21/11/2024 15:37
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Hay combates que marcan el desarrollo de una nación y, cuando miramos por el retrovisor de nuestra más reciente historia, nos viene a la cabeza el de Edchera en 1958 durante la Guerra de Ifni-Sáhara y aquellas intensas ocho horas en las que la XIII Bandera de la Legión tuvo que batirse el cobre con los rifeños y poner en práctica todos y cada uno de los espíritus del Credo Legionario.
Por este motivo y coincidiendo con el LXV aniversario del 13 de enero de aquel año, la acción en cuestión sería posteriormente merecedora de la concesión de la Cruz Laureada de San Fernando a dos de sus protagonistas, el brigada Fadrique Castromonte y el caballero legionario de primera Maderal Oleaga.

Trágicamente, ambos engrosarían la luctuosa lista de casi cuatro decenas de «legías» que, antes de lo previsto, emprenderían el camino hacia el V Tercio de la Legión, el de ese recuerdo que, décadas después, los legionarios de cualquier época siguen tributando en su particular «Día del Veterano».

Seguramente, podríamos encontrar otras gestas y fechas dentro de la gloriosa historia de la unidad y sus más de diez mil caídos –desaparecidos incluidos–, pero todos esos relatos adolecerían de algún ingrediente de un credo cumplido íntegramente y a rajatabla por la, en un principio, acción rutinaria prevista desde el amanecer de aquella fatídica mañana de invierno.

Pertrechada la sección de Fadrique en el seco lecho de aquella «acequia roja» –todo un infausto presagio–, la Saguía el-Hamra a unos 30 kilómetros de la capital de El-Aaiún, el numeroso enemigo rifeño aprovechó su posición más elevada para, al abrigo y refugio de pequeñas dunas y matorrales bajo la extensa y diáfana llanura superior, abrir fuego y, poco a poco, encimar e ir embolsando a los soldados españoles allí apostados entre los que perderían sus vidas el capitán Jáuregui y su plana mayor como previamente había ocurrido con los tenientes Gamborino de la 2ª Compañía, acribillado en su jeep junto al conductor en la maniobra de reconocimiento; Zorzano, Lafuente y Vizcaíno a lo largo de una funesta jornada para la Bandera del comandante Rivas Nadal y los intereses de nuestro Ejército.
El enemigo, crecido y envalentonado por las cuantiosas bajas de la resistencia española, no dio su brazo a torcer y, de frente y por ambos flancos, siguió dando muestras de su gran superioridad numérica y conocimiento del terreno provocando un continuo número de bajas que, como refuerzo, conllevó la aparición de los «legías» de Fadrique.
A la lucha, encarnizada entre unos y otros, no le faltaron dosis de ciega y feroz acometividad, como requiere el espíritu del legionario de llegar a la bayoneta en el avance y cuando, cuerpo a cuerpo, proteges el repliegue de tus heridos.
Y fue ahí cuando los dos laureados pusieron en práctica el resto de dictados de unos espíritus que, sin duda, harían acto de presencia en la dura contienda por proteger la vida de otros, la de unos hermanos de armas que, en la distancia, presentían y veían la fogosidad de los protagonistas en un arduo intento de fajarse, combatir y demostrar qué pueblo es el más valiente. El Credo Legionario en vena, máxima a máxima, con innumerables ejemplos que evocaban la redención a través del sufrimiento y dureza de la empresa, el hecho de acudir al fuego o la cercanía de la guadaña de la Muerte mientras disciplina, compañerismo, marcha, amistad o unión y socorro se aliaban en un excelso ejercicio práctico de demostrar la bravura legionaria.
Cayó el legionario Maderal Oleaga abrumado por el incesante acoso de un enemigo exaltado mientras el brigada Fadrique, herido en un hombro en su socorro inicial, siguió recibiendo «pacazos» en forma de certeros impactos de los tiradores hasta finalmente perecer con varias heridas de bala junto a su subordinado.
Al ir a recoger sus cuerpos, sorprendió la cantidad de cadáveres enemigos que, como consecuencia del valor y coraje de Fadrique y Maderal, habían quedado reunidos a escasos metros de los dos legionarios cuyo heroico adiós no sólo propiciaría la salvación de muchos de sus compañeros, sino también el primer paso hacia esa leyenda de nombres y hombres inmortales que la Legión ha dado a España.
 

Autor

Emilio Domínguez Díaz
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Rafael F.

Mal vamos si llamamos rifeños a los marroquíes que formaban esas «bandas»… Por lo demás, muy bien.
¡¡Viva España y Viva la Legión! Falta un tercer viva que no digo porque no me da la gana.

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