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“Entra en mi despacho -hija-, debajo de unos papeles encontrarás un bloc. Tráemelo». ¡Era su testamento!

Así se lee en la entrevista de Alfonso Paso con la hija del Caudi­llo.

El testamento de Franco es la pieza política de mayor alcance espi­ritual e histórico del tiempo universal que vivimos.

En el prólogo del libro editado en la U.R.S.S. sobre las Brigadas Internacionales que lucharon en España en ayuda del Ejército rojo, se afirma con toda solemnidad que el hecho más importante del siglo, incluyendo la se­gunda guerra mundial, las de Vietnam y Corea, es, sin duda, la guerra de liberación española de 1.936 a 1.939. Y lo es por cuatro razones:

1)  porque la guerra española fue un enfrentamiento total, en el es­pacio europeo, de dos concepciones antagónicos sobre el hombre y la Comunidad política, de dos cosmovisiones antitéticas, sin coexistencia posible, a pesar de las posturas equilibradas o de centro;

2) porque, siendo así, la guerra española, al incidir en una temática universal, al constituir un exponente dramático de esa tensión ideológica que afecta a cada hombre y a cada pueblo, embanderó en un sentido o en otro a la humanidad toda. La guerra de España se siguió en todas las latitudes, no como una batalla lejana y ajena, sino como un combate próximo, propio, y has­ta diría que íntimo. Los nombres de los pueblos más diminutos de España tras­pasaron las fronteras, y episodios como los del Santuario de la Virgen de la Cabeza o el Alcázar de Toledo conmocionaron a todas las juventudes;

3)  porque, al seguir no sólo en pie, sino más audaces y endurecidos los planteamientos originarios de esa guerra, su temática sigue apasionando de tal modo que el número de monografías, ensayos y artículos que se dedican cada año a la Cruzada española, exceden con mucho a los que se ocupan de otros temas, y

4) porque esa guerra, pese a sensiblerías naturales o provocadas, no ha concluido tampoco en España, ya que, si es cierto que la guerra calien­te, la de las trincheras y los obuses, terminó el 1 de abril de 1.939 con la victoria de los Ejércitos de Franco, la guerra fría y sicológica se reanudó al día siguiente; y ahora asistimos, gracias a la tenacidad que es preciso re conocer al adversario, a la comodidad en que se refugiaron los vencedores y al entreguismo abúlico, suicida, pero cargado de complicidad, de la clase di­rigente, a una cuenta hacia atrás, a un retroceso que invierte el sentido de esa misma Victoria, poniéndola en manos de sus peores enemigos. Y es este de­senlace, entre dramático e irónico, el que el mundo contempla, según las ideologías, con regocijo o estupor.

 

– II –

Pues bien; entre la alocución de Franco el 18 de julio de 1.936, desde Santa Cruz de Tenerife, hasta su testamento en el Pardo, leído el 20 de noviembre de 1.975, transcurren casi cuatro décadas en las que España, bajo su rectoría y gobierno, no sólo:

– alcanzó un grado de prosperidad que parecía imposible después de la decadencia, sino que

 

– se transforma en un pueblo que ensaya, con una doctrina original, la construcción de un Estado nuevo, superador del liberalismo y del marxismo en el campo de la política, del capitalismo y del colectivismo en el campo de la economía.

a) Desde el punto de partida, 18 de Julio de 1.936, en el que Franco, dirigiéndose a los españoles, dijo:

«A cuantos sentís el Santo amor a España, a los que en las filas del Ejército y la Armada habéis hecho profesión de fe en el servicio de la Patria, a cuantos jurasteis defenderla de sus enemigos hasta perder la vida, la nación os llama a su defensa.

Pactos electorales, hechos a costa de la integridad de la propia Patria… malicia y negligencia de autoridades de todas clases, que, amparadas en un Poder claudicante, carecen de autoridad y prestigio para imponer el or­den en el imperio de la libertad y de la justicia… ¿Es que podemos abandonar a España a los enemigos de la Patria, con proceder cobarde y traidor, en­tregándola sin lucha y sin resistencia? ¡Eso no! Que lo hagan los traidores; pero no lo haremos quienes juramos defenderla».

(Vosotros sabréis si entre aquella situación y la actual existen o no afinidades; a lo mejor no son más que simples coincidencias que no las identifican).

b) Hasta su testamento, que vamos a repasar y comentar, hay una lí­nea de fidelidad a los mismos ideales.

 

I.- «En el nombre de Cristo me honro y ha sido mi voluntad constante ser hijo fiel de la Iglesia, en cuyo seno voy a morir».

Y nosotros, los católicos españoles, los católicos del mundo, los que no hemos desertado, los que no levantamos el puño al lado de los marxistas que asesinaron a nuestros mártires durante la Cruzada y persiguen a nues­tros hermanos en los países soviéticos, nos honramos con esta profesión pública de fe.

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En medio de un mundo ateo, pagano, indiferente, laico, agnóstico, tu «Credo in unum Deum» es un testimonio y un grito de lealtad y de valor.

Y, sobre todo, cuando amplios sectores de la Iglesia, en cuyo seno querías morir y has muerto, te olvidó, te ofendió, te ultrajó, con una conducta antievangélica, con un anti ejemplo de lo que es, no sólo la caridad, sino también la justicia.

¡Qué bien te cuadran los versos de José María Pemán, para el atardecer de tu vida, que recordaba María Jesús Fernández Troconiz en su carta al Caudillo agonizante:

“Te he confesado hasta el fin

con firmeza y sin rubor;

No puse nunca Señor,

la luz bajo el celemín.

Me cercaron con vigor

angustias y sufrimientos,

pero de mis desalientos

vencí, Señor, con ahínco.

Me diste cinco talentos

y te devuelvo otros cinco».

 

II.- «Pido perdón a todos, como de todo corazón perdono a cuantos se declararon mis enemigos, sin que yo los tuviera como tales. Creo y deseo no haber tenido otros que aquéllos que lo fueron de España.

Saber perdonar. Y hasta 70 veces 7. Y despersonalizar el odio.

¡Comparad este perdón con los versos de Alberti o con las palabras duras e inmisericordes de Santiago Carrillo, o con los insultos que envilecen al que los pronuncia de Salvador de Madariaga!

El perdón sublima, diviniza en su propia humildad. Dijo el Maestro:

«Perdónales, Padre, porque no saben lo que hacen».

Y tú, recordando al Maestro, dices: «No, si no os considero mis enemigos, aunque vosotros os declaréis como tales. No os considero como mis ene­migos, y hasta tengo que pedir perdón por perdonar enemistades que de mi lado no existen».

 

III.- «Amo (a) España hasta el último momento, a la que prometí ser­vir hasta el último aliento de mi vida».

¡Y cómo la serviste!

En África, con Millán Astray, al frente de tus inolvidables legionarios, herido gravemente en la campaña, ganando cruces y ascensos a golpes de heroísmo, hasta ser el más joven de los generales de Europa.

Y en la Academia General Militar de Zaragoza, en la que pronuncias­te tu famoso discurso sobre la disciplina, y en la que formaste a los cuadros de oficiales, levadura y fermento de la Cruzada.

Y en Asturias, en 1.934, y en la guerra de liberación, y durante el cerco internacional, y en los días duros en que hiciste que España cambiase de piel.

 

IV.- «Quiero agradecer a cuantos han colaborado con entusiasmo y entrega y abnegación, en la gran empresa de hacer una España unida, grande, libre, (y) por el amor que siento por nuestra Patria, os pido que perseveréis en la unidad y en la paz».

¡Señor!, nosotros perseveramos en la unidad. No hemos querido romperla.

Las cinco unidades son sagradas para nosotros: la religiosa, la de los hombres, la de las clases, la de las tierras y la de España consigo misma, fiel a su tradición, y por eso mismo diferente.

Son otros los que rompieron la unidad, los que te cercaban y adulaban, los que esperaban tu muerte, acobardados ante tu nombre y tu prestigio, para dividirnos en nombre de la Reforma política y traernos los partidos que convierten a los hombres en rivales; los sindicatos revanchistas, que enfren­tan a las clases; los separatismos que alzan fronteras entre comarcas a las que une un destino común; la división religiosa y la infidelidad a la Tradi­ción.

 

V.- «No olvidéis que los enemigos de España y de la civilización cristiana están alerta. Velad también vosotros».

No sólo están alerta. Han pasado a la ofensiva y han conseguido po­siciones clave.

Tú denunciaste una y otra vez el liberalismo, y aquí lo tenemos.

 

Tú dijiste que donde tú estuvieras no habría comunismo, y apenas has dejado de estar con nosotros, aquí está el comunismo, en las calles, en los medios de comunicación, en actos públicos, organizándose más y mejor para el asalto final que, deshaciendo lo que aún queda de tu obra, deshaga defini­tivamente a España, a la que tú quisiste defender de sus enemigos allá en tu alocución de 1.936, y ahora, advirtiéndonos en tu mensaje último del 12 de oc­tubre de 1.975.

 

VI.- «No cejéis en alcanzar la justicia social y la cultura para todos los hombres de España, y haced de ello vuestro primordial objetivo».

Cultura: Tú desterraste el analfabetismo, abriste millares de escuelas, creaste los bachilleratos técnicos y pusiste en marcha las Universidades laborales.

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El presupuesto de Educación supera al de las otras atenciones del Estado, y si alguna queja nos acongoja es la de que sus beneficiarios de escala superior lo hayan agradecido tan poco.

Justicia social: Pero ¿quién como tú no la impulsaste?

Desde el «Fuero de los españoles» hasta los Sindicatos verticales.

Desde la amplia Seguridad Social hasta las grandes residencias para ancianos.

Desde la consideración del trabajo como honor y servicio hasta la representación en la Cámara legislativa de los trabajadores.

 

VII.- «Mantened la unidad de las tierras de España, exaltando la rica multiplicidad de sus regiones».

España es una y múltiple. Múltiple en las flechas y una en el yugo que las abraza.

La unidad no es la uniformidad, pero la diversidad no es tampoco la dispersión.

Por eso la dispersión, que lleva al separatismo, es un pecado que no se puede perdonar.

Por eso la uniformidad, que arroya y aplasta en un conjunto gris, aburrido y monótono, es otro pecado contra el espíritu de la Patria, porque pretende arrancarla su propia fisonomía y vitalidad.

Multiplicidad en la unidad, que hacen a Cataluña y a Castilla dife­rentes, pero no adversarias, y a Andalucía y al País Vasco, complementarios y no enemigos,

Multiplicidad en la unidad para conseguir la fortaleza, pero nunca para debilitarla o dividirla.

 

VIII.- «Quisiera en mi último momento, unir los nombres de Dios y Es­paña y abrazaros a todos para gritar juntos, por última vez, en los umbrales de mi muerte, ¡Arriba España!  ¡Viva España!»

¡Los nombres de Dios y de España unidos! ¡Por eso tu guerra fue Cruzada y tuvo héroes, mártires y santos!

¡Juntos! ¡Qué sentido de entrega a tu pueblo, de amor profundo a tu pueblo!

Yo te recuerdo fundido en la multitud. Fue cuando la inundación de Murcia, allá por los años 45 o 46.

 

¡Aquel socialista recién salido de la cárcel, arrepentido y conven­cido que te aclamaba a mi lado, y aquella multitud que gritaba: «¡Bendito di­luvio que nos deparó la oportunidad de verte y abrazarte!»

Unido a tu pueblo en la Plaza de Oriente; cuando la O.N.U. nos de­claró su «guerra», y el primero de octubre de 1.975, cuando señalaste al enemigo: la masonería y el comunismo.

Mientras, los reformistas a tu lado, con el ceño fruncido y una mi­rada despreciativa a la multitud, aguardaban la hora de tu muerte para labo­rar deprisa.

Pero Franco no ha muerto del todo.

– Lo grita, no el eco, sino la fe de los españoles que siguen pro­clamando con fervor tu nombre.

– Lo grita tu obra, que está ahí, cada día más grande ante la mez­quindad de los unos y el odio y la piqueta demoledora de los otros.

– Lo gritan aquéllos que en el mundo te siguen mirando como un ejemplo y un símbolo, como el coronel del Regimiento argentino de Caballería blindada «Húsares de Pueyrredón», cuando, en el cuartel, luego de oír una Misa por el Caudillo muerto, dice a los jefes, oficiales, suboficiales y soldados de su unidad: «España, la insigne, la educadora de pueblos, la forjadora de civilizaciones. ¡Por gracia de Dios daba otro ejemplo a la humanidad! Esta vez los siglos de sabiduría, de tradición católica, se expresaban en la síntesis de una nación: su jefe Francisco Franco”.

Las legiones libertadoras de Franco, devolvieron su honestidad a su pueblo.

Por eso estamos aquí.

Para él, la gloria.

Para el «Padre de la raza», nuestro recuerdo (porque) no es la muerte la que abruma; es la inmortalidad la que ennoblece.

¡Francisco Franco no ha muerto! Los verdaderos soldados nunca mue­ren.

José María Sánchez Silva, el autor de «Marcelino pan y vino», en un libro precioso: «Cartas a un niño sobre Francisco Franco», les dice, y nos dice, aunque no seamos niños:

«El tesoro que Franco te deja es una Patria reconstituida y en paz. No ha necesitado ser rey, ni presidente de ninguna República para conseguirlo: sólo ha necesitado honestidad, valor y capacidad de trabajo. Compara la Espa­ña que Franco recibió con la España que Franco te deja».

¡Por la continuidad y perfección de la España de Franco, nosotros seguiremos en línea de combate! ¡Si queréis acompañarnos en tan noble y uni­versal empresa, dadnos vuestro voto!

 

¡ARRIBA ESPAÑA!

 

 

 

 

 

 

 

Autor

REDACCIÓN