28/09/2024 13:15

La rabia, el dolor y la impotencia se sienten en el alma. Dicen que hablar de sentimientos es liberador, pero en ocasiones hacerlo no resulta fácil y puede resultar más complicado cuando quieres expresarlo en un escrito.

Voy a intentarlo.

Como catalana que soy, me duele profundamente ver el espectáculo bochornoso que se está desarrollando en la política catalana y, consecuentemente, en la política nacional. Me he llegado a plantear marcharme de la tierra en la que nací, por sentirme excluida y señalada por el simple hecho de no predicar con una ideología supremacista y por no renunciar a lo que soy: española.

Son constantes los mensajes que me hacen sentir extranjera en mi propia tierra.

Me duele salir de Cataluña y ver como desde el resto de España se tiene una imagen distorsionada del conjunto de los catalanes.

Me duele tener que insistir en que, al igual que yo, la mayoría de catalanes nos sentimos españoles y catalanes.

Me duele que me obliguen a utilizar el catalán en las administraciones públicas.

Me duele que los padres tengamos que batallar judicialmente para que nuestros hijos reciban una o dos asignaturas en español.

Me duele que un facultativo médico no pueda ejercer en Cataluña por no tener un determinado nivel de catalán.

Me duele que Cataluña sea “moneda de cambio”.

Me duele que Cataluña y los chantajes sean la “muletilla “de Pedro Sánchez.

Los catalanes no nos estamos “matando” entre nosotros. Vivimos en paz, en nuestro día a día, con nuestras alegrías y nuestras penas. Que se apruebe una ley de amnistía redactada por un prófugo de la justicia con la excusa de generar una “buena convivencia” en Cataluña, me horroriza. Los únicos que han roto la paz y la convivencia en Cataluña fueron aquellos que instaron a la realización de un referéndum ilegal el 1 de octubre de 2017. Quienes rompieron la paz social fueron aquellos que hicieron arder las calles de Barcelona y paralizaron un aeropuerto en el 2019. Disturbios que ocasionaron violencia y terror, señalamiento y exclusión. Fueron días en los que salir a la calle daba miedo, porque no sabías en qué momento te ibas a encontrar con unos salvajes que rompían las lunas de los escaparates de los comercios, destrozaban mobiliario urbano o quemaban contenedores en cualquier parte de la ciudad. Esa ha sido la etapa de violencia callejera que amedrentó a todos los catalanes.

Esta situación fue provocada y alentada por los personajes que a posteriori redactaron su propio documento de amnistía. Son los mismos personajes que chantajean al actual Presidente del Gobierno para conseguir la presidencia de la Generalitat. Son los mismos que piden una “financiación singular”, los que siguen insistiendo en un referéndum de ruptura con España y aquellos que dicen que “lo volverán a hacer “sin haber entonado un “mea culpa” cuando estaban encarcelados (y posteriormente indultados).

Estos que se hacen llamar políticos independentistas no buscan mejorar el día a día de los catalanes, esto les importa bien poco. En realidad, tampoco quieren que se consiga la independencia porque entonces ya no tendría motivo para seguir reivindicando y se les acabaría el “chollo”.

Como decía al principio, siento una profunda pena por todo de lo que está sucediendo en Cataluña. Siento vergüenza cuando se quiere pisotear al resto de los españoles por unos votos que mantendrán a alguien en su “trono”. Siento pavor al pensar que se deje en manos de los políticos independentistas catalanes la recaudación de los impuestos de Cataluña, pues hasta la fecha, somos la comunidad autónoma con más impuestos propios, impuestos que no van destinados a mejorar la sanidad, por ejemplo. Buena parte de la recaudado en Cataluña está destinado a financiar a los “voceros” del independentismo, es decir, a la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales (TV3, Catalunya Radio…) o a los chiringuitos diplomáticos instalados en varios países del mundo.

Me queda mucha rabia en mi interior, impotencia e indignación.

Quiero confiar en las bases de nuestro Estado Democrático de Derecho pero, en ocasiones, como ahora, todo se me resquebraja.

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Eva Higueras
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