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Hace un tiempo volví a recorrer las calles donde crecí. A medida que recorría el itinerario que me llevaba al antiguo colegio, mi mente recuperó viejos amigos y conversaciones. Conforme mis pies volvían a pisar las mismas calles y mis ojos a ver los mismos edificios, me di cuenta que tuve una infancia privilegiada. De hecho, creo que los -hoy adultos- de mi generación hemos tenido una infancia privilegiada. No por lo que hayamos tenido o hayamos dejado de tener -cosas materiales- sino porque crecimos con un halito inmaterial que nos daba seguridad y no teníamos miedo. La precaución no formaba parte de nuestras coordenadas. Con seguridad y sin miedo recorríamos las calles y, poco a poco, nuestro pequeño mundo se expandía mientras crecíamos. Mis padres no pensaban que me iban a raptar, que me descuartizarían para vender mis órganos, que me llevarían a algún lúgubre lugar para violarme y matarme o quedaría esclavizado en una red de pederastia y prostitución infantil. Para los padres de aquella época todo esto era impensable. Cuando volvía a casa mi madre tenía preparada la merienda-cena, que bien poco duraba en el plato. Y, entre tanto, la tarde se desvanecía entre deberes escolares.
¿Cuál fue la clave de aquella infancia privilegiada? En aquellos años de la década de 1960 y 1970 todavía se vivían los ecos de una mentalidad y cultura fundamentada en la religión católica. La Iglesia todavía era centro de la configuración familiar y social. Todos los aspectos de nuestra identidad tomaban forma en aquel ambiente de seguridad espiritual y social, donde todo el mundo sabía qué era lo bueno y qué era lo malo, qué era El Bien y qué era El Mal. Es cierto que ya entonces activas corrientes subterráneas iban horadando aquel contexto, preparando la famosa Transición a la democracia liberal. El Liberalismo, que es pecado. Democracia liberal que es el sistema preferido por la Sinagoga de Satanás para destruir al ser humano, a la familia y a la sociedad cristiana; destruir nuestra identidad y bagaje patrio (patria, patrimonio, padre). Las generaciones de aquellas dos décadas todavía crecimos envueltos en un halo de búsqueda de excelencia, de perfección que nos exigían en la familia, en la comunidad en la que vivíamos y, claro está; en la escuela.
Y ¿qué pasó? Pues que desde el interior del llamado Régimen de Franco las fuerzas servidoras de la Sinagoga de Satanás se abrían paso y actuaban decididamente, respaldados por masones agentes envueltos en barras y estrellas. Y Carrero Blanco fue asesinado con explosivo militar C4 que, por aquel entonces -parece ser-, sólo se fabricaba en Estados Unidos. Y ¿qué más? Pues que los infiltrados se quitaron la careta y montaron -¿de dónde salió el dinero necesario?- sus partiditos que llamaron de izquierdas y derechas y nacionalistas y centristas; simplemente para despistar y dividir a la sociedad e incluso a las familias y que La Trama pudiese funcionar. Porque la satánica democracia liberal no puede funcionar sin la permanente lucha de opuestos (izquierda-derecha, hombre-mujer, sexo, ricos-pobres…). Por eso, tienen que dividir. Y ésta es la acción de Satanás: dividir, enfrentar, ocasionar guerra.
¿Y qué más pasó? Pues que entre sangre y más sangre, muertos y más muertos, despilfarros y corrupción España quedó troceada, la sociedad enfrentada, la fe y la cultura cristiana destruida. Y surgieron la pederastia en todos los ámbitos, las violaciones a tutiplén, el tráfico de niños y de mujeres y de drogas y más drogas, los matrimonios destruidos, los abortos, los hijos desorientados y drogados, las mafias campando a sus anchas, la inmigración ilegal y la entrega de territorio español al enemigo marroquí con el aplauso de aquellos militares. Y el asalto a la propiedad privada que llaman Okupación, la destrucción del sistema educativo (ya iniciado por la Ley Villar Palasí). Y tantas otras cosas de la que hoy nos quejamos como la destrucción de la industria y de sector agropecuario.
Muchos piensan que la solución a tantos problemas está en el mismo Régimen que las ha criado: votar. Y la nueva dama-damo-dame salvadora, se supone, es Vox. Y es que la gente no quiere ver que el problema no es Pedro ni Juan, ni José, sino que el problema es el Régimen de 1978, y que dentro del Régimen no hay solución a los problemas y la intrínseca maldad que los sustenta.
Ya lo expuso bien claro Dom Marcelo en su instrucción pastoral de 28 de noviembre de 1978: No se puede votar esta constitución. No es solución a ningún problema sino criadora de muchos más problemas. Y enunciaba:
- Omisión, real y no solo nominal, de toda referencia a Dios. La falta de referencia a los principios supremos de ley natural y divina llevará a una sociedad sin ningún fundamento ético ni moral más que el capricho de los partidos turnantes. Y así serán las leyes. Y “la libertad resultante no es igual para todos”.
- La educación también quedará sometida a los caprichos de los partidos y oligarquías. Y los padres ya no tendrán potestas sobre los hijos. Éstos ya serán del Estado. Y la libertad de cátedra será destruida.
- Destrucción de la familia, de la identidad del hombre y de la mujer que serán sometidos a la arbitrariedad sexual.
- Campo libre al aborto, que dejará de ser un crimen abominable para convertirse en un derecho humano.
Se preguntaba Dom Marcelo si realmente es justificable “la tolerancia de un supuesto mal menor”, y afirmaba que “no es lo mismo tolerar un mal, cuando no se ha podido impedir, que cooperar a implantarlo positivamente dándole vigor de ley”. Pues bien, para todos aquellos entusiasmados con votar sepan que están colaborando, cooperando con un mal que -ya implantado- ayudan a reforzar. No importa si votan rojo, azul, naranja o verde. Pues el votar es acto que favorece las estructuras de una “España” en pugna con la Ley de Dios. Es triste que los españoles, especialmente católicos y aquellos que todavía aman a España, hayan adormecido su conciencia con la excusa de la “inevitabilidad del Régimen” y opten por un supuesto mal menor. Que tengan claro que ningún partido, por verde que sea, va a variar el camino, sepan que no habrá cambio de rumbo. Sepan que los “verdes” tampoco pretenden ningún cambio de rumbo, sino más de lo mismo pasando el difuminador en algunas cosas. Y sepan que las funestas consecuencias -que estamos viviendo- de este maléfico Régimen se van a ir haciendo más intensas y profundas. Porque en el Régimen toda ley contra Dios tiene cabida -por mucho difuminador que se aplique- porque es -el conta Dios- seña de identidad de la democracia liberal y de su Régimen de 1978.
Autor
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Antonio Ramón Peña es católico y español. Además es doctor en Historia Moderna y Contemporánea y archivero. Colaborador en diversos medios de comunicación como Infocatolica, Infovaticana, Somatemps. Ha colaborado con la Real Academia de la Historia en el Diccionario Biográfico Español. A parte de sus artículos científicos y de opinión, algunos de sus libros publicados son De Roma a Gotia: los orígenes de España, De Austrias a Borbones, Japón a la luz de la evangelización. Actualmente trabaja como profesor de instituto.
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Monseñor Dom Marcelo González Martín, un hombre de Dios, de emocionante recuerdo por su fidelidad al Evangelio.
«Sea vuestro lenguaje sí, sí y no.no, que lo que pasa de aquí viene del maligno.» -Mateo 5, 37-
Gracias por la reflexión a la que invita su artículo.
Tan interesante como incierto/pesimista. Es sistema tiene un poro, y deberíamos explorarlo, a ver si se hace grieta. Cierto es que estamos perdidos, pero resumiendo digo: votemos partidos sin representación, y vigilemos que se haga el escrutinio general.
Saludos
«el problema es el Régimen de 1978, y que dentro del Régimen no hay solución a los problemas y la intrínseca maldad que los sustenta.»
Con esta verdad esta todo dicho
Votar es cooperar con los tiranos y validar el Régimen. La justificación que necesitan para seguir cómodamente sin contar con el Pueblo, pues, en realidad, el voto no cambia nada. Ni siquiera las apariencias, pues ya los Partidos cambian su sentido con pactos y «cambios de opiniones» posteriores.
Se ha podido observar repetida y machaconamente desde hace 45 años.
Todo es un cuento chino como vemos, incluso más claro y escandaloso en esta época.
Porque todas las políticas ejercidas por la Partitocracia son dictadas desde fuera despreciando olímpicamente las opiniones del Ciudadano y, lo peor, EN CONTRA DE ÉL.