21/11/2024 15:16
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Entrevistamos a Albert Vidal, un converso que, tras muchos años alejado, ha vuelto a llevar una vida de oración y de sacramentos. Su apostolado con los pobres, a través de los Jóvenes e hijos de San José, le llena mucho y ser instrumento del amor de Dios. Nos cuenta su experiencia y nos anima al apostolado, cuyo motor es la oración.

Háblanos de usted y cómo nace su actitud de servicio en la Iglesia…

Me llamó Albert Vidal, nací en Barcelona hace 53 años. Mi educación fue la de los chicos de la época. Nacido en una familia católica que no me trasmitieron demasiado la fe, debido a los cambio sociales y a la pretensión de la época. La religión era algo antiguo y con el estigma de ser antimoderno, caduco y sin interés. No es que verbalizaran todo eso, sino que en mi entorno el indiferentismo era el tono habitual respecto a la religión católica. Mi referente fue mi abuela paterna, quién sí practicaba y me conminaba a acercarme a Dios y la Iglesia. Tras mi primera comunión mis padres se separaron y ello propició mi distanciamiento de la oración y de la confianza en Dios. Pedí fuertemente que mis padres volvieran a estar juntos, pero al no ser escuchados mis ruegos, aquello me hizo dejar de prestar atención a Dios.

¿Cómo se fue acercando luego a Dios?

A lo largo de los años, seguí siendo un joven con ganas de saber, y a través de la filosofía y la metafísica en bachillerato y algunas experiencias sensibles en los tiempos de la carrera, me fui acercando a lo sobrenatural de nuevo. Pero fue de la mano de los estudiosos de las religiones, entre ellos algunos gnósticos, como René Guenón, y otros autores que me hicieron ver que había una intelectualidad muy desarrollada que estudiaba el sentido de lo sagrado y la trascendencia. Después de muchos vaivenes, mi vida estancó y explotó, a raíz de una estafa en la que me vi inmerso por causa de un negocio con un antiguo conocido mío y un grupo de socios suyos. Me vi arruinado de la noche a la mañana. Vi la boca del infierno, sin poder casi ni andar por la calle, con un golpe tan traumático que prácticamente iba muerto en vida. No tenía prácticamente un duro y tenía que ir pidiendo a mis familiares que me ayudaran a cubrir mis gastos. Mi segundo hijo acababa de nacer y yo estaba a punto de caer en la más profunda de la desesperaciones.

Fue por entonces que, tras esta larga lucha y lento renacer, empezó a sentir la necesidad de orar por la noches, de acudir a la iglesia durante el día, en ella, visitar a la virgen y pedirle su ayuda.

Así es y gracias a ello, y a su auxilio, también empecé por primera vez a querer ir hacía Jesús Sacramentado. Paulatinamente, empecé a ir ascendiendo en la confianza en mis nuevos y verdaderos protectores. Ad Iesum per Mariam, fue mi camino. Al cabo de un tiempo empecé a ir a Misa, durante toda la cuaresma y, sin perderme ni una, y finalmente el último día sentí la necesidad de levantarme e ir al confesionario. Volví a casa. Después de aquello, descubrí la maravilla del catolicismo, las joyas que atesora, la magnitud de la construcción que Dios nos ha legado, una obra de arte sin igual. Y lo ciegos que somos, e ingratos. Me di cuenta de que me habían dado un gran regalo, el don de la fe. Aquello que había rogado tanto obtener durante tantos años. Qué Dios me aumente la fe y que otros muchos la puedan obtener.

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¿Qué supuso para usted conocer a Jóvenes de San José?

Jóvenes e Hijos de San José es un apostolado que me ha hecho mucho bien. Debo agradecer a todos los que forman parte de él, en especial a Pedro G., quién ha hecho que siga en él, muchas veces en que quería tirar la toalla. Se trata del compromiso de visitar y ayudar a los pobres que viven en el entorno de las parroquias. La idea es salir, semanal o quincenalmente, a dar auxilio material a la gente que vive en la calle. Pero lo más importante es que lo hacemos dentro de un apostolado que surge de la devoción a San José. Bajo su guía y amparo tratamos de encontrar y dar un auxilio espiritual a esas personas, acercándoles a aquellos intercesores que creemos que realmente pueden ayudarles en el fondo de su pobreza. Por ello andamos con una estatua de San José y les pedimos si podemos rezar por ellos y con ellos. Esto es poco comprendido, a veces, por gente que lo ve desde fuera, pero la experiencia me ha demostrado que es algo que, no sólo agradecen, sino que gustan y nos piden hacer.

¿Cómo valora estos años de apostolado con los pobres?

Ahora hace ya unos cuatro o cinco años, desde que estoy en este apostolado, y la verdad es que, aunque no siempre es fácil dejar la comodidad de una noche en familia o tras una intensa jornada de trabajo. Todo lo que comporta este sacrificio es una especie de ritual que te retorna con creces el pequeño esfuerzo. Primero asistimos a Misa en la parroquia que nos cobija, preparamos los alimentos, ropa, enseres, de lo que almacenamos en la sala que nos ceden, y lo que cada cuál prepara en su casa para repartir. Tras rezar la oración a San José, salimos animados en busca de nuestros hermanos de la calle. Generalmente, ofrecemos un rosario durante el camino y entre decena y decena vamos encontrándonos con nuestros conocidos del barrio, en los portales oscuros y solitarios de las calles de la ciudad. Cuando volvemos, solemos juntarnos de nuevo en la parroquia y encomendarlos al Señor ante el Santísimo, a quién le explicamos como ha ido la noche y le pedimos por ellos.

¿Que es lo que más le ha enriquecido de este apostolado?

Muchas cosas. La primera sensación es de impacto. Cuando sales la primera vez te das cuenta de todo lo que puedes dar y todo lo que significan las obras de misericordia bien entendidas. Vemos de cerca a aquellos que antes nos parecían individuos sin rostro, especímenes apartados de la sociedad, a aquellos que nos atemorizaba siquiera mirar, y más aún tocar. Recuerdo cuando todavía podían pasar la noche en los cajeros automáticos, ahora ya es casi imposible. Antes de eso, a mi nunca me apetecía entrar cuando estaba ocupado, me daba bastante miedo, la verdad. Desde que empecé a salir, todo cambió. Empezamos a entablar relación y poco a poco vamos adquiriendo confianza y conociéndolos. Es un camino duro porque te das cuenta de las pocas oportunidades que tienen de salir y también de que su vida va a seguir siendo muy dura, pero también aprendes a quererlos y quieres ayudarlos a salir adelante. Toca el corazón ver lo que agradecen que les tengas en cuenta, que te acuerdes de ellos, que te acerques y los abraces. Es muy duro lo que viven.

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¿Por qué el Evangelio con obras de caridad es más creíble?

Como diría mi mujer, obras son amores. Muchas veces queremos demostrar una rectitud moral y luego nos equivocamos en no hacer prácticamente nada de lo que Dios nos manda para nuestro verdadero progreso y santificación. La vida del cristiano tiene que participar del esfuerzo de salir al encuentro con Dios en los más necesitados o de otras obras de caridad. Ver a Jesús en los más pequeños y necesitados es algo que nos ayuda a comprender sus enseñanzas en la práctica y a aprender del amor por el amor y en el amor.

¿Hay algún testimonio que le haya impactado especialmente?

Me impactan todos, ver como hay una subsociedad que sobrevive en soledad, en la aspereza de la noche. Me impacta como hombre y me hace pensar lo que puede ser la vida de cada un de nosotros si las cosas se nos tuercen. Como digo es muy duro. Me impacta cuando, a pesar de todo, te sonríen, te dan las gracias y te animan a seguir.

¿Por qué es necesaria la vida de oración para que el apostolado sea eficaz?

Sin la oración el apostolado no es tal. Vemos que hay otras iniciativas, que aunque vayan de la mano de la Iglesia, por respetos humanos, vacilan en transmitir y en focalizarse en la fe. La ayuda puede ser la misma a nivel material, incluso mejor, pero la parte espiritual, esa que no se ve, deja un poso en ellos, y les sirve de asidero. Aprecian la oración, realmente, incluso aquellos que pensarías que te van a enviar a freír espárragos. Creo que a ellos es necesario que alguien les hable bien de Dios y que sepan, que a pesar de su temporal sufrimiento, Dios los tiene por primeros en su Reino.

¿Qué diría a las personas para que se animen a hacer apostolado?

Cualquier apostolado es un bien para el alma y un beneficio para la comunidad, Qué más se necesita para animarse a ello. Cualquier persona que sienta que puede ofrecer su tiempo y su amor a los demás, que se anime a ello. No lo lamentará.

Autor

Javier Navascués
Javier Navascués
Subdirector de Ñ TV España. Presentador de radio y TV, speaker y guionista.

Ha sido redactor deportivo de El Periódico de Aragón y Canal 44. Ha colaborado en medios como EWTN, Radio María, NSE, y Canal Sant Josep y Agnus Dei Prod. Actor en el documental del Cura de Ars y en otro trabajo contra el marxismo cultural, John Navasco. Tiene vídeos virales como El Master Plan o El Valle no se toca.

Tiene un blog en InfoCatólica y participa en medios como Somatemps, Tradición Viva, Ahora Información, Gloria TV, Español Digital y Radio Reconquista en Dallas, Texas. Colaboró con Javier Cárdenas en su podcast de OKDIARIO.
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Juan Lorenzo Picazo

Ellos saben que teniendo a Dios lo tienen todo, son más inteligentes que nadie.Albert muy buen artículo

Arturo Campos

Albert Vidal, eres un ejemplo para todos los católicos que deberíamos mirarnos en el espejo que tú te miras.

Un abrazo

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