
El idioma español es hablado por más de seiscientos millones de personas en los cinco continentes, pero en su cuna, en España, es incomprensiblemente ninguneado, proscrito y en alguna de sus regiones – cada vez más – prohibido y para más escarnio, multados los establecimientos que rotulen en el idioma de Cervantes o en el que el marinero Rodrigo de Triana gritara un glorioso 12 de octubre de 1492 ¡tierra a la vista!
La riqueza léxica de nuestro idioma es inconmensurable, no sólo por los vocablos típicamente españoles sino por el enriquecimiento que le aportan los iberoamericanos.
Los insultos y los elogios son una clara muestra de esa riqueza léxica pues la palabra es una manera de decir lo que esconde el corazón y anida el ánimo. En español se contemplan unos veinte mil insultos y unos ocho mil elogios, clara muestra de que a los españoles nos gusta más insultar que elogiar.
Sí, podemos decir que en el insulto se distinguen varios grados. Con la insolencia perdemos a alguien el respeto; con el improperio insultamos gravemente y con la injuria ultrajamos de manera verbal. No pretendo en este artículo referirme a ningún hombre de los que consiente el adulterio de su mujer o que vive de prostituir a la misma. Tampoco voy a hacer alusión de la mujer que comercia con su cuerpo haciendo de la cópula carnal su medio de vida. Únicamente me voy a referir a calificativos de uso muy popular y nada dañinos referidos en este caso, a una persona que desde hace poco tiempo acapara gran parte de las noticias políticas actuales.
Este personaje acumula en su persona una gran cantidad de calificativos dada su pertinaz y torpe actitud. Algunos son los siguientes:
Majagranzas: se predica así en tierras burgalesas y canarias al sujeto visiblemente tonto, que siempre está donde no debe y que molesta e importuna.
Marmolillo: en puntos de Andalucía se dirige a la persona de pocas luces o entendimiento mermado, vamos, un zote. Este calificativo ya lo utilizó en su día Alfonso Guerra refiriéndose al presidente Calvo Sotelo.
Manzámpulas: en la jienense sierra de Cazorla llaman así al ignorante y patán y al individuo grosero.
Mascachapas: calificativo que se le da al sujeto bobo e ignorante.
Mostrenco: es una voz de uso muy diverso en el mundo hispanohablante y se asigna a personas zafias que andan de un lado para otro sin oficio definido. El mostrenco tiene notas connotativas de individuo grueso, pesado, ignorante y tan tardo en el discurso que requiere tiempo para recoger sus ideas. Igualmente, sujeto de poca valía social; don nadie.
Obtuso: dícese de la persona cabezota y cerril uso que ya daba el filósofo Jaime Balmes; es contrario a agudo, es decir a la persona ingeniosa y lista.
Creo que con estos calificativos empleados no sólo en España sino también en Iberoamérica, el idioma español se define claramente a un sujeto que ocupa un ministerio en la actualidad y que durante toda su vida ha medrado en cargos públicos dejando en todos ellos claramente su incompetencia, zafiedad y torpeza.
Es un hombre sin criterio propio que de manera obtusa defiende lo indefendible, y da pábulo a noticias infundadas que además, defiende con vehemencia y sin argumentos haciendo gala de la expresión del castellano antiguo “sostenella y no enmendalla” que es una forma de mantener obstinadamente su error por orgullo o por creer que corregirse desvelaría su torpeza o pondría en entredicho su capacidad. Obra siempre bajo el dictado de su jefe y permanentemente está obsesionado con el proceder y actuación de una adversaria política que le supera con creces en valía profesional y en valores éticos.
En España, siempre se ha llamado a estos sujetos, zoquetes en alusión al pedazo de pan duro y por comparación al individuo duro de mollera. Desgraciadamente, hoy abundan mucho y gran parte, hacen de la política su forma de vida.
¡Qué tiempos en los que en España solo había un tonto en cada pueblo!
Por cierto, si les queda alguna duda de quién es este sujeto, en la antigua Castilla la Vieja, hoy Castilla y León, le llamaban “cabezabuque” y también la cabeza en la que no se ponía el sol.
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