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Es inevitable que la celebración anual del 8-M provoque, en las personas que aún conservamos el sano juicio, una mezcla de incredulidad, estupefacción y tristeza. Las dos primeras reacciones tienen que ver con el hecho de que, año tras año, el gremio morado supera de manera progresiva el límite de zafiedad, estupidez y violencia que había dejado 365 días antes. La tercera, la tristeza, es la lógica consecuencia de constatar que la especie humana camina, ya sí, lenta pero inexorablemente, hacia su propia destrucción.
Las llamadas «marchas feministas» parten de un supuesto que es falso, fehacientemente incierto: que las mujeres sigan sufriendo un machismo social, procedente de la dictadura franquista, que hoy alienta políticamente «la ultraderecha», y que impide a las mujeres conseguir sus logros personales y profesionales. Esto es una sandez que no necesita demostración, tal es su nivel de evidencia. Aún así, pongamos la lupa del análisis frío sobre la realidad que cualquiera puede ver.
Las mujeres están hoy al frente de los gobiernos de muchos países, al frente de instituciones supranacionales por todos conocidas, al frente de empresas multinacionales, al frente de universidades, al frente de hospitales y laboratorios, al frente de institutos de investigación científica…Pueden tener, por tanto, el mismo nivel de éxito profesional que pueda conseguir un hombre en las mismas circunstancias de formación, experiencia o prestigio. Podríamos poner múltiples ejemplos de ello.
Las mujeres (porque son seres humanos y no por su condición femenina) sufren violencia, al igual que la podemos sufrir los hombres, por una causa: porque existe gente violenta. Como he dicho en innumerables ocasiones (y aunque ello me ha haya supuesto grandes enfados de personas sin seso), nadie agrede a una mujer porque sea una mujer. Eso es una estupidez que solamente cabe en una mente infantil, o bien contaminada de ideología izquierdista. Las agresiones se producen siempre por alguna causa, aunque casi siempre sean causas que en modo alguno justifican una respuesta violenta (por ejemplo, un engaño, una infidelidad, un insulto, etc.). Pero nadie en su sano juicio agrede a una mujer porque sea una mujer, ni a un hombre porque sea hombre.
Es, por tanto, una especie de «circo ambulante», donde sólo faltan las fieras bravidas, el trapecista loco y la mujer barbuda (aunque alguna siempre se ve), la fiesta podemita del 8-M que todos los años ocupa las calles de las principales ciudades, y que hemos padecido de nuevo esta semana. Un aquelarre casposo de miradas asesinas y rostros desencajados, para que una legión de frustradas (y frustrados, que también se apuntan al sarao morado) pueda dar rienda suelta a sus paranoias incalificables. Un espectáculo que provocaría la risa si no fuese porque engendra un odio latente en muchas personas que después (ellas sí) ejercen una violencia sistemática y terrible sobre personas inocentes que se cruzan en su camino.
Que se destinen centenares de millones de euros al Ministerio de Igualdad para que sus leyes saquen de la cárcel a violadores y pederastas, mientras miles de familias no pueden cubrir sus necesidades básicas, es motivo suficiente para echar del poder a este Gobierno ilegítimo y felón. Pero que además tengamos que soportar a Irene Montero encabezando las manifestaciones de taradas, tarados y tarades, llevando esas pancartas mugrientas en las que se insulta a personas de bien, debería sacarnos a la calle al resto de los españoles. Porque ya está bien con esta tropa de descerebradas y el impresentable profanador de tumbas que las mantiene en sus cargos.
Autor
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Nació en Madrid en 1975. Es Doctor en Periodismo por la Universidad San Pablo CEU. Ha dedicado casi toda su vida profesional a la radio, primero en Radio España y desde 2001 en Radio Inter, donde dirige y presenta distintos programas e informativos, entre ellos "Micrófono Abierto", los Domingos a las 8,30 horas. Ha dirigido la versión digital del Diario Ya y es columnista habitual de ÑTV en Internet. Ha publicado los libros "España no se vota" y "Defender la Verdad", "Sin miedo a nada ni a nadie", "Autopsia al periodismo". Esta casado y tiene un hijo.
Buen artículo D. Rafael, solo un inciso, FRANCO, no fue dictador, pero si autoritario su régimen, que tan bien nos fue a todos los españoles, donde no pagábamos impuestos, disfrutábamos de una sanidad total y gratuita, donde había seguridad en las calles, donde se impuso la seguridad laboral, donde se estableció las pensiones y donde se colocó a España, como la 9ª Nación a nivel mundial. Hoy si que estamos en una dictadura pura y dura, donde nos saquean y roban a impuestos, tratándonos como a esclavos.
Por lo pronto, eso de inventar fiestas que no se puede santificar es un síntoma más de enfermedad profunda de la población, cada vez más alejada de Dios, soberbia y antinatural. Porque no se puede santificar el día feminista (de cualquier signo) del odio al hombre, a su compañera de vida en el amor matrimonial y a la misma naturaleza femenina por Dios establecida (8 de marzo), como tampoco se puede santificar el día del odio extremo comunista (1 de mayo), el día del odio a la memoria de los difuntos (víspera de Todos los Santos), el carnaval sodomita (varios días), el día del perro, el día del árbol y demás mamarrachadas degeneradas ateas de genocidas de almas e idólatras enfermos de todo tipo, que no buscan otra cosa que insultar a quien tanto odian, a Dios mismo, tratando de ridiculizar sus santísimos mandamientos.
Por otro lado, no hay mayor agresor y asesino de mujeres en cuerpo y alma que el marxismo o izquierda, que reduce a la mujer a la mera categoría de animal socializable, es decir, prostituible públicamente mediante el adulterio y la promiscuidad, haciendo creer a los incautos que eso es «libertad, libertad, chiquilla libertad» y no esclavitud que conduce a la suprema infelicidad. Nadie ha reducido a la mujer más a condición de mero objeto y esclava sexual que esos rojos que identifican «liberación» con prostitución y promiscuidad generalizada, hedonismo narcisista empleando al otro u otra o en grupo, incluso apuntando hoy directamente a los más puros e inocentes, los niños y niñas en sus propios colegios. No se debe olvidar que los marxistas o izquierdistas fueron hace casi cincuenta años los que con más furia y fanfarria defendían pública y soberbiamente, so pretexto falso de «liberar a la mujer», la pornografía, el adulterio, el libertinaje sexual, el divorcio, el concubinato, el amancebamiento, el onanismo, la prostitución y la reducción de la mujer a una perra continuamente en celo, es decir, el camino más directo a ejercer de sparring de todo ateo engañado por los rojos que se busca a sí mismo en cada vez una diferente pero que no soporta que el engañado sea él, aunque hoy aparezcan como bomberos, bomberas y bomberes del macro incendio que ellos mismos han provocado y alimentado durante décadas. Y ojo, que este año, esos carteles morados, han acabado por los suelos en sitios en los que antes gozaban de mucho respeto popular. Incluso los suyos ya se dan cuenta de toda esta fanfarria satánica y criminal misógena al extremo disfrazada de escarlata. Ya es consciente el pueblo que los marxistas hayan soltado de las cárceles a todo un ejército de violadores (futuros votantes rojos) para mal de muchas de sus víctimas pasadas y potenciales, marxistas e izquierdistas incluidas. Ese es el feminismo verdadero, el del ejército rojo de violadores suelto y campando a sus anchas. Ese es el «amor» que sienten por las mujeres del mundo.