica y cultural de Suárez era evidente. Político de dedicación exclusiva, entendía su oficio como el cambalache permanente entre partidos. El deterioro de la situación general del país no le impresionaba, creía poder arreglarlo todo con “diálogos” y picardías de políticos. Pero más allá de su “encanto personal” habilidad para el regateo, era muy torpe: en su carta de dimisión confesó, involuntariamente la realidad: él se había convertido en el obstáculo a la democracia.
Al dimitir, frívolamente contento de la repercusión internacional de su medida, “no pensaba en una retirada total, sino en volver con nuevos bríos (…) Según Herrero de Miñón, quería un sucesor provisional para preparar su vuelta como único candidato capaz de dirigir las próximas elecciones de 1983. Insistió mucho en que se aceptara como sucesor a Leopoldo Calvo-Sotelo, que carecía de grupo político propio, al revés que los demás “barones”, le era fiel y carecía de popularidad o carisma. Suárez, dice Herrero, lo tenía por “su hombre de paja, última garantía para su vuelta al liderazgo carismático”. Y Leopoldo también sospecha que Suárez se inspiraba en la dimisión de Felipe González en 1979 para retornar en triunfo al poco tiempo: “¿Quién sabe si no pensó que yo no duraría tres meses? (…) El II congreso de la UCD, a principios de febrero, transcurrió “entre violento y jaranero”, en frase de Herrero. Los compromisarios críticos, próximos al 40%, certificaron la división del partido, Leopoldo, al no lograr la investidura en las Cortes al primer empeño, debió volver a probar el 23 de febrero. (ídem)”, cuando ocurrió lo sabido.
Suárez había hundido prácticamente a la UCD como instrumento de gobierno de un país al que había llevado asimismo a una profunda depresión. Y como Leopoldo no resultó tan hombre de paja como esperaba, creó una escisión, que bautizó como Centro Democrático y Social, nada menos “Creía conservar su carisma popular y grandes posibilidades electorales (…) Aspiraba a rivalizar con Felipe González con su peculiar izquierdismo y un liderazgo carismático. Leopoldo no tuvo más remedio que disolver las Cortes y convocar nuevas elecciones para octubre. El panorama político cambió radicalmente, mostrando cuán lejos de la realidad vivía Suárez. Su CDS solo alcanzó 600.000 votos y dos diputados, contra 1,5 millones y 11 escaños la UCD. También cayó el PCE dramáticamente, de casi 2 millones a 850.000. En cambio AP obtuvo 5,5 millones y 107 escaños. Pero el gran ganador, por mayoría absoluta, fue el PSOE con más de 10 millones de votos y 202 diputados (…) La UCD desaparecería pronto. También Fuerza Nueva (…)
“El declive del PSOE en los años 90 y luego sus desgracias personales, abonaron una revisión sentimental de su ejecutoria política. Aznar afirmó: “El nacimiento de la España contemporánea, moderna y democrática, está asociada al nombre de Adolfo Suárez”. Otro líder del PP lo llamó “timonel de la transición”. Llovían sobre él premios y agradecimientos y se le comparaba favorablemente con Felipe González. Una biografía lo presentaba en 2005 como “una tragedia griega” y en 2007, cuando ya no podía siquiera entender qué era, recibía el Toisón de Oro, que el rey le había rehusado cuando tanto le habría halagado“.(íd.).
Cuando dimitió, en 1981, el periodismo le despidió con mil sarcasmos. Y la prensa volvió a dar su talla 27 años después, con ocasión de la foto en que, ya con alzheimer, aparecía al lado de Juan Carlos, ambos de espaldas. Cebrián: “Los equivocados éramos nosotros”; Oneto “Hemos sido injustos con él”; el anglómano Pedro J: “Nuestro rey Lear”, “Nuestro Nelson (…) “No tiene alzheimer, está triste”; Miguel A. Aguilar: “No volveríamos a escribir lo que escribimos”; Félix de Azúa: “Qué nostalgia de Suárez”: Elvira Lindo: “El hombre del que no supimos apreciar el valor político”; Paco Umbral: “Un Doncel de Sigüenza… un don Juan de Austria”, “elegido de los dioses” como Alejandro Magno”; Javier Tusell: “El mejor político del siglo XX”… La política desastrosa de aquel Alejandro Magno había llevado al país a un proceso acelerado de descomposición que fue la causa real del 23-f, cuyo gran beneficiado fue el PSOE de los “cien años de honradez.
Tal es, en definitiva, el secreto del 23-f. En los análisis comunes, Suárez parece ajeno a todos aquellos manejos, cuando fue su causante. Este era y es el nivel de nuestras “élites”.
Autor
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Nació en 1948, en Vigo. Participó en la oposición antifranquista dentro del PCE y el PCE(r)-Grapo. En 1977 fue expulsado de este último partido e inició un proceso de reflexión y crítica del marxismo. Ha escrito De un tiempo y de un país, sobre su experiencia como "revolucionario profesional" comunista.
En 1999 publicó Los orígenes de la guerra civil, que junto con Los personajes de la República vistos por ellos mismos y El derrumbe de la República y la guerra civil conforman una trilogía que ha cambiado radicalmente las perspectivas sobre el primer tercio del siglo XX español. Continuó su labor con Los mitos de la guerra civil, Una historia chocante (sobre los nacionalismos periféricos), Años de hierro (sobre la época de 1939 a 1945), Viaje por la Vía de la Plata, Franco para antifranquistas, La quiebra de la historia progresista y otros títulos. En la actualidad colabora en ÑTV, Libertad Digital, El Economista y Época.