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El ideal del antiguo patriotismo ocupó un lugar central en el lenguaje político del siglo XVIII debido a «El espíritu de las leyes», de Montesquieu. El significado histórico de la recuperación del antiguo patriotismo por parte de Montesquieu fue, sin embargo, un arma de doble filo: lo rescató del olvido, pero al mismo tiempo lo presentó como una virtud apropiada, en su forma genuina, únicamente para los antiguos ciudadanos de las antiguas repúblicas.

El amor a la patria es para Montesquieu un deber y una virtud. Es una ligazón a un bien en particular: los seres humanos quieren a su propia patria, la patria que para ellos tiene un significado particular. El amor a la patria es de esta forma similar a la amistad o generosidad que se siente hacía las personas particulares, pero no hacía la humanidad en general, ni hacía cualquiera. No obstante, para que siga siendo una virtud, no puede contradecir el principio de justicia, que Montesquieu define como una relación general o impersonal. Cuando viola el principio de justicia, el patriotismo es la fuente de los peores crímenes; rectificado y moderado por la justicia, se convierte en la fuente de las acciones más espléndidas que puedan honrar a una nación.

Aunque no se puede esperar que imiten el patriotismo de los antiguos, los hombres modernos son capaces de tener un patriotismo suyo propio, que consiste en el deseo de vivir en una comunidad bien ordenada donde puedan disfrutar de la tranquilidad pública, una administración correcta de la justicia y compartir la bendición del gobierno de la ley y la estabilidad general de la monarquía o la república. El «espíritu de ciudadanía» que se puede exigir a los modernos es un amor a las leyes y al bien común, aun cuando choque con intereses particulares. Aunque diferente de la participación política de los antiguos, los hombres modernos también ejercen una especie de poder soberano en sus actividades diarias, fuera de su entorno familiar, y dentro de la administración de su propiedad.

Esta interpretación del patriotismo está presente en «El espíritu de las leyes», obra en la que se recupera el significado original del concepto, pero también se le añaden importantes especificaciones. Como señala Montesquieu en la «Advertencia» el término «vertu», virtud, que aparece en los cuatro primeros libros, no quiere decir virtud cristiana o moral, sino virtud política, que es amor a la patria; es decir, amor a la igualdad. Como Maquiavelo, describe el amor a la patria como amor a las leyes y a las instituciones que protegen la libertad común. El amor a la igualdad es amor a la igualdad civil, igualdad como ciudadanos, es decir, derechos políticos iguales e igualdad ante la ley. En el estado de la naturaleza, explica Montesquieu, los hombres nacen iguales pero en sociedad pierden su libertad natural. Vuelven a ser iguales ante la ley mediante la ciudadanía. El verdadero espíritu de la igualdad consiste en «ni hacer a todo el mundo mandar ni en poner a nadie al mando, sino en obedecer y mandar a un igual».

No obstante, Montesquieu también recalca que, en su forma más intensa o heroica, la virtud política es una virtud de los antiguos. Los hombres modernos únicamente la conocen por rumores. Porque debido a su vinculación a intereses privados, no pueden amar su tierra natal ni demostrar el mismo grado de autosacrificio del que se dice que eran capaces los antiguos. El patriotismo de los antiguos era en parte una necesidad; cuando una ciudad era conquistada, explica en su «Pensées», los habitantes eran asesinados o esclavizados. Estaban tan fuertemente vinculados porque sus vidas y libertades individuales eran una y la misma que la vida y libertad de la ciudad. El amor a la patria de los griegos, señala, fue el resultado de su «fureur de la liberté» y se emparejaba con su coraje heroico y su odio a los reyes, dándoles fuerza para realizar sus memorables hazañas.

Para ser virtuosos, los ciudadanos de una república han de ser educados para dirigir sus pasiones y sus vinculaciones hacía fines comunes. Cuanto más se vean privados de las posibilidades de perseguir intereses propios y de ceder a los placeres de la vida privada, más amarán el orden republicano. Como los monjes que aman a su orden porque «sus reglas les privan de todo aquello sobre lo que se basan las pasiones ordinarias», los ciudadanos deben llevar una vida austera: cuanto más consiga la república doblegar los vínculos particulares y las pasiones privadas, más fuerte será. Y cuando señala que la virtud política está en el corazón del gobierno republicano, democrático o popular, se refiere a las repúblicas de los antiguos; esto es, a formas de gobierno en las que el pueblo, como un cuerpo, no solo tenía el poder soberano, sino también «vigilaba por el cumplimiento de las leyes».

Montesquieu no sólo ve una amenaza a la virtud política en la avaricia y en la ambición, sino también en el interés individual. Para prevenir el crecimiento de los intereses particulares, las repúblicas deben hacer que sus territorios sigan siendo pequeños. En las repúblicas grandes «los intereses se vuelven particulares» y el bien común «es sacrificado a mil consideraciones».

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Los teóricos clásicos y modernos han resaltado que el amor a la patria es un amplio espíritu de benevolencia que abarca a los padres, amigos y ciudadanos. En su lugar, Montesquieu señala que el amor a la patria requiere renuncia y sacrificio; Cuando los ciudadanos extienden su amor a su país, deben dejar de amar otras cosas o, por lo menos deben amar otras cosas, a ellos mismos, a sus familias, a sus amigos, de forma menos intensa. Para él, el amor no se expande, cambia. Los hombres modernos lo tienen de forma limitada: lo pueden invertir en su vida privada o en su país. Debido a que su amor se tiene que dividir entre su país y su vida privada, no pueden igualar el legendario patriotismo de los antiguos, quienes canalizaron, según la historia, todo su amor hacía su país.

Las ideas de Montesquieu sobre la virtud política se convirtieron en parte del patriotismo de la Ilustración. El artículo «Patrie», en la Encyclopédie, repite la definición de Montesquieu casi literalmente y presenta la virtud política como un ideal noble que requiere, sin embargo, una fuerza moral demasiado grande para los hombres modernos. La virtud política, dice el artículo, es «amor a la patria», amor a las leyes, amor al bienestar del Estado, y es particularmente fuerte en las democracias. Es, como Montesquieu había dicho, la renuncia a uno mismo, preferencia por lo público sobre el interés privado.

Correctamente entendida, patrie significa un país que todos sus habitantes tienen interés en preservar y que es hospitalario con los extranjeros. Es su madre común que ama a todos sus hijos por igual; honra a los ciudadanos que se han distinguido por su virtud, pero no discrimina o admite injustas preferencias. Acepta que algunos ciudadanos sean más ricos que los otros, pero exige que el camino a los honores y cargos públicos esté abierto a todos; y por encima de cualquier otra cosa no puede tolerar la opresión de un solo ciudadano.

Autor

REDACCIÓN