22/11/2024 00:56
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Sé que vuestra decisión ya está tomada y que nada ni nadie os va a hacer cambiar de criterio. Sin embargo, lo que está en juego es tan importante que hasta ultimísima hora debemos meditar qué es lo mejor para Andalucía y después para España. Porque también es sabido que la Izquierda es más peligrosa cuando pierde que cuando gana y que el próximo Gobierno del señor Moreno (si es que las urnas así lo deciden) va a tener una guerra declarada desde el primer día.

Y la pregunta que yo me hago es ¿y quién va a combatir a las Izquierdas en la calle, en las fábricas, en los Ministerios, en la Administración, en los hospitales y hasta en los barcos?

Amigos, la Historia de España, por desgracia, se repite, y una situación casi idéntica a la que hoy vivimos con las elecciones andaluzas fue la que vivió España en las elecciones de 1933 (curiosamente también se celebraron un día 19). Entonces un joven José Antonio Primo de Rivera vio lo que iba a pasar y escribió, quizás, el mejor artículo de su vida “La victoria sin alas”, en la que ya anunciaba que el problema de la Derecha triunfante iba a comenzar justo al día siguiente de la victoria. O sea, una victoria que sería, como él la llamó  una “victoria sin alas”.

Así que antes de votar mañana pensadlo muy bien. ¿Está el PP preparado para luchar en la calle y en las fábricas un día y otro también?

Pues eso fue lo que vio José Antonio y eso fue lo que sucedió.

Lean y mediten antes de votar. ¿Quién puede hacer frente a las Izquierdas mañana cuando se vean en la calle? Esperemos que la Historia no se repita.

“LA VICTORIA SIN ALAS”

 

España entró otra vez en el sorteo del 19 de noviembre. Está bien que las urnas se parezcan al bombo de la lotería. Tanto da que una bola ruede la primera hacia el agujero como que un manojo de papeletas abrume a otro manojo. Aquello lo decide cualquier duende encargado de los azares de la lotería; esto, cualquier espíritu, bueno o malo, de justicia, de represalia o de histeria. Puro azar: un buen chiste contra un candidato puede privarle del triunfo a última hora. La comezón de sacudir un Gobierno que irrita puede determinar a un pueblo a derribar mil cosas. España se jugó otra vez al juego de las papeletas el 19 de noviembre.

Y hay quien cree que en ese sorteo se ha ganado nada menos que la contrarrevolución. Muchos se sienten tan contentos.

Una vez más tiende España a cicatrizar en falso, a cerrar la boca de la herida sin que se resuelva el proceso interior. Sencillamente: a dar por liquidada una revolución cuando la revolución sigue viva por dentro, más o menos cubierta por esta piel endeble que le ha salido de las urnas.

No se olvide un dato: hay algunas provincias –sobre todo en las andaluzas– donde el 60 por 100 del censo se ha quedado sin votar. En pueblos enteros, de miles de electores, se han contado por escasos centenares los votos emitidos. Mientras esos pocos electores votaban, muchedumbres torvas, hostiles, apiñaban en las esquinas la amenaza de su presencia, envolviendo en el mismo rencor a los candidatos de todos los bandos. «Todos son lo mismo –gruñían los campesinos andaluces–. ¿Qué nos importa a los obreros eso? ¡Que se destrocen los políticos unos a otros!». Las paredes blancas de los pueblos se ensangrentaban en imprecaciones: «No votes, obrero. Tu único camino es la revolución social». Y unos grabados tormentosos, oscuros, con tenebrosa calidad de aguafuertes, presentaban figuras famélicas con inscripciones como ésta debajo: «Mientras el pueblo se muere de hambre, los candidatos gastan millones en propaganda. ¡Obrero, no votes!»

En muchos sitios los obreros no han votado. Se han permitido el lujo escalofriante de regalar a la burguesía –a la derecha, principalmente– la máquina de legislar. Una orden dada a tiempo por los sindicatos, una movilización general de masas proletarias, hubiera producido la derrota de quién sabe cuántos candidatos de las derechas. Los obreros lo sabían y, sin embargo, se han abstenido de votar. Hay que estar ciego para no ver bajo ese desdén la amenaza terrible hacia quienes se consideran vencedores.

Las derechas están con su Parlamento recién ganado como un niño con juguete nuevo. Creen –así Azaña hace poco– que el mundo es ese mundo que se ve con la linterna mágica del Parlamento. Encerrados en el Parlamento se creen en posesión de los hijos de España. Pero fuera hierve una España que ha despreciado el juguete.

La España de los trágicos destinos, la que, por vocación de águila imperial, no sirve para cotorra amaestrada de Parlamento. Esa que ruge imprecaciones en las paredes de los pueblos andaluces y se revuelve desde hace más de un siglo en una desesperada frustración de empresas. La España de las hambres y de las sequías. La que, de cuando en cuando, aligera en un relámpago de local ferocidad embalses seculares de cólera.

Esa España, mal entendida, desencadenó una revolución. Una revolución es siempre, en principio, una cosa anticlásica. Toda revolución rompe al paso, por justa que sea, muchas unidades armónicas. Pero una revolución puesta en marcha sólo tiene dos salidas: o lo anega todo o se la encauza. Lo que no se puede hacer es eludirla; hacer como si se la ignorase.

Esto es lo grave del momento presente: los partidos triunfantes, engollipados de actas de escrutinio, creen que ya no hay que pensar en la revolución. La dan por acabada. Y se disponen a arreglar la vida chiquita del Parlamento y de sus frutos, muy cuidadosos de no manejar sino cosas pequeñas. Ahora empiezan los toma y daca de auxilios y participaciones. Se formarán Gobiernos y se escribirán leyes en papel. Pero España está fuera.

Nosotros lo sabemos y vamos a buscarla. Bien haya la tregua impuesta a los descuartizadores. Pero desgraciados los que no lleguen al torrente bronco de la revolución –hoy más o menos escondido– y encaucen, para bien, todo el ímpetu suyo. Nosotros iremos a esos campos y a esos pueblos de España para convertir en impulso su desesperación. Para incorporarlos a una empresa de todos. Para trocar en ímpetu lo que es hoy justa ferocidad de alimañas recluidas en aduares, sin una sola de las, gracias ni de las delicias de una vida de hombres. Nuestra España se encuentra por los riscos y los vericuetos. Allí la encontraremos nosotros, mientras en el palacio de las Cortes enjaulan unos cuantos grupos su victoria sin alas.

(FE., núm. 1, 7 de diciembre de 1933. Tachado entonces por la censura)

 

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Dicho esto, a mí solo me queda recordarle a la buena gente que se incline por votar al PP aquellos versos que figuran en las Ermitas de Córdoba: “Como te ves, me vi, como te ves, te verás, piénsatelo bien y no pecarás”

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.