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La historia tiene la pertinaz costumbre de repetir circunstancias terribles e indeseadas, de decadencia, de crueldad, de injusticia… de estupidez, porque nos olvidamos de ser historiadores, porque dejamos de razonar, porque nos creemos las mentiras de circunstancia de políticas abyectas; porque nos despistamos.
Es difícil (improbable), que una situación histórica se produzca por generación espontánea, se convertiría en teología.
Se nos pasa por ello, cosas como que la guerra civil española de 1936, surge como una necesidad imperiosa de terminar con el desastre de la Segunda República. Que la Segunda Guerra Mundial estaba condenada a estallar por las condiciones insufribles dictadas en el Tratado de Versalles (mejor, la imposición de Versalles). Que la alianza del Eje surge a partir de las deslealtades de los aliados con su socio italiano, que obliga a Italia a unirse con su adversario, despreciado en principio, Alemania.
Así, no queremos ver que la tan alabada Transición española, se fundamenta en la traición de un rey, que se convirtió en espía de su patria para conseguir la aceptación de su monarquía por los Estados Unidos de América (que, dicho sea de paso, más parece la descripción de un estado, que el nombre de un país).
También se fundamentó aquella Transición, en la traición de principios y origen, de unos políticos oportunistas, padres de aquella y de la Constitución del 78, y padrastros de la patria, y, blasonado el cambio, con el mito embaucador del famoso Golpe de Estado, que mejor debemos definir como golpe de timón, maquinado desde el propio Estado: unos militares, políticos, el CESID, y la Corona (A mí dádmelo hecho).
Los mitos y los irracionales y tiránicos tabúes que los sostienen, pervierten la moral social con el peso aplastante de la pertinaz y continua propaganda adoctrinadora. Cuando esta propaganda se debilita o se hunde, la razón flota, casi de manera natural, sobre toda la miseria del mito, descubriendo la falacia del déspota.
Mito: la transición, esperada y deseada, nos libró de la dictadura oscurantista, triste y atrasada, y nos trajo la libertad, la luz y la felicidad. Este mito, se convirtió en principio incuestionable.
Mito: el rey y sus buenos y leales vasallos militares y políticos, con clara visión de progreso y determinada valentía, evitaron el Golpe de Estado perpetrado por inmovilistas, por los peligrosos conservadores, restos del detestable franquismo, que querían volver a imponerlo, y encauzaron felizmente, definitivamente, el rumbo de la democracia y la Constitución, librándonos para siempre, de una vez, de aquella lacra. Qué bendición (tomemos lo de bendición con extremada prudencia laica, no vayamos a confundirnos).
Mito: es necesario sacar a la luz todos los crímenes y maldades del régimen anterior (no le pongo nombre para no ofender a los corazones sensibles), para lo cual (ya que no se puede contrariar o refutar la verdad sin argumentos) creamos unas leyes de defensa de nueva verdad. Qué felicidad, ya no tenemos que pensar (qué molesto y trabajoso), ahora nos dice el Estado en qué debemos creer.
Lo cierto, es que nunca faltan los mitos fundacionales y revanchistas ante las nuevas oportunidades de poder, que justifiquen las acciones de los arribistas de circunstancia, de los nuevos déspotas, como tan tristemente ocurrió por toda Hispanoamérica en las secesiones; a finales del siglo XIX, ya se encargaría de manera más directa el propio Gobierno de la nación, de hacer que se perdieran nuestras últimas provincias de ultramar.
Y, para ser más incluyentes y globalistas, añadiremos mitos- falacias actuales y universales: la biología no tiene que ver con el sexo. El patriarcado es el gran enemigo de las mujeres. El calentamiento global es solamente creado por la acción del hombre (de la mujer y de los mariquitas no, no se alarmen). Las fronteras crean conflictos y separan a las personas. La Agenda para el 2030, es el catecismo del progresista, su nueva religión… el ginecólogo no me quiere atender, atentando contra mis derechos, porque dice que tengo sexo masculino.
Conclusión (ponga el lector la música que desee): Uníos los ingenuos y malvados del mundo, y que la sangre de los impuros corra por nuestras calles y riegue nuestros campos, tolerantes y democráticos…
Bueno, no sé, ya me hice un lío.
Amadeo A. Valladares Álvarez
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Muy bien pero debería usted haber retrocedido al «advenimiento» de la República, basado primero en la traición de otro soberanos, Alfonso XIII, a don Miguel Primo de rivera, deslealtad que se tradujo en que el soberano ( definido por Jardiel Poncela como funesto y anticonstitucional de nacimiento ) no contó con el apoyo del Ejército personificado en el general Sanjurjo, y se largó, como un cobarde
Tiene usted razón. Al ser un ensayo, se apoya el escritor en unos antecedentes que despierten el alma (sensibilidad e intelecto), para seguir una conclusión. Pero tiene toda la razón, la lista de sucesos arteros y traidores, es por desgracia muy amplia. Le mando un sincero saludo.