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Con la desaparición de Cánovas (1897) y Sagasta (1903) acabó el turno de los partidos (o sea, el bipartidismo) que habían acordado los líderes conservador y liberal en el Pacto del Pardo, a la muerte del Rey Alfonso XII. Más o menos bien el bipartidismo había funcionado y se había podido mantener la Monarquía. Pero, a partir de la muerte de Sagasta, los partidos políticos entraron en una fase de luchas internas y ambiciones personales que llegaron a hacer imposible el Gobierno de España. Los gobiernos se sucedían unos a otros, a veces no duraban ni un año, hasta el punto de que al Gobierno que duró dos años, presidido por Antonio Maura, le llamaron el Gobierno Largo (1907-1909) y todavía fue a peor cuando el año 1912 fue asesinado Canalejas siendo presi- dente del gobierno. La situación política se fue deteriorando y la economía se fue hundiendo, lo que llevó a la fracasada Revolución de 1917.

Llegada aquella encrucijada vital por el desgobierno, el Rey Alfonso XIII, que, aunque no era Rey absoluto, tenía poder para disolver las Cortes y convocar nuevas elecciones e incluso nombrar al presidente del gobierno, convocó a pala- cio a los jefes de los partidos con más representación parlamentaria y les indicó la necesidad de hacer un gobierno de concentración que acabase con el desgobierno y tratara de evitar la caída al precipicio al que llevaba a España la casta política. Y aquellos líderes, aun a regañadientes, aceptaron entrar en aquella coalición, aunque hubo que superar el ego- centrismo de todos ellos, ya que todos querían ser el presi- dente y no se conformaban con ser solo ministros. Al final se decidió, por sugerencias del propio monarca, que presidiese Antonio Maura, el jefe del Partido Conservador.

Aquel gobierno tenía como objetivos prioritarios recuperar la economía, resolver la crisis laboral y encontrar solución al «problema catalán». ¿Y qué pasó? Pues pasó que el ministro Alba dimitió por el problema catalán, y ya se tambaleó el Gobierno. A los pocos días dimitió el ministro Dato por las medidas económicas y laborales… ¡y cayó el Gobierno! O sea, que las luchas en el Parlamento se habían trasladado a la mesa del Consejo de Ministros. El gobierno de coalición había durado 4 meses.

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A partir de ese momento y hasta 1923 se sucederían 9 gobiernos, o sea a una media de 4 meses y medio. Así era imposible evitar el caos. Y así lo entendió el propio Rey, que viendo que España se hundía y que el «problema catalán» no se resolvía un día que viajó a Córdoba abordó la situación en la cena que le ofrecieron en el Círculo de la Amistad el 23 de mayo de 1921. Aquella noche el Rey dijo, entre otras cosas: «Yo no soy un Rey absoluto, y estoy muy satisfecho de no ser- lo, y mi firma autoriza tan solo a los gobiernos a presentar sus proyectos ante el Parlamento. Luego, en el Parlamento, ya saben ustedes lo que pasa… La oposición derriba al gobierno y el nuevo gobierno hace suyos los proyectos pendientes, pero entonces la hostilidad procede de quienes cayeron derribados y no ceden hasta que se cargan al nuevo gobierno… y así llevamos ya años, mientras España se va hundiendo…».

Era la puntilla a la casta política que había sucedido al bipartidismo que hizo posible la Restauración y el mantenimiento de la Monarquía. Después de aquellas palabras del Rey los grandes capitales, algunos partidos (entre ellos el PSOE), los sindicatos, las sacrificadas clases medias y Cataluña le dieron el visto bueno a la dictadura de Primo de Rivera.

Señores, ¿y no sería una pena volver a vivir lo que ya vivimos? España no se lo merece.

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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