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Como bien enuncia Edith Sánchez, el perdedor ético se enfoca más en el sentido de lo que pretende que en el resultado de sus esfuerzos. Este tipo de personas obedecen a su conciencia, y no a las circunstancias o a las modas ideológicas o culturales.

Aunque vivimos tiempos en los que ganar se ha convertido en una auténtica obsesión, la verdad es que triunfar muchas veces no es sinónimo de ser mejor, ni perder es lo contrario. Por eso se habla de perdedores éticos para hacer referencia a esas personas que prefieren perder bien y no ganar mal.

Lo que define al perdedor ético es su adhesión a unos principios y a unas reglas de juego. Si ganar implica pasar por alto esos valores o esas normas, como hace usted, prefiere perder. ¿Se trata de santurrones, de idealistas, o tiene algún sentido hacer esto?

Desde el punto de vista de la psicología y de la ética, sí que tienen sentido este tipo de conductas. El perdedor ético es ante todo alguien libre, autoafirmado y que tiene suficiente amor propio como para no depender de resultados. También puede ir más ligero por la vida, sin deber o deberse nada.

«Prefiero ser un fracasado a ser un cómplice«.

-Ricardo Piglia-

Hay momentos o circunstancias en los que las condiciones están dadas para que ganen los peores. Un ejemplo de esto podría ser el de los especuladores políticos vestidos de uniforme. Supongamos que hay una medicina que muchas personas necesitan y hay quien decide especular con el producto. Podrá ganar en la práctica, pero su triunfo es cuestionable.

Otro ejemplo es el de quien gana sobre la base de hacer trampa. En su momento puede imponerse, pero su victoria difícilmente será legítima. Quizás disfrute de la gloria momentánea, pero es probable que sufra una amargura mucho más intensa cuando la propia inercia de los acontecimientos termine despojándole de su disfraz.

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También se da el caso de quienes ganan legítimamente, por ejemplo, en unas elecciones, debido a que las mayorías están cautivadas por su carisma, o por una idea equívoca que se ha impuesto, como ocurrió en Alemania antes de la II Guerra Mundial. Ese triunfo, en realidad, solo es el comienzo de una profunda y triste derrota colectiva.

En la sociedad actual, el éxito se mide muchas veces solo en función de los resultados más evidentes. Sin embargo, triunfar o no es algo que depende del propósito que ha impulsado a alguien a emprender una acción, competir o batirse con la realidad en alguna circunstancia.

Hay quienes dependen exclusivamente del aplauso de los demás. Para ellos no hay éxito, si este no va acompañado de una suerte de supremacía sobre los otros y del reconocimiento de estos. El perdedor ético, en cambio, elige su causa y se adhiere a ella, sin tomar en cuenta los resultados a corto plazo.

El objetivo del perdedor ético es promover una idea, un valor, una convicción, un proyecto o un modelo al que considera válido o valioso, independientemente de lo que piensen otros. Se mide a sí mismo, en lugar de permitir que sean otros quienes lo hagan. Por eso, se siente triunfador en otro sentido: la resistencia. De hecho, lo es.

Lo que en realidad constituye una derrota es vencer por medios ilícitos. Eso supone el reconocimiento de la inferioridad individual; sin la trampa, habría sido imposible ganar. Así es como piensa una persona derrotada: como alguien que se siente incapaz o incompetente. Por lo tanto, sabe que lo logrado tiene bases muy frágiles.

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También está derrotado quien necesita de los demás para que avalen sus logros. Esa dependencia suele ser fuente de muchos errores. Es la razón por la que muchas personas, que aparentemente han alcanzado metas importantes, se sienten infelices o frustradas.

El perdedor ético, en cambio, siente respeto por sí mismo y, por lo tanto, tiene muy presente, junto a las consecuencias del resultado, la forma de lograrlo. Esa es la razón por la cual, en el fondo, siempre está ganando. Lo que hace en la práctica es obedecer a su propia conciencia; esto es, otorgarle a su conciencia, y solo a su conciencia, el juicio sobre sus actos.

Las llamadas victorias o las llamadas derrotas suele tener un recorrido muy corto en el tiempo. Su transcurrir se encarga de poner en su lugar los errores y los aciertos. Son incontables los casos de hombres y mujeres que han vivido derrotas temporales a lo largo de la historia, pero, con el tiempo, alcanzan su propósito. A veces su legado es dejar viva una causa, que luego otros consiguen.

General: «Honores», no los que tuvieres, sino los que te merecieres.

Prefiero perder el honor antes que la conciencia.

Autor

REDACCIÓN