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Relato breve extraído del libro 101 relatos cortos de ficción y ficción histórica
El cielo estaba gris y el viento de levante favorecía a la flota otomana. Las dos armadas más poderosas de la historia se encontraban en línea de combate. La galera Sultana, dirigida por el almirante Alí Pasha, lanzó el cañonazo de reto. La Real, el buque insignia de la Liga Santa comandado por don Juan de Austria, aceptó el desafío disparando otro cañonazo. Don Juan pronunció la última arenga a sus hombres que les llevó al paroxismo. Como si se tratara de una actuación divina, las nubes desaparecieron, el cielo se tornó azul y el viento amainó. A las 12:00h del mediodía, más de cuatrocientas naos y noventa mil hombres se enfrentaron en una batalla colosal. Los primeros cañonazos de las galeazas cristianas conectaron con su objetivo. La flota otomana comenzaba a diezmarse. También sufrió daños La Sultana que en una maniobra desesperada embistió a La Real por la banda de babor. Las naos capitanas quedaron literalmente unidas. El sanguinario abordaje no se hizo esperar. Los jenízaros lanzaban piñas incendiarias, flechas con puntas envenenadas y blandían las temibles cimitarras; la infantería cristiana, compuesta principalmente por tercios españoles, descargaban sus arcabuces con acierto. El combate derivó en el cuerpo a cuerpo. Fue una auténtica carnicería. Alí Pasha recibió un arcabuzazo y cayó al suelo; un soldado español se acercó a él y con una cimitarra que había arrebatado a un jenízaro muerto, le decapitó de un solo golpe. Su cabeza fue ensartada y los turcos, que ya estaban desanimados por el devenir de la batalla, se desmoralizaron aún más. La victoria de la Liga Santa había sido completa. La cristiandad, había frenado en seco las aspiraciones de expansión turca por el mediterráneo occidental. Miguel de Cervantes Saavedra, que estuvo al frente de un pelotón de arcabuceros en el galeón La Marquesa, fue un testigo privilegiado de la batalla y escribió: <<la más alta ocasión que verán los siglos pasados, los presentes y que esperan ver los venideros>>.
En el barco de la expedición había un equipo formado por un capitán, un oceanólogo, un ingeniero informático, un matemático, un geólogo y tres arqueólogos submarinos, siendo uno de ellos el director de la expedición. Había comenzado una prospección subacuática en el Golfo de Patras con el objetivo de descubrir restos de la batalla de Lepanto. La señal que emitía el sonar plasmó en la pantalla del ordenador restos de un barco hundido. El ingeniero informático llamó a sus compañeros y los investigadores de las ciencias marinas empezaron a exclamar de alegría. La planificación de la expedición, que había durado meses, había obtenido sus frutos. Ahora tendrían que averiguar si se trataba de una galera turca o de una galera cristiana. Pero eso ya no importaba. Ese pecio era una pequeña cápsula del tiempo que había permanecido intacta más de cuatrocientos años cuando, una fatídica mañana del 7 de octubre de 1571, fue víctima de la última cruzada que modelaría el mundo tal como lo conocemos.
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