21/11/2024 15:42

Por más que uno personalmente pugne por otra forma de Estado más eficaz y necesaria para el tiempo presente, nadie medianamente sensato puede dejar de reconocer que Franco tomó en su momento la decisión acertada. A saber, que la Monarquía, por su naturaleza, era, como a la postre se ha demostrado, al menos hasta este momento, la fórmula más necesaria para España.

Acierto indiscutido e indiscutible, porque Franco sabía que los enemigos de España estaban alerta, y que, si bien contra su autoridad no tenían nada que hacer, como a lo largo de casi cuarenta años se había demostrado, si la tendrían tras su fallecimiento. Así pues, la Monarquía, contra todo pronóstico dentro y fuera de España, terminó siendo la solución; el último legado que España ha recibido de Franco, por más que no se reconozca.

Y decimos solución, porque, frente a la polarización y división que se produciría tras su fallecimiento, la Corona sería, a su eminente juicio político, como se ha demostrado, la institución capaz, única, de mantener la concordia y la estabilidad por más que se hundiera la legitimidad política. Que es lo que ocurrió apenas un año después de fallecer en una cama de la Residencia Sanitaria de la Seguridad Social, La Paz.

Pero, como cada tiempo tiene sus preocupaciones. Cuando se cumplen diez años de la proclamación de Felipe de Borbón y Grecia como Rey de España, Felipe VI, si algo hay que constatar de este tiempo convulso, es por haber eclipsado el Régimen de 1978, al que por fin se le ven las burdas costuras con las que está confeccionado. Siendo su principal y más grave error el que señala con total acierto, Juan Manuel de Prada (“La culminación del Régimen del 78”. ABC, Opinión, 15 de junio, 2024): “Bajo el Régimen del 78 no puede haber libertad política alguna, por la sencilla razón de que preconiza un Estado inmoderado, donde el poder no contiene al poder; donde no existen límites ni contrapesos a la voluntad omnímoda del poder político, que puede convertirse en creador caprichoso de leyes, mediante un puro ejercicio de la fuerza (disfrazada, por supuesto, de mayoría parlamentaria)”.

Un régimen que cercena la libertad por fundamentar la representación en poderosas superestructuras que ahogan la verdadera representación (los Partidos Políticos), compuesta de camorristas, fantoches propagadores de bulos y calumniadores mediante la estigmatización del adversario, a quien considera el enemigo.

Ya me dirán si no podemos estar en un momento de cambio y transformación, que es algo que me resulta muy interesante.

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En cuanto a la Corona, que es hoy el tema que interesa abordar, por encima de lo que algunos instalados digan que es “la transmisión de la excelencia”, cuya afirmación no corrobora el destierro obligado del Emérito, la sentencia es contundente: el Rey hace lo que puede, que es muy poco. En este sentido dos cosas deberían decirse: que la Corona permanece en su estado de inutilidad como forma de Estado para dar solución a los avatares políticos e institucionales de España; y que la Monarquía, como forma de Estado, aunque se diga que “va camino de consolidarse por encima de las personas”, cada vez tiene menos aliados entre las nuevas generaciones, que no logran entender que sea sólo un referente de atrezo de la España constitucional, con un discurso pautado, al dictado del interés político de turno.

Así, pues, cada vez es mayor el sentimiento republicano entre las generaciones más jóvenes, al que pronto se apuntarán los medios de comunicación, cruciales para el cambio. Y tanto será así, que los partidarios de la Monarquía comenzarán a tener sentimientos encontrados, por cuanto también ellos considerarán la nula capacidad de respuesta de la Corona para afrontar los problemas a los que nos enfrentaremos en el contexto nacional e internacional.

Con todo, el argumento principal a favor de la República será el cuestionamiento de la supervivencia de una excepcionalidad democrática, absolutamente irracional, o, si se quiere, la constatación del mantenimiento del negocio de una familia. Cuestiones difíciles de seguir asumiendo, aunque la institución troque en matriarcal, y algunos digan, sacándose de la manga la carta que les conviene, como hacen los tramposos en el juego del poker, que “la sucesora ha encontrado una extraordinaria acogida popular a su joven y espléndida figura, como garantía de la continuidad monárquica” (Abel Hernández, Campaña contra el Rey, La Razón, 18 de junio, 2024)

Y es que, si se trata de apostar por una forma de Estado capaz de responder a los retos del tiempo presente, tomamos como ejemplo a Emmanuel Macron, que ha disuelto la Asamblea Nacional de Francia tras el triunfo de la Agrupación Nacional en las elecciones europeas (9 de junio) -algo impensable que esto lo pudiera hacer Felipe VI por más grave que sea la situación en España-, y que a su vez, tendría poderes suficientes para mantener la estabilidad y la seguridad de Francia si la izquierda se alzase contra el orden constitucional en el supuesto de que las próximas elecciones generales las ganase la formación política que lidera Marine Le Pen. Que esto tampoco lo podría hace Felipe VI sin antes ser autorizado por la persona causante de esa situación de inestabilidad y falta de seguridad en España. Aunque lo que sí hace es firmar, “obligado”, dice Abel Hernández en Campaña contra el Rey (La Razón, 18 de junio) la ley de Amnistía a favor de los golpistas catalanes, pese a que dicha ley vulnera flagrantemente la Constitución.

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No todos los que apostamos por la República somos de extrema izquierda o separatistas, en mi caso, por ejemplo, tengo como mentor político a José Antonio Primo de Rivera, un caso excepcional en el contexto de los políticos e intelectuales de su tiempo, que transformó la mirada de los espacios hasta ese momento, compartimentos estancos. Una respuesta de alternativa política que no se apuntó a la retórica incendiaria, que demasiadas veces oculta el puro placer de dominar, dando razones para ofrecer un futuro más humano. Un discurso que zarandea los malos impulsos, la comodidad, las ambigüedades del dogmatismo, negándose a ver la realidad en blanco y negro, aunque eso significará enemistarse con los fanáticos de todos los colores. Un discurso que proclama la verdad, recordando que el adversario puede estar diciendo, si no toda la verdad, sí parte de ella. Un discurso que tuvo el coraje del matiz, sin renunciar al compromiso. Ahora bien, José Antonio era demasiado de derechas de izquierdas para ser apoyado.

Ya me dirán si no podemos estar en un momento de cambio y transformación, que es algo que me resulta muy interesante.

Nota del editor: aunque  no se convenga en el argumentario de los colaboradores, se respeta la libertad de expresión, ya sea en la crítica o la aprobación, desde la ponderación y el respeto a la legalidad.

 

Autor

Pablo Gasco de la Rocha
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observador

«la Monarquía, por su naturaleza, era, como a la postre se ha demostrado, al menos hasta este momento, la fórmula más necesaria para España», era y es. lo que ocurre es que franco como liberal conservador dio esa monarquía a un liberal principito, lógico. podía haber optado por otros candidatos pero, no, optó por el liberal masón que hasta su padre (otro sin verguenza) le pregunto delante del cuerpo caliente de su hermano «dime que no has sido tu». Y es que el padre bien conocía al hijito. Carrero Blanco lo vio venir y tenía bien diseñado cómo debía ser la Monarquía y tenía bien atado a juanito. Por eso kisinger le amenazó de muerte y al día siguiente voló por los aires. Con Carrero moría el último hombre de honor. Los felones y torticeros Torcuato y compañía ya tenían las manos libres para su proyecto y acción de destrucción de España.
Ahora Felipe VI sólo es el continuador de toda esta destucción (que ha costado 50 años) y es que ese es el papel que le han asignado. A su padre le asignaron el papel de poner en marcha el proceso destructivo con sus bases legales. Al hijo le han encargado acabar el proceso, culminarlo. bueno, es la segunda transición que dijo Zapatero.
Respecto a lo de su opción por la República, pues es más de lo mismo. La continuidad de todo esto de hoy. Pero si de facto hoy vivimos en una República que en vez de presidente de república hay un señor que se titula rey, pero es exactamente lo mismo. una república no funcionaría de manera diferente. y tengo para mi que la corrupción global sería más profunda y extensa, porque experiencia de esto ya lo tenemos en la historia.

Lola Cárdenas

Sres :

Dejense de Monarquía ó República, faltan pocos años para que esto sea un Califato, para que calentarse la cabeza. España está podrida y no hay quién la salve.

Fue Rob

Señoras y señores, España no tiene arreglo si no se levanta otro Franco.

joseantonio1

Yo esperaba del rey un gesto contundente y discrepante con la llamada «ley de amnistía» (así en minúscula por que semejante bodrio no puede tener el rango de Ley en una país serio), publicitado y dirigido a toda España por todas las cadenas de televisión ; o algo mucho más contundente que un mero discurso en modo navideño ya que su firma da la razón a los secesionistas de todo pelaje. En fin , yo esperaba algo más de Felipe VI ….albergaba alguna esperanza de que se opusiese por cualquier medio a la firma de semejante dislate …. como no ha sido así …para mí la Monarquía ya no es garante de la unidad de España y , efectivamente , tal y como dice un comentario anterior al mío , daría lo mismo que hubiese una República en su lugar ya que no se diferenciarían en nada . Tiempos de cambio , no hay duda.

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