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Estoy sentado frente al doctor y catedrático de Filosofía Lluís Pifarré, en una de las terrazas del ensanche barcelonés tomando unos cafés. El encuentro está motivado para poder comentar algunos contenidos de su libro “Inteligencia Artificial Versus Inteligencia Humana”.
Muchos dicen que es incorrecto el término de “Inteligencia Artificial”.
Tienen razón, pues no deja de ser un oxímoron pues la Inteligencia no es una realidad artificial, sino que es una facultad natural del ser humano y sin duda la más excelente. El término “inteligencia”, del latín inter-lego (légere) es traducible a “leer dentro de sí”, es decir, la capacidad de leer dentro de nosotros, en nuestra interioridad, en nuestra conciencia. Pero a pesar de ello, este término de IA parece que es útil en el plano del lenguaje coloquial.
¿Cuál es el objetivo del libro?
A parte de explicar con cierta amplitud en que consiste la maravilla del pensamiento humano, el objetivo es poner de relieve que cualquier artefacto material, cualquier ordenador por sofisticados y modernos que sean sus programas introducidos por los ingenieros, es imposible que pueda pensar y efectuar operaciones intelectivas.
Pero los ordenadores actuales diseñados con eficaces herramientas (hardware), y de variadas y complejas aplicaciones (software), pueden efectuar millones de operaciones tanto aritméticas como lógicas con más precisión y velocidad que la mente humana.
Esto es así, de ahí su tremenda utilidad que según como se utilice puede aportar cosas muy positivas o negativas. Hay muchos libros que tratan de esta cuestión y los interrogantes y respuestas son múltiples. Señalar que a parte de mi libro (y quizás alguno mas) la confrontación entre IA y IH, hoy por hoy apenas se ha abordado.
¿Y cual es el motivo?
Son variados, pero destacaría el hecho de que los expertos tecnológicos (conozco a varios y nos relacionamos), destacan por su prestigio como matemáticos, físicos, ingenieros, neurólogos… pero gran parte de ellos tienen escasos conocimientos sobre antropología, metafísica, gnoseología, ética… Y esto no es por su incapacidad, sino porque como todos sabemos, la intensidad materialista y positivista de la sociedad occidental han arrinconado a las ciencias humanísticas en el pensamiento moderno, quedando marginadas y deliberadamente silenciadas.
Dice Vd. que las máquinas como artefactos materiales no tienen la capacidad de pensar o conocer. Pero las máquinas, por ejemplo, pueden jugar al ajedrez y realizar complicadas operaciones lógicas.
Tal capacidad procede de haber instalado un código (o algoritmos) que regulan implícitamente todas las posibilidades lógico-formales entrelazadas y establecidas en el juego del ajedrez, o en servir un café. Pero esto poco o nada tiene que ver con la inteligencia cuya índole inmaterial le permite elaborar por medio de la abstracción tanto los conceptos universales como los hábitos lingüísticos, que iluminan intencionalmente la comprensión de la realidad, una comprensión exclusiva del pensamiento intelectual.
Quizá podría explicitar algo más esta cuestión de la lógica.
Las aplicaciones lógicas mediante el lenguaje binario tiene ilimitadas posibilidades combinatorias en las aplicaciones operacionales de los ordenadores, mediante la utilización de inferencias e inducciones proposicionales, silogismos deductivos, etc. Pero el problema es que la mayoría de científicos, sumergidos en el logicismo, desconocen la diferencia entre las funciones lógicas y la operación cognoscitiva (acto de pensar-objeto pensado).
Leía en su libro, que el “logicismo” es un error filosófico que eclipsa la luz de la razón, al dar prioridad a las formulaciones lógicas respecto a propia la luz de la razón.
Su error se encuentra en considerar que la lógica posibilita conocer en directo la realidad. En el “viejo bachillerato” aprendíamos que la “primera intención” sobre la realidad se basaba en la operación cognoscitiva del acto de conocer y el objeto formal conocido, que nos remite e ilumina la comprensión de las cosas reales, y es una condición indispensable para las segundas intenciones propias de la lógica, pues más allá del acto de conocer no es posible intencionalidad alguna. No hay lógica de ninguna clase, si con anterioridad no está asentada por el conocimiento racional. Las intenciones segundas, no son una intencionalidad en directo, ni menos una reflexión sobre el acto de conocer, pues de ser así, la lógica haría innecesaria la gnoseología. Las operaciones lógicas están subordinadas y son inferiores a las operaciones cognoscitivas. Si esto se olvida se incurre en una serie de déficitis insubsanables que nos introducen en problemas inútiles y confusos en el conocimiento intencional de la realidad. Pero dudo que esto se enseñe en los nuevos planes del “nuevo bachillerato”.
Retornando al denunciado desconocimiento gnoseológico del mundo científico, los expertos tecnológicos no se abstienen, siempre que se les da la oportunidad en los medios de comunicación, de manifestar que las máquinas podrán pensar y tener conciencia al igual que los seres humanos y poseer los mismos sentimientos y emociones.
También afirman que los humanos conectados con los ordenadores podrán adquirir una nueva y superior “naturaleza” que proporcionará superiores niveles de conocimiento, con lo que se transformará el sentido tradicional de la vida y de la muerte, el concepto ético del bien y del mal, y una nueva forma de interpretar el origen y la finalidad de nuestra existencia.
Pues tales formulaciones son aceptadas sin pestañear por una gran mayoría de ciudadanos, en la que una parte de ellos son ciudadanos con creencias cristianas.
Los expertos tecnológicos afirman con frecuencia -como me recordabas- que las máquinas con IA, configuradas como robots, ciborgs, androides, etc., lograrán pensar y tener emociones de forma equivalente a los seres humanos, y lograr una transformación de nuestra naturaleza (transhumanismo). Pero lo llamativo, tal como he ido comprobando, es que cuando les preguntas que entienden por pensamiento o por naturaleza, no saben que responder, y algunos, en una especie de circulo vicioso, reconocen honestamente que no saben nada de la conciencia y menos del pensamiento, pero esto no es inconveniente para que afirmen sin cortapisas que las máquinas “podrán pensar y tener conciencia”.
¿Qué argumentos aduce Vd. para mostrar que las máquinas es imposible que puedan pensar?
Una máquina no puede ejercer la praxis perfecta de la operación cognoscitiva constituida por el acto de conocer y el objeto formal conocido, ni puede remitirnos intencionalmente a la realidad conocida. Pero lo importante, es que un artefacto material por carecer de alma espiritual e inmaterial, no puede ejercer operaciones abstractivas mediante la cual elaboramos conceptos universales y hábitos lingüísticos, que nos confieren el que podamos conocer, no solo sensiblemente la realidad, sino que conozcamos de modo “significativo” la esencia y naturaleza de las cosas mismas.
Las soñadas suposiciones futuristas de los “gurús” del desarrollo tecnológico, han generado un desconocimiento y una colectiva confusión social respecto de la diferencia entre las realidades inmateriales como es el caso del conocimiento humano, y las realidades estrictamente materiales.
Las consecuencias de esta confusión son notablemente empobrecedoras, tal como comprobamos en la sociedad actual. Cualquier interpretación materialista o empirista que niega la inmaterialidad de la luz de la razón, del conocimiento intelectual, de los valores intangibles (amistad, fidelidad, generosidad y la amplia gama de virtudes intangibles…) comete el error de poner en entredicho la posibilidad de acceder a la inteligibilidad significativa y comprensiva de todas las cosas del entorno, especialmente referidas a la persona humana. Por otra parte, la dimensión inmaterial del conocimiento humano es tan intensa y poderosa que puede “poseer” formalmente en su mente, la infinidad de cosas existentes conocidas. De ahí la profunda frase de Aristóteles sobre el alma humana, el espíritu, al decir “que se hace al modo de todas las cosas”, es decir, se apodera inteligentemente de todas las cosas que conoce.
Me comentaba que cuando reflexionamos sobre las realidades inmateriales de las propiedades del ser como acto o del acto de pensar, no estamos reflexionando o haciendo castillos en el aire, o de suposiciones que están más allá de la realidades experimentables desvinculadas de la realidad.
Y lo confirmo, pues es una comprobación universal que cualquier sujeto humano (al margen de su mayor o menor conocimiento) posee la experiencia interior de su conciencia, de los registros psicológicos y los fenómenos afectivos, cognitivos, etc., que registramos en nuestra interioridad, lo que permiten contraponerla por la fuerza de su superioridad y eminencia, a las posturas que reducen nuestra singularidad personal a un estricto contenido físico-biológico de carácter material.
Es evidente el desgaste y envejecimiento orgánico de las cosas corporales y físicas del mundo, que me parece contrasta con la inmutabilidad de las realidades inmateriales como es el caso del espíritu o el alma.
Esto lo entendió muy bien Hegel. El conocimiento no se corrompe, y la auto-conciencia es la experiencia más íntima, más profunda que puede tener cualquier sujeto racional. Conocer es un modo de no morir. Esto ratifica una vez más la identidad persistente de nuestro “yo”, un yo que en cuanto tal, en cuanto lo hacemos presente en relación al pasado, es idéntico al “yo” de nuestra infancia, de nuestra adolescencia, de nuestra madurez, una presencia mental, no subordinada al desgaste y deterioro que sufren las realidades biológicas sumergidas en la sucesión cronológica e irreversible del tiempo. Por ello considero que analizar estas cuestiones está muy alejado de construir castillos en el aire, como burlonamente dicen algunos.
En el libro IA Versus IH, Vd. escribe amplios comentarios sobre la diferencia entre el conocimiento de los animales irracionales y el conocimiento humano.
En el libro de casi 300 págs., amplio una serie de comentarios que permitan esclarecer con la mayor nitidez la imposibilidad de que las máquinas puedan ejercer operaciones intelectuales. Una de estos comentarios los refiero a la distinción del conocimiento animal irracional y el conocimiento humano (animal racional). En resumen se puede decir -también lo aprendíamos en el “viejo bachillerato”, que los animales, especialmente los superiores, tienen un conocimiento sensible o sensitivo de las cosas de su entorno, inclinándose primordialmente hacia aquellas que tienen relación con sus instintos. Y señalar algo obvio: gran parte de ellos, tienen unas facultades orgánicas (oído, vista, olfato…) más potentes que las nuestras. Un águila tiene mas intensidad visual, un perro mayor intensidad auditiva, olfativa, etc.
Mas potencia en sus facultades, pero el hecho de que los animales tengan un conocimiento sensitivo de la realidad ¿implica que entienden y comprenden aquello que conocen sensitivamente?
Es una buena pregunta que requiere una respuesta cautelosa. No voy a pronunciarme de modo explícito (requeriría amplias consideraciones) pero si que es una realidad comprobable que el conocimiento sensitivo de los animales superiores asciende al nivel perceptivo e imaginativo. De ahí que tengan registros psíquicos, memoria y capacidades de aprendizaje. Pero el núcleo de la cuestión es que los animales al carecer de alma espiritual semejante al alma divina, no tienen la capacidad natural para ejercer el conocimiento intelectual que les permita “entender”, “comprender” el significado de las cosas que conocen. Esto implica el que haya un “abismo” entre el conocimiento animal y el conocimiento humano. Pedir a los actuales “animalistas”, que en su ignorancia dicen que los animales y los humanos son una misma realidad y tienen los mismos derechos, es decir que puedan entender estos comentarios es pedir peras al olmo.
En el el libro he leído que cualquier lenguaje requiere previamente el conocimiento, pues el conocimiento es anterior y superior al lenguaje, aunque el lenguaje sea ocasión de nuevos conocimientos.
Es otro esclarecimiento que consolida y da solidez a la operación cognoscitiva. Si se da preferencia al lenguaje sobre el conocimiento, no se sabe de qué se habla. La palabra es intencional de modo distinto al pensamiento. Es incorrecto decir que la palabra es anterior al pensamiento, pues sin la pura intencionalidad propia de la inmaterialidad del conocimiento, a nadie se le ocurre dotar de intencionalidad algo que de suyo no lo es, como es el caso de la palabra. El lenguaje no es pura intencionalidad, pues es convencional, está condicionado y es oscilante, pero es indudable que en la interrelación del pensamiento con el lenguaje se origina un constante feed-back; una retroalimentación, en la que el pensamiento alimenta e ilumina al lenguaje y el lenguaje enriquece y consolida al pensamiento.
También escribe que el desconocimiento de la operación cognoscitiva ha sido un factor determinante para el surgimiento de filosofías que se han sumergido en la confusión y la vacía palabrería.
Se puede establecer que el materialismo, el idealismo, el marxismo, el racionalismo, el estructuralismo, el positivismo empírico, el existencialismo ateo, el pensamiento débil… son movimientos filosóficos que han desconocido y continúan desconociendo la operación cognoscitiva constituida por el acto de pensar y el objeto pensado como operación perfecta, los que les imposibilita el poder entender multitud de cuestiones de la realidad, especialmente las referida al acto de ser de la persona. En el caso de las filosofías materialistas, empiristas, voluntaristas… parten del supuesto que el pensamiento, la conciencia, la inteligencia…son dimensiones que han surgido de la materia. Marx dice por ejemplo, que la conciencia es un elemento surgido por la evolución de la materia dialéctica.
Quizá por ello a estas filosofías materialistas y ateas les produce temor y temblor el especular sobre las facultades intelectuales, ya que estas facultades manifiestan de forma clara las propiedades del alma humana, y te introducen directamente en la realidad espiritual que de modo obsesivo se pretende obviarla y silenciarla.
Uno de los absurdos filosóficos del pensamiento materialista que abarca todo un conjunto de movimientos filosóficos y por supuesto a varios científicos del desarrollo tecnológico, es que asumen el principio de que de las causas inferiores se producen efectos superiores, que de lo inconsciente surge lo consciente, o de que de las oscuras y enigmáticas tinieblas del cosmos surge la luz de la razón. Son concepciones radicalmente distintas a la antropología o gnoseología cristiana y también del principio ontológico y metafísico sostenidos por los grandes pensadores: Las realidades de las diversas criaturas o de cosas conocidas proceden de una causa superior, de una realidad divina que es luz e ilumina todas las demás realidades.
Considero por ello, que sumergidos en una cultura materialista como es la occidental- es de suma importancia que volvamos a defender y exponer con claridad, con argumentos sólidos y sin complejos, la maravillosa realidad del acto de ser humano que participa del Ser de Dios, y cuyas operaciones cognoscitivas que Dios le ha donado en exclusiva, resaltan tanto lo primordial del alma humana como la semejanza con el Logos divino, o como declaró Benedicto XVI; Logos amoroso, conocimiento o razón amorosa de Dios.
Pero aunque se admita la maravilla del pensamiento humano, se considera que hablar o interesarse por estas facultades, quizá aumenta nuestro acervo cultural, pero en el fondo es una pérdida de tiempo, puesto que no reporta ninguna utilidad desde el punto de vista práctico o profesional.
Abordar esto que planteas implicaría el introducirnos en extensos y largos comentarios. Solo decir que el concepto de “utilidad” requeriría y requiere una crítica de largo alcance, pues, ¿sólo es útil lo que nos reporta beneficios o ventajas materiales? Frente a ello podríamos interrogarnos ¿es útil saber expresarse en nuestras interacciones comunicativas? ¿Es provechoso conversar y dirigirnos de modo adecuado a nuestros compañeros de trabajo, amigos y parientes? ¿Es beneficioso valorar a la imaginación, teniendo en cuenta que los conceptos se alimentan de las imágenes (fantasmas) para expresar con más precisión y profundidad nuestros pensamientos? ¿Es positivo que las empresas y las instituciones sociales valoren como un sumando la riqueza de pensamiento, pues son conscientes de que repercuten positivamente en los ámbitos profesionales?
¿Advertimos que un raquítico y empobrecido pensamiento es un obstáculo para interrelacionarnos adecuadamente y entrar en sintonía con las personas de nuestro entorno? ¿No es desalentador que muchos empresarios, políticos, dirigentes o educadores, cuando están fuera de sus contextos o trepidantes actividades, se encuentren como el rey desnudo al sentirse incapaces de afrontar una conversación en la que se aborden cuestiones de cierto fondo y con dimensiones trascendentes? ¿En cuantas ocasiones somos testigos de que en un viaje en tren los más cercanos apenas se comunican con conversaciones insustanciales, o en los restaurantes muchos comensales permanecen con un cerrado mutismo entre ellos? ¿O que la vaciedad interior, la escasa formación religiosa y humana generan distanciamiento y recelos en la vida familiar y no dejan de ser un hándicap para educar a los hijos? Y así podríamos seguir con cientos de interrogantes de esta naturaleza. Entonces, ¿Qué entendemos por utilidad?
Muchas personas se preguntan o nos preguntamos, como se desenvolverá la sociedad ante el implacable avance de la Inteligencia Artificial en todas las esferas y ámbitos profesionales y sociales. Es difícil de responder, pues sabemos de sobra que el futuro tiene mucho de imprevisible, pues podríamos llegar más lejos de lo que pensamos o quizá mucho menos de lo que presumimos.
Autor
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Subdirector de Ñ TV España. Presentador de radio y TV, speaker y guionista.
Ha sido redactor deportivo de El Periódico de Aragón y Canal 44. Ha colaborado en medios como EWTN, Radio María, NSE, y Canal Sant Josep y Agnus Dei Prod. Actor en el documental del Cura de Ars y en otro trabajo contra el marxismo cultural, John Navasco. Tiene vídeos virales como El Master Plan o El Valle no se toca.
Tiene un blog en InfoCatólica y participa en medios como Somatemps, Tradición Viva, Ahora Información, Gloria TV, Español Digital y Radio Reconquista en Dallas, Texas. Colaboró con Javier Cárdenas en su podcast de OKDIARIO.
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La mayor diferencia entre la Inteligencia Humana y la Inteligencia Artificial es que la primera puede crear nuevas ideas mientras que la segunda se ve limitada a actuar en base a los algoritmos que han sido creados, significativamente, por seres humanos.
Muy bueno. Ésta es la cuestión de la conciencia (como vio Leibniz en su Monadología) y de como las máquinas no podrán tener una conciencia de nada jamás. Además, es también la cuestión de los diversos procesos de pensamiento; los cuales no pueden reducirse a inferencias válidas como las que estudia la lógica o los sistemas axiomáticos en general. Aparte la cuestión antigua de la relación entre conciencia, valor axiológico y voluntad. Incluso centrándonos en el pensar, más allá o más acá de que pensar en cuanto tal sea siempre pensar el ser y desde el ser, la habilidad heurística humana para formular o crean conceptos fundamentalmente anteriores a todo proceso inferencial hace que el pensamiento humano supere cualitativamente o en naturaleza propia toda esa supuesta «inteligencia artifical»; término pretencioso donde los haya y más ideológico del transhumanismo, de la postmodernidad y del desprecio de las oligarquías mafiosas por el hombre en cuanto tal.
El materialismo es absurdo. La materia misma es una construcción mental útil para dar cuenta de las pautas regulares y predecibles en el universo fenoménico que se da en una conciencia siempre. La conciencia no surge ni puede surgir de la materia. Es la materia la que aparece en la conciencia y, posteriormente, llega a ser conceptualizada y compartida como concepto. Incluso en las escuelas de sabiduría antigua de diversos pueblos, la ilusión de la materia era algo a transcender. Cuando la espada (mente analítica, que corta) debe ser arrancada de la piedra (materia) para así obtener del rey (la realidad dada) la mano de la princesa (el alma interior y su feminidad).