Una reciente relectura de Spes Salvi me ha sugerido una reflexión que me vale para contextualizar este libro. Benedicto XVI desarrolla la idea de cómo, a partir de la Ilustración, la esperanza cristiana va siendo sustituida por una esperanza humana que tiene como último elemento legitimador a la Razón, una razón emancipada de la fe, que relega a ésta al ámbito privado y personal. Ésta es la primera gran convulsión que sufre la Cristiandad (entendiendo este concepto en un sentido más amplio que el histórico). El otro terremoto es la revolución marxista. Ahora es la libertad, también emancipada de la fe, la que construye una sociedad perfecta, donde no hay dominadores ni dominados. El paraíso igualitario sustituye a la esperanza cristiana. “Las ideas de razón y libertad ocupan el núcleo de la idea de progreso. El progreso es la superación de todas las dependencias, es progreso hacia la libertad perfecta” (párrafo 18).
Ahora bien, en este texto escrito en 2007 -no poco tiempo para la aceleración que tiene hoy el devenir histórico- echo en falta referencia a una “tercera revolución”. Las dos primeras tiene un sentido socio-político, aunque unos fundamentos antropológicos y morales (en última instancia, religiosos) que no pueden negarse. Este tercer embate, aunque pueda tener una apariencia incruenta, es el más radical y su carácter antropológico afecta al concepto mismo de lo humano. No se trata sólo de trastocar el orden social y las normas que rigen nuestra convivencia, sino de algo más profundo: cambiar (prácticamente diluir) el concepto de hombre. Esta mutación, no seamos ingenuos, no se queda en el ámbito personal y moral, sino que tiene consecuencias graves en el terreno social y político.
Esto es lo que llaman algunos pensadores Transhumanismo o Antihumanismo y que Cotta llama, de forma más contundente, Contrahumanismo.
¿Qué es este Contrahumanismo que cada vez ocupa más nuestra inteligencia y determina nuestros valores? El autor lo define como “aquella visión del mundo y del hombre donde el hombre no es una excepción en el mundo, sino una especie animal más, con más neuronas, pero, precisamente por eso mismo, especialmente dañino, fugaz y soberbio para el mundo natural que según las leyes de una evolución ciega lo ha producido” (p. 13).
Este fenómeno se manifiesta de diversas formas y admite diversas máscaras. Antinatalismo, ecologismo radical, animalismo, ideología de género, pansexualismo, aborto, eutanasia… Movimientos tan distintos y, sin embargo, con una inspiración y un objetivo común. Basta con asomarse cualquier día a los medios o la red para encontrarnos con esa lluvia fina, continua y efectiva que va, desde hace tiempo, conformando los cerebros de varias generaciones y que les va inoculando la idea de que el hombre es un mal bicho o, en todo caso, un extraño experimento sin el cual el universo podría pasar muy bien.
Frente a esta fuerza gigante y hegemónica, hay que presentar resistencia y pasar al contraataque. No podemos quedarnos de brazos cruzados esperando que esta apisonadora nos lamine. Contra el Contrahumanismo se propone el Rehumanismo. Se trata de vindicar lo que desde hace tiempo ha parecido de sentido común y que nos llega de la cultura clásica y el Cristianismo. Esto es, recordar que “el hombre es una excepción en el mundo, la única persona conocida, el logos con minúscula que apela a un Logos con mayúscula (…), la única especie que no podemos asimilar al resto de los animales” (p. 12).
Desde su doble condición de profesor de Lenguas Clásicas y de intelectual católico, que nunca oculta su filiación en el debate público, el autor vindica este humanismo clásico y cristiano que se actualiza en el Rehumanismo, pero no que no hace sino continuar bebiendo en las antiguas fuentes en las que están nuestras raíces culturales y espirituales.
Una tarea, ésta, actual y apremiante, pero que es continuación de otras luchas antiguas. La lucha entre el Bien y el Mal. En esta batalla (“ingente”, la llama el autor, p. 81) hay factores ideológicos, científicos, morales, pero en última instancia la gran contienda, la que decide la victoria o la derrota, se juega en el terreno religioso. No es casualidad que esta que llamo “tercera revolución” tenga, como sus antecesoras, la liberal y la marxista, un mismo enemigo. No es casual que (reales en las primeras, incruentas pero efectivas en la última) apunten a un mismo objetivo. El enemigo a batir es el Cristianismo.
Podremos restaurar el concepto de lo humano a la luz del Dios que se hizo hombre y que dota, por ello, a la condición humana de una dignidad inalienable. Cualquier hombre ha sido creado por Dios y es objeto de la redención de Cristo.
Esta chispa de divinidad (ad imaginem et similitudinem nostram), a pesar del abismo insondable del mal que acompaña al hombre desde Caín a Stalin, hace que este ser extraño sea distinto, aunque amasado del mismo barro, que la piedra, la estrella o el gato.
La batalla por el Rehumanismo será dura porque el enemigo es poderoso. Será larga porque su fin será el Fin de la Historia. Contamos con la ventaja de estar en el lado de la Verdad.