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La batalla de Salta es recordada como uno de los conflictos más importantes de la independencia de Argentina. Tuvo lugar el 20 de febrero de 1813. Las tropas argentinas estaban al mando de los generales Manuel Belgrano y Eustoquio Díaz Vélez. Las tropas españolas del Virreinato del Perú estaban al mando del brigadier Juan Pío Tristán. Ambos ejércitos se enfrentaron en el campo de Castañares, en los alrededores de Salta.
Los soldados españoles tenía fortificado el Porteluezo, el único acceso a Salta. Con ello quedaba imposibilitado cualquier ataque del ejército argentino. El capitán Apolinario Saravia pretendía atravesar la ciudad, con el Ejército del Norte argentino, esquivando cualquier enfrentamiento con el ejército español. Si embargo, Juan Pío Tristán, de origen peruano que luchaba con los españoles, se adelantó a Saravia e impidió que llevara a cabo su propósito.
El enfrentamiento se inició al despuntar el día. El ejército español empezó dominando la batalla. Mientras esto ocurría, el general Belgrano ordenó que una reserva de infantería reforzara el acceso, teniendo en cuenta que el terreno de Castañares era empinado. Aquella reserva estaba al mando de Manuel Dorrego. Gracias a esta orden, el ejército argentino logró romper las líneas españolas y consiguieron llegar a Salta.
Con anterioridad el general Belgrano se dirigió al general español Goyeneche para intentar llegar a una solución y no entrar en guerra. No hubo acuerdo. En Salta el brigadier Tristán había desplazado 2.500 hombres. Si era necesario podía agregar 500 que se encontraban en Jujuy, Suipacha, Oruro, Cochabamba, Charcas y La Paz. Por lo que se refiere al general Belgrano, en su parte de guerra, tenía la intención de “sorprender al enemigo totalmente hasta entrar por las calles de esta capital, las aguas me lo impidieron, y ya fueron indispensables otros movimientos; pues que habíamos sido descubiertos, respecto a que fue preciso dar algún descanso a la tropa y proporcionarle que secase su ropa, limpiar las armas, recoger sus municiones y demás”.
Aquel día, el ejército de las Provincias Unidas del Río de la Plata, al mando del general Manuel Belgrano, estaba formad por 3.700 hombres y 12 piezas de artillería. Por su parte el ejércitos del Virreinato del Perú, al mando del brigadier Juan Pío Tristán, estaba compuesto por 3.400 hombres y 10 piezas de artillería.
Con el avance de las tropas del general Belgrano, los españoles quedaron acorralados en la Plaza Mayor. La calma llegó alrededor de las dos de la tarde, luego de tres horas de combate, cuando desde la iglesia La Merced doblaron las campanas anunciando la victoria y la rendición del invasor. Al verse así atrapados, los españoles decidieron rendirse. El general Belgrano acordó que el ejército español entregara sus armas, banderas e instrumentos, y jurar no volver a luchar contra la nueva patria naciente. De hacerlo, se les perdonaría la vida y se les proporcionaría una retirada en paz. Aquella decisión no fue entendida. Y era fácil comprenderla. Belgrano y Tristán eran amigos. Estudiaron en Salamanca, vivieron juntos en Madrid e, incluso, se enamoraron de la misma mujer. Aquel 20 de enero de 1813, por la noche, el general Belgrano escribió…
“El Todopoderoso ha coronado con una completa victoria nuestros trabajos: arrollado con las bayonetas y los sables el ejército al mando de don Pío Tristán se ha rendido del modo que aparece de la adjunta capitulación: no puedo dar a V.E. una noticia exacta de los muertos y heridos ni tampoco de los nuestros, lo cual haré más despacio, diciendo únicamente por lo pronto que mi segundo, el mayor general Díaz Vélez, ha sido atravesado en un muslo de bala de fusil cuando ejercía sus funciones con el mayor denuedo conduciendo el ala derecha del ejército a la victoria en su desempeño; el del coronel Rodríguez, jefe del ala izquierda, y el de todos los demás comandantes de división, así de infantería como de caballería, e igualmente el de los oficiales de artillería y demás cuerpos del ejército, ha sido el más digno y propio de americanos libres que han jurado sostener la soberanía de las Provincias Unidas del Río de la Plata, debiendo repetir a V.E. lo que le dije en mi parte de 24 de septiembre pasado, que desde el último soldado hasta el jefe de mayor graduación e igualmente el paisanaje se han hecho acreedores a la atención de sus conciudadanos, y a las distinciones con que no dudo que V.E. sabrá premiarles”.
A Díez Vélez, primera gobernador de la provincia de Salta, le escribió en estos términos…
“Siempre se divierten los que están lejos de las balas, y no ven la sangre de sus hermanos, ni oyen los clamores de los infelices heridos; también son esos los más a propósito para criticar las determinaciones de los jefes: por fortuna, dan conmigo que me río de todo, y que hago lo que me dictan la razón, la justicia, y la prudencia, y no busco glorias sino la unión de los americanos y la prosperidad de la Patria”.
Aquella batalla supuso 103 soldados fallecidos y 433 heridos del general Belgrano; y 480 muertos y 114 heridos del brigadier Tristán. Todos los hombres fallecidos, de ambos bandos, fueron sepultados en una fosa común, en el campo de La Tablada. Se colocó una gran cruz de madera con la inscripción: “Aquí yacen los vencedores y vencidos el 20 de febrero de 1813”. La cruz quedó olvidada hasta finales del siglo XIX en que se partió y se cayó al suelo. La restauraron gracias a la Comisión Pro Monumento. Las maderas, en una caja de hierro, se depositaron en el atrio de la Catedral de Salta y después a la Iglesia de la Merced.
El ejército español entregó 2188 fusiles, 1096 bayonetas, 156 espadas, 17 carabinas, 10 cañones y 6 pistolas,6 también todo el parque de guerra y tres banderas reales. La batalla de Salta fue la primera y única rendición de un cuerpo del ejército enemigo en batalla campal, que registró la guerra de la independencia argentina.
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