21/11/2024 19:30
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Relato breve  extraído del libro 101 relatos cortos de ficción y ficción histórica

El cielo estaba gris y el viento  de levante  favorecía a la flota otomana. Las dos armadas más poderosas de la historia  se encontraban en línea de combate. La galera Sultana, dirigida por el almirante Alí Pasha, lanzó el cañonazo de reto. La Real, el buque insignia de la Liga Santa comandado por don Juan de Austria, aceptó el desafío  disparando otro cañonazo. Don Juan pronunció la última arenga a sus hombres que les llevó al  paroxismo. Como si se tratara  de  una  actuación divina,  las  nubes desaparecieron, el cielo se tornó azul y el viento amainó.  A las 12:00h del mediodía,  más de cuatrocientas naos y noventa mil hombres  se enfrentaron en una batalla colosal. Los primeros cañonazos de las galeazas cristianas conectaron con su objetivo. La flota otomana comenzaba a diezmarse. También sufrió daños La Sultana que  en una maniobra desesperada  embistió a La Real por la banda de babor. Las naos capitanas  quedaron literalmente unidas. El sanguinario abordaje no se hizo esperar. Los jenízaros  lanzaban piñas incendiarias,  flechas con puntas envenenadas y blandían las temibles cimitarras;   la infantería cristiana, compuesta  principalmente por tercios españoles, descargaban sus arcabuces con  acierto. El combate derivó en el cuerpo a cuerpo. Fue una auténtica carnicería. Alí Pasha recibió un arcabuzazo y cayó al suelo; un soldado español  se acercó a él  y con una cimitarra que había arrebatado a un jenízaro muerto, le decapitó de un solo    golpe.   Su   cabeza   fue   ensartada   y   los   turcos,   que   ya   estaban   desanimados  por el devenir de la batalla, se desmoralizaron aún más. La victoria de la Liga Santa  había sido completa. La cristiandad, había frenado en seco las aspiraciones de  expansión turca por el mediterráneo occidental. Miguel de Cervantes Saavedra, que estuvo al frente de un pelotón de arcabuceros en el galeón La Marquesa, fue un testigo privilegiado de la batalla y escribió: <<la más alta ocasión que verán los siglos pasados, los presentes y que esperan ver los venideros>>.

En el barco de  la expedición había  un equipo formado por un capitán, un oceanólogo, un ingeniero informático, un matemático, un geólogo y  tres arqueólogos submarinos, siendo uno de ellos el director de la expedición. Había comenzado una prospección  subacuática en el Golfo de Patras  con el objetivo de descubrir  restos  de la batalla de Lepanto. La señal que emitía el sonar  plasmó en la pantalla del ordenador  restos de un barco hundido. El ingeniero informático llamó a sus compañeros y los investigadores de las ciencias marinas empezaron a  exclamar de alegría. La planificación de la expedición, que había durado meses, había obtenido sus frutos. Ahora tendrían que averiguar si se trataba de una galera turca    o   de   una   galera   cristiana.  Pero  eso ya no importaba. Ese  pecio era una pequeña cápsula del tiempo  que había permanecido intacta  más de cuatrocientos años  cuando, una fatídica mañana del 7 de octubre de 1571, fue víctima  de la última cruzada que modelaría el mundo tal como lo conocemos.

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REDACCIÓN
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