01/11/2024 07:20
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Esta época del año es desde hace medio siglo la que más añoranza me provoca. Quizás porque la infancia  y la adolescencia las viví al modo como lo refleja de forma inigualable Galán y Galán en “La pedrada”:  

Cuando pasa el Nazareno de la túnica morada, con la frente ensangrentada, la mirada del Dios bueno y la soga al cuello echada, el pecado me tortura, las entrañas se me anegan en torrentes de amargura, y las lágrimas me ciegan, y me hiere la ternura”,  y que  inmediatamente prosigue así:

“Yo he nacido en esos llanos de la estepa castellana, cuando había unos cristianos que vivían como hermanos en república cristiana. Me enseñaron a rezar, enseñáronme a sentir y me enseñaron a amar; y como amar es sufrir, también aprendí a llorar. Cuando esta fecha caía sobre los pobres lugares, la vida se entristecía, cerrábamos los hogares y el pobre templo se abría…”

Lo cierto es que siento nostalgia del pasado. Probablemente no sea sencillo hacerse entender por las nuevas generaciones,  porque la vida humana,  hoy,  disfruta de indudables progresos en el aspecto material que no se hubieran  soñado hace  ochenta años y ha provocado que,  en otros aspectos,  haya retrocedido de tal manera que no es posible reconocerla. Al desconocer el pasado no pueden valorar lo perdido; ése,  es un privilegio de los viejos que tuvimos la gracia de disfrutarlo y la pena de perderlo. Esa nostalgia  afecta de modo especial a cuantos nacimos en esos “llanos de la estepa castellana”,  en la amplia meseta del Reino que descubrió y civilizó dos continentes (… que,  luego,  obsequió a España).

Ciertamente la Cuaresma y la Semana Santa no se vivían como ahora. Entonces afectaba a la vida social hasta el punto de cambiar de “chip”…  –dicho  con lenguaje de hoy–.  Las comidas se ajustaban a la abstinencia y al ayuno, cerraban los cines y dejaban de funcionar  los locales de baile, etc.  El pueblo, por otra parte, acudía con asiduidad a los oficios litúrgicos incluso a los “de tinieblas” –con el aliciente para los niños de lucirse haciendo ruido con las carracas y las matracas–. Son  muchos los “cuadros” que podríamos ofrecer sobre la forma sencilla  y natural de la incorporación de la gente a las celebraciones litúrgicas desde el Domingo de Ramos hasta a la Pascua de Resurrección.

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Era absolutamente cierto que “cuando esa fecha caía… la vida se entristecía, cerrábamos las casas y el pobre templo se abría…”

Desgraciadamente,  ¡esos tiempos no volverán!… –los franceses lo expresan con un vocablo con un matiz muy preciso: “malheureusement” (falta de bonheur, de felicidad,). Quizás, después  de que la humanidad se estrelle, los hombres acaben por volverse a la Iglesia y, entonces, les será posible, a quienes la perdieron, recuperar la alegría de vivir.

Mientras tanto nuestra sociedad ha perdido el norte y ha olvidado que la felicidad en este mundo  se ha demostrado posible únicamente a la sombra de los campanarios. A medida que estos han ido disminuyendo y las iglesias se han vaciado, han aumentado los centros siquiátricos y,  los manicomios,  se han ido llenando, a pesar de que nunca ha tenido el hombre más comodidades e instrumentos de placer.

Aunque peque de machacón una vez más aprovecho mis escritos para insistir en lo oportuno que resulta aprovechar la Semana santa para encerrarse y hacer Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Difícilmente se pueden aprovechar mejor siete días. Lo único que lamento de las limitaciones que me han impuesto los años  es no poder disfrutar –como lo hacía anualmente–de semejante  anticipo del paraíso. No entiendo como la Compañía de Jesús ha tirado a la papelera la obra maestra de su Fundador,  inspirada por Nuestra Señora, ni que los obispos y párrocos no hablen nunca de la práctica frecuente de  los Ejercicios Espirituales ignacianos. Ningún regalo mejor podría hacer yo  a los lectores que convencerles de que no hay ninguna inversión mejor para  su tiempo  que hacerlos anualmente. 

Casi estoy seguro de predicar en el desierto, pues las playas son tentadores y los viajes aún más pero, ¡amigos lectores!:“Sean hombres” (como les aconsejo en mi libro “ESTO VIR”),  utilicen la razón y “¡elijan lo mejor!””… Cuando se hallen ,  como yo, “a la puerta de salida” me agradecerán el consejo –si me hacen caso, claro–.

No puedo menos de comentar algo que nunca olvidaré.

En unas fechas como éstas,  el Diario de la Marina, el periódico decano entonces de la prensa en español a nivel mundial y de un prestigio enorme, que constaba de varias partes, –cuando los diarios europeos, desconocían ese formato–,  en la sección,   más superficial como es el de la moda y  el ocio”, leí un comentario que me sorprendió tanto que no le he olvidado… El responsable de la misma reprochaba a sus lectores algo tan lejano a la moda como  el siguiente comentario: “algunos empiezan a convertir la Semana Santa en ‘unas vacaciones’  y las quieren aprovechar para hacer “viajes turísticos”.  

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Tenemos así a un comentarista de “la moda”, considerando reprobable el menosprecio  de esos días,  sagrados para un católico, al  dedicarlos a la diversión, mientras  el Mundo conmemora la pasión y muerte del Salvador.

A mí, que no había cumplido los veinte años,  me impactó la “sensibilidad profética” de ese periodista que,  olvidando  la materia habitual de su especialidad,  se considerase obligado a mostrar indignación al considerarlo una profanación de esos días. Piensen que estoy hablando de la década de los años cuarenta del siglo pasado, recién acabada la Segunda Guerra Mundial, cuando Europa se reconstruía y el turismo,  como lo vemos ahora,  no existía. Pero un comentarista de la “moda” tenía las ideas claras. Es triste reconocer que muchos católicos “ignoran” lo que celebramos en Semana Santa.

La ignorancia es  una enfermedad altamente dañina para el ser racional.

Autor

Gil De la Pisa
Gil De la Pisa
GIL DE LA PISA ANTOLÍN. Se trasladó a Cuba con 17 años (set. 1945), en el primer viaje trasatlántico comercial tras la 2ª Guerra mundial. Allí vivió 14 años, bajo Grau, Prío, Batista y Fidel. Se doctoró en Filosofía y Letras, Universidad Villanueva, Primer Expediente. En 1959 regresó a España, para evitar la cárcel de Fidel. Durante 35 años fue: Ejecutivo, Director Gerente y empresario. Jubilado en 1992. Escritor. Conferenciante. Tres libros editados. Centenares de artículos publicados. Propagandista católico, Colaboró con el P. Piulachs en la O.E. P. Impulsor de los Ejercicios Espirituales ignacianos. Durante los primeros años de la Transición estuvo con Blas Piñar y F. N., desde la primera hora. Primer Secretario Nacional.
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Las reflexiones expuestas podrían concluirse con el poema de fray Pedro de los Reyes:
«Yo, ¿para qué nací? Para salvarme.
Qie tengo que morir es infalible.
Dejar de ver a Dios y condenarme,
triste cosa será, pero posible.
¿Posible, y río y duermo y quiero holgarme?
¿Poisble y tengo amor a lo visible?
¿Qué hago, en qué ne ocupo, en qué me encanto?
! Loco debo de ser pues no soy santo !

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