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Recientemente, los profesores de la Universidad Complutense de Madrid fueron informados por sus respectivos departamentos de que la “Guía de comunicación y trato inclusivo” puede descargarse libremente accediendo al repositorio de «guías inclusivas» de la Unidad de Diversidad de la citada Universidad1. Una información en apariencia intrascendente, pero “curiosamente” no notificada por escrito siguiendo el cauce ordinario del correo institucional. Ahora bien, ¿por qué esta insistencia en que los profesores universitarios tengan conocimiento de la citada guía, cuando ésta ya fue repartida en su momento en formato físico a todos los departamentos de la Complutense? Al parecer, como me explica un profesor de la UCM, para que “ningún profesor pueda declararse ignorante de su contenido”.

Recordemos: En 2021, la Delegación del Rector para la Diversidad e Inclusión de la Universidad Complutense de Madrid, bajo la dirección de la activista y profesora de “Pedagogía Diferencial del área de Métodos de Investigación y Diagnóstico en Educación”, Mercedes García García, publicó la llamada “Guía de comunicación y trato inclusivo”. Un texto de 140 páginas financiado con dinero público (Ediciones Complutense) en el que participaron 28 personas pertenecientes al “Área de diversidad sexual e identidad de género”; “Área de diversidad sociocultural y refugio”; “Área de diversidad funcional, discapacidad y dificultades de aprendizaje” y la “Unidad de apoyo a la diversidad e inclusión”. Entes integrados igualmente por adictos al Partido cuya función consiste en decirnos cómo ser mejores ciudadanos y mejores personas de acuerdo con unos determinados parámetros ideológicos y morales que, naturalmente, no se pueden discutir. De hecho, tanto en el prólogo firmado por el Rector de la UCM, Joaquín Goyache Goñi, como en la introducción posterior, se invoca la Agenda 2030 como fuente de legitimidad… y ya sabemos que su mero cuestionamiento supone un acto de rebeldía absolutamente intolerable que lleva aparejada la inmediata condena del disidente.

En dicha guía se nos explica “qué se entiende por diversidad” y “qué se entiende por inclusión”; empleando el impreciso reflexivo neutro “se” para decirnos lo que debemos entender y asumir todos. Pero también se enmascara la imposición obligatoria de un determinado lenguaje mediante el empleo de eufemismos; por ejemplo, denominando “orientaciones” o “claves para una mejor comunicación” a lo que en realidad son exigencias y normas.

Porque se trata de eso: de cribar al personal universitario por su lenguaje. No por sus méritos académicos, sino por su conducta; atendiendo a un factor pretendidamente “formal” pero netamente ideológico; en una nueva vuelta de tuerca de esa tiranía que conocemos como “corrección política del lenguaje”. De hecho, como este nuevo criterio “lingüístico” puede pesar lo que se quiera en la promoción –o no– dentro de la Universidad, los profesores que no se ajusten a tales “recomendaciones” corren el riesgo cierto de ver truncado su futuro profesional en el ámbito académico, y –nos consta– son marcados como desafectos. De hecho, desde el Rectorado ya se ha llamado la atención a varios docentes por no usar lenguaje inclusivo tras ser denunciados por otros compañeros2. Algo que también era de esperar, habida cuenta de que todo manual escrito por totalitarios es una invitación a la delación y persecución de herejes.

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La guía nos informa también sobre “qué es la comunicación inclusiva” y nos insta a “superar el uso binario del lenguaje”, previniendo asimismo contra el “racismo, sexismo, heteronormatividad, binarismo de género, LGTBIQA+fobia, edadismo y capacitismo”3. Pues “la comunicación debe ser inclusiva. Se debe utilizar siempre que sea posible el lenguaje de género neutro. Pero, dependiendo del escenario, puedes dirigirte utilizando consecutivamente masculino y femenino (aunque recuerda que no incluye a las personas no binarias), o utiliza el que mayoritariamente esté en la sala o utiliza la «e»”4.

Asimismo, hallamos esta otra “sugerencia” en forma de orden: “cuando te dirijas a una sola persona, utiliza el género con el cual la persona se identifique o solicite ser tratada”5. Es decir, eventualmente, redefiniendo la realidad6. En este caso, según la tesis “queer” según la cual la identidad sexual es algo volitivo, dependiente de la autopercepción7.

En el mismo sentido, podemos leer afirmaciones como ésta: “La designación de la diferencia como algo ajeno a nuestra propia sociedad implica xenofobia”8. De forma que no se puede hablar de sociedades cohesionadas por unas raíces comunes (culturales, lingüísticas, históricas) ni mucho menos compararlas con sociedades multiculturales y desestructuradas. Pues no sólo es de notar el carácter limitante de la frase, sino la amenaza de estigmatización del lector bajo la acusación de “xenofobia”.

En la misma línea, hallamos sentencias como la siguiente: “Designar a las personas racializadas9 como parte de una minoría es discriminatorio”. Esto es, que no se puede decir que una minoría lo es, aunque lo sea, pero el Partido sí puede legislar para discriminar positivamente a una minoría en virtud de su cualidad minoritaria. Lo cual no sólo supone una contradicción evidente, sino, de nuevo, una redefinición restrictiva que tergiversa y mutila la verdad, junto a la amenaza de exclusión si se alude a la realidad de forma “incorrecta”. En el fondo, una constatación más de que ya estamos inmersos en aquello que decía Orwell: “La mentira es la verdad y la libertad es la esclavitud”. Y salirse de los estrechos márgenes de la “corrección política” es un “crimental” o delito de pensamiento10.

Por lo tanto, debe entenderse que nos encontramos de nuevo ante el viejo modus operandi del Partido: primero se enfrenta a los ciudadanos dividiendo la sociedad en colectivos, “victimizándolos” y alimentando su “rencor de clase” por algún agravio real o inventado. A continuación, se copan las direcciones de las asociaciones civiles que presuntamente “representan” a los mencionados colectivos “marginados”, “fidelizándolos” mediante subvenciones; y, finalmente, se purga a los díscolos o no afines.

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Y en esa última fase está la Universidad, pues, en aras de una presunta protección a las víctimas del lenguaje no inclusivo, se puede y debe discriminar a quien respete la Gramática y no utilice dicho lenguaje.

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2 Hasta ahora estos hechos lamentables no han sido divulgados por los afectados por miedo a arruinar definitivamente sus opciones de continuar una carrera en el ámbito universitario. Las expectativas de publicación en dicho marco académico; la obtención o prolongación de una beca; que se te abran o cierren las puertas en un grupo de investigación; optar a una plaza en la misma u otra universidad… todo eso está en juego y se entiende que condicione enormemente.

En cuanto a las denuncias, estamos a un paso de lo que ya viene sucediendo desde hace tiempo en los Estados Unidos: que los profesores sean “cancelados” por los alumnos-activistas si no se atienen a los parámetros de la “corrección política”.

3 Op. Cit., p.32.

4 Id., p. 50.

5 Ibíd., p. 50.

6 No olvidemos que el socialismo siempre ha puesto el foco en el “carácter performativo” del lenguaje como constructor de realidad. Porque, para el Partido, la realidad debe adaptarse a sus postulados ideológicos y no al revés. No por casualidad, en la página 36 de la guía se resalta con tipografía gigante y en negrita, lo siguiente: “Las palabras no son objetos decorativos, producen realidad”. Leila Guerriero, “Palabras más, palabras menos”, El País Semanal.

7 Sobre la subjetividad como refugio y la intransferibilidad de los “qualia” nos atenemos a la definición de “qualia” dada por Daniel Dennet: inefables, intrínsecos, privados e inmediatamente aprehensibles. Según Dennet, no existen los “qualia”. Léase: “Quining qualia”, Oxford University Press, 1988. Enlace: chrome-extension://efaidnbmnnnibpcajpcglclefindmkaj/https://web.ics.purdue.edu/~drkelly/DennettQuiningQualia1988.pdf

8 Op. Cit., p.57.

9 Obsérvese que tanto la incorporación del término “racializado” como de los preceptos “queer” en la llamada “ideología de género” forman parte del paquete “woke”. Otra muestra más de la subordinación cultural a la influencia anglosajona.

10 “¿No ves que la finalidad de la neolengua es limitar el alcance del pensamiento, estrechar el radio de acción de la mente? Al final, acabaremos haciendo imposible todo crimen del pensamiento”. George Orwell, Mil novecientos ochenta y cuatro (1949), ediciones Destino, Barcelona, 2000, p. 60.

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