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Boris Gutiérrez Cimorra (firma como Cimorra), nació en 1944 en Moscú (la antigua Unión Soviética). Se graduó en el Instituto de Aviación de Moscú. Varios años compaginaba su trabajo de ingeniero con las colaboraciones periodísticas en revistas y programas de radio de difusión tanto nacional como internacional, en este último caso con destino al lector y al oyente de habla hispana. En 1972 pasa a trabajar definitivamente en “Radio Moscú”, la redacción que emitía programas para América Latina. En 1977 volvió definitivamente a España con su familia y empezó su carrera en el mundo de las finanzas y del comercio exterior, que le situó, en 1985, de nuevo en Rusia, esta vez como representante de una importante empresa española en aquel país en vías de la “Perestroika”. En 2000 vuelve a España y se dedica nuevamente a la escritura y el periodismo. Escribe varios libros dedicados a los temas ruso-soviéticas, colabora con varios periódicos y con las cadenas de radio y televisión. El último libro de éxito de Boris Cimorra fue editado en 2021 por la editorial madrileña ACTAS, bajo el título “La Caída del Imperio Soviético”.
¿Por qué un libro sobre RADIO MOSCÚ?
En primer lugar, porque la primera versión del libro fue editada hace 12 años y se había agotado en seguida, dado que la editorial no había calculado bien la tirada. Y muy pronto la propia editorial dejó de existir, por lo cual el libro no tuvo más ediciones, aunque existía bastante interés entre el público. Hay que tener en cuenta, que mucha gente de la generación, que había vivido la post Guerra Civil española, estaba escuchando RADIO MOSCÚ, en escondites, ya que estaba prohibida y se consideraba una radio enemiga del régimen. Y, desde luego, lo fue.
Así que, mucha gente en España conocía perfectamente la voz de Eusebio Cimorra, que bajo el seudónimo de Jorge Olivar, durante 37 años estaba hablando con su público en España desde los estudios de RADIO MOSCÚ. Y para este ex oyente de Jorge Olivar era de gran interés conocerlo más a fondo y cómo él trabajaba, día a día, a lo largo de tantos años, informando al oyente español de todo aquello que la censura del régimen franquista intentaba ocultar al pueblo español.
Pues, la Editorial SEKOTIA comprendió este supuesto interés que puede tener el libro y no sólo para aquellos que estaban escuchando RADIO MOSCÚ durante el franquismo, sino para el público más joven, que desconoce la existencia de esta emisora moscovita y de su papel en la lucha contra el franquismo. El editor me ha pedido preparar una versión actualizada del libro, lo que yo hice con enorme ilusión, pensando que mucha más gente en la España de hoy podrá conocer el contenido de este libro que no tuvo, en su momento, la divulgación que se merecía. Espero que esta vez la suerte sea más benévola.
Y la segunda razón, por la que la nueva versión del libro sale este año, es porque se cumplen 90 años desde la salida de la primera emisión en castellano de RADIO MOSCÚ. Fue una de las primeras lenguas en las que estaba emitiendo la emisora moscovita para el oyente extranjero, después del alemán, francés e inglés. Con el tiempo RADIO MOSCÚ llegó a emitir en más de 50 idiomas extranjeras, algunas muy raras, como el “quechua” o algunos dialectos africanos.
¿Qué importancia tuvo la radio a nivel internacional?
El papel de RADIO MOSCÚ a nivel internacional fue importantísimo. Es que después de la revolución bolchevique, la Rusia comunista fue prácticamente expulsada de la palestra internacional por la mayoría de los países occidentales, quienes, incluso durante la Primera Guerra Mundial, cuando se produjo el golpe bolchevique en la Rusia Zarista, que fue la aliada de los países occidentales, éstos consideraron a los bolcheviques rusos unos traidores del pacto anti germano, al que pertenecía la Rusia del último Zar, Nicolás II, en aquella Primera Guerra Mundial. Al terminar la guerra, los aliados vencedores, crearon un cordón sanitario tanto del entorno de la Alemania vencida, como de la Rusia roja comunista.
Y el papel de RADIO MOSCÚ, fue precisamente, el intentar romper este cordón, no sólo económico y político, sino también informativo, para a través de las ondas informar al mundo de cómo realmente era un nuevo país llamado la Unión Soviética, que sustituyó a la Rusia de los zares. Un país que eliminó la explotación del hombre por el hombre, donde todos son iguales y todos los bienes y riquezas pertenecen a todos los ciudadanos por igual, sin ricos ni pobres. En fin, una clásica propaganda comunista para hacerla cuajar en el resto del mundo, a fin de instigar a las clases humildes y oprimidos, obreros y campesinos en los países burgueses, a levantarse contra los gobernantes explotadores capitalistas y establecer el poder popular como en la Rusia bolchevique. Ya he comentado que en no muchos años RADIO MOSCÚ llegó a emitir a decenas de idiomas extranjeros, transmitiendo este mensaje revolucionario a todos los rincones del mundo. Y hay que decirlo, que lo estaba haciendo con gran eficacia y maestría. Basta ver cuántos países en todos los continentes llegaron a encontrarse bajo la influencia y el dominio de la entonces Unión Soviética y su doctrina del Comunismo Mundial.
Especial protagonismo RADIO MOSCÚ jugó durante la Segunda Guerra Mundial, en la llamada “guerra en las ondas”, contra la radio de la Alemania Nazi, que, incluso, superaba a la moscovita en el número de idiomas en que emitía al extranjero su mensaje nazi. Sobre esta “guerra en las ondas” cuento en el libro con muchos detalles.
¿Qué supuso su llegada a España?
En cuanto a la llegada de las emisiones de RADIO MOSCÚ en castellano a España, que fue en 1932, contribuyó enormemente a la propaganda de las ideas comunistas-socialistas. Las puse juntas, porque realmente, entonces, se diferenciaban muy poco. Solo por el radicalismo de llevar las dogmas marxistas y del Manifiesto Comunista a la práctica. Incrementó la influencia y el poder político del Partido Comunista, especialmente durante la Guerra Civil. Pero la labor más importante de RADIO MOSCÚ la jugó durante los años que duró la dictadura franquista en España y en la que el principal protagonista del libro, Eusebio Cimorra – Jorge Olivar, tuvo el papel predominante. Lo cuento con unos detalles poco conocidos, con unas anécdotas y peripecias dignas de un género de acción y en algunos momentos de una pura investigación periodística.
¿Cómo se podía sintonizar en pleno franquismo?
Sintonizar a RADIO MOSCÚ en España sólo se podía en ondas cortas, las únicas que podían superar la distancia de 4.000 kilómetros que separaban a España de la URSS. Para ello había que tener un receptor de ondas cortas. RADIO MOSCÚ estaba prohibida tajantemente durante el régimen franquista y por escucharla uno podía ser sancionado con una pena de cárcel. Por tanto, los que querían escuchar la “voz de Moscú” tenían que hacerlo a escondidas y tener receptor de ondas cortas que se podía adquirir “clandestinamente”. Eran unos aparatos muy simples, hechos por los aficionados y repartidos por las células comunistas clandestinas. Los utilizaba gente que no tenía radio receptores en condiciones de fabricación nacional o extranjera y que eran la mayoría.
¿Por qué fue tan importante la figura de Eusebio Cimorra con el pseudónimo de Jorge Olivar?
Cuando Cimorra, después del fin de la guerra civil, en 1939, llegó como exiliado a la Unión Soviética, no fue inmediata su incorporación al equipo de la redacción española de RADIO MOSCÚ. Antes trabajó un año en la sede de la Komintern en Moscú, como secretario de prensa y asesor político del Secretario General del PCE, José Díaz, quien encabezaba la presentación del partido comunista español en este conclave comunista internacional. Formaba parte de esta delegación también Dolores Ibárruri.
Pero a mi padre el trabajo en la Komintern le pareció más bien aburrido y burocrático, quería seguir escribiendo, como lo estaba haciendo en España – durante la guerra Civil fue el director del Mundo Obrero, el principal órgano del PCE. Y pidió a su amigo, Jesús Hernández, con quien mantenía una amistad y una relación profesional muy estrecha. Cuando Jesús Hernández ocupaba el puesto del Ministro de Instrucción Pública en el Gobierno del Frente Popular, encabezado por el socialista Largo Caballero, Cimorra era secretario de prensa y asesor político del ministro. Y cuando a Hernández el Partido lo destinó a ocupar el puesto del Comisario General del grupo de ejércitos Centro-Sur, Cimorra le acompañó como Comisario de la misma agrupación militar, compaginando este cargo con el de director del periódico “Mundo Obrero”.
En 1939, tanto Cimorra como Hernández, habían coincidido en el exilio moscovita y Cimorra pidió a su amigo, que tenía unas amplias relaciones con los dirigentes del Partido Comunista soviético, de buscarle un trabajo más periodístico que el burocrático en la Komintern. Y Hernández le encontró el sitio en la redacción española de RADIO MOSCÚ, que en aquel momento experimentaba una fuerte expansión, debido a que el gobierno soviético había decidido ampliar el volumen de emisiones hacia la España franquista, después de la caída de la República. Y a Cimorra, un destacado periodista, la “mejor pluma comunista”, como le llamaban los dirigentes del PCE, fue recibido con los brazos abiertos en la dirección de RADIO MOSCÚ, en general, y por la redacción española, en particular.
Cimorra superó con creces todas las expectativas de la dirección de la emisora moscovita. Revolucionó todo lo que hasta su llegada se hacía en la Redacción Española. Él se convirtió en un auténtico director periodístico, en el alma creadora de las emisiones que salían de la redacción. Fue innovador, buscaba nuevas formas radiofónicas, introdujo los “sketches” en los programas políticos, como una forma de burlarse de las figuras más emblemáticas del régimen franquista. Preparaba los programas sobre cultura española, escenificaba en su teatro radiofónico a los dramaturgos españoles prohibidos por la censura franquista. Y, por supuesto, informaba al oyente en la lejana España de todo lo que la censura franquista intentaba ocultar a los españoles sobre los sucesos que estaban ocurriendo tanto en la propia España como en la palestra internacional, donde predominaban las críticas a la dictadura franquista.
Con ello, Cimorra quería demostrar a sus oyentes que el pueblo español no estaba sólo en su rechazo a la dictadura en su país, que mucha gente en el mundo libre estaba a favor de la caída del régimen franquista. Y esta voz de Cimorra – Jorge Olivar, era una voz de esperanza para todos aquellos en España – los que habían perdido la guerra y fueron sometidos a una dictadura militar –, que el final del franquismo estaba no tan lejano, como podía parecerse. Y no sólo para los oyentes en España, también para los españoles en diferentes países extranjeros, a donde habían emigrado cientos de miles de republicanos después de la caida de la República del Frente Popular. Hay que destacar que esta “voz española” de Cimorra también se escuchaba en los países latinoamericanos, donde el castellano es una lengua oficial, y para los cuales la suerte de España, su “madre patria”, no era indiferente.
Para Cimorra el micrófono de RADIO MOSCÚ se convirtió en el arma con que él seguía luchando contra el franquismo, como fue su pluma a través de las páginas del “Mundo Obrero” durante la guerra civil.
Pero no sólo a la labor meramente periodística se dedicaba Cimorra durante su exilio en la URSS. Su voz y su pluma se convirtieron en grandes propagandistas del idioma español y de la cultura hispánica en la tierra soviética. Cimorra, siendo un brillante periodista y un portador del rico y genuino castellano, había creado una escuela del “buen castellano” para los periodistas y traductores soviéticos, que trabajaban con él en la Redacción Española de Radio Moscú. Muchos de ellos, luego se convirtieron en unos famosos hispanistas, que divulgaban la cultura española por toda la inmensa Unión Soviética. Cimorra redactaba, como estilista del castellano, las versiones españolas de varias revistas soviéticas que se editaban en diferentes lenguas extranjeras, como TIEMPOS NUEVOS, LA UNION SOVIÉTICA, LA MUJER SOVIETICA, SPUTNIK y otras. Asesoraba a los cineastas y directores teatrales soviéticos en sus películas y las escenificaciones de las obras de los clásicos españoles, como Cervantes, Lope de Vega y otros.
Todo esto cuento en el libro con muchos detalles y anécdotas muy interesantes y bastante curiosas.
¿Qué personajes importantes llegó a conocer?
Muchísimos. La lista sería muy larga. En el libro lo cuento con muchos detalles y circunstancias en las que Cimorra conoció a los personajes más importantes de la época. En primer lugar, la flor y nata de los líderes del comunismo mundial. A algunos los conoció en España, durante la guerra civil, como Togliatti y otros representantes de la Komintern en la España republicana durante la Guerra Civil. Luego se encontraba con ellos y con los demás líderes del movimiento comunista mundial, cuando, como ya he comentado antes, estaba trabajando con José Díaz y Dolores Ibárruri en la sede de la Komintern en Moscú. Personajes como Dimitrov, el líder del partido comunista búlgaro, acusado por la Gestapo alemana de incendiar el Reichstag, juzgado, pero absuelto, gracias a su magistral defensa, demostrando que todo era un montaje de la policía secreta nazi. Luego fue obligado a exiliarse a la URSS, donde fue designado a dirigir la Komintern bajo las órdenes de Stalin.
Iosip Broz Tito, líder de los comunistas yugoslavos; Ernest Gëro, líder de los comunistas búlgaros; el francés André Marty, el comisario general y el inspector de las Brigadas Internacionales durante la guerra civil en España. Cimorra Llegó a conocer al propio Stalin en una ceremonia en el “Teatro Bolshoy” en Moscú, durante la Segunda Guerra Mundial. Conoció a los periodistas y cineastas soviéticos, que cubrían la guerra civil española, como el famoso corresponsal del periódico “Pravda” (“La Verdad”), Mijail Koltsov, que escribió un interesantísimo libro “España resiste” y fusilado por Stalin, una vez acabada la guerra civil española; o el documentalista cinematográfico, Román Karmén, que había creado una inmortal crónica documental sobre la Guerra Civil española.
En España conoció y entrevistó a García Lorca, a Pablo Neruda, era un íntimo amigo de Rafael Alberti y de María Teresa León. Mantuvo una estrecha relación con el famoso escritor Rafael Cansinos Assens y el poeta Antonio Machado. Durante la guerra civil entrevistó a los generales republicanos, José Miaja, Vicente Rojo, Enrique Líster; al jefe de la aviación republicana, Ignacio Hidalgo de Cisneros; a Valentín Gonzáles (Campesino) – a propósito, no hace mucho la misma editorial, SEKOTIA, que ha publicado mi libro, también editó un interesantísimo libro dedicado al Campesino. Durante la guerra civil conoció a varios instructores militares soviéticos, como, Rodión Malinóvskiy, que llegó a ser el Ministro de Defensa de la URSS, durante la época de Leonid Brézhnev.
¿Evolucionó su pensamiento al volver a España durante la transición?
Por supuesto. Treinta y ocho años en el exilio en la URSS, un país de dictadura comunista, dieron mucho que pensar al comunista idealista y romántico que era Cimorra. Él se afilió al Partido Comunista de España a la edad de veinte y cinco años. Pertenecía a una familia burguesa, acomodada, con ramificación aristocrática. Dejó el lujo, una vida cómoda, con un porvenir asegurado, para luchar contra la desigualdad, la injusticia, la pobreza extrema de las clases bajas que él estaba observando desde las “alturas” de su clase privilegiada. Él estaba convencido de que la ideología marxista, el sistema comunista eran las fórmulas más idóneas para mejorar la vida de las clases oprimidas en el sistema capitalista, de crear una sociedad más libre, más justa y más igualitaria, que la que existía en aquella época en España y en otros países capitalistas del mundo.
Pero al haber vivido más de tres decenios en la Unión Soviética, un país en donde estas ideas fueron puestos en la práctica, se dio cuenta – porque no era ni un fanático ni un dogmático del Comunismo – de que estas “maravillosas” ideas teóricas, en la práctica soviética, su máxima expresión, se convirtieron en la creación de una dictadura ideológica, muy lejana de la libertad y de la igualdad, como Cimorra las imaginaba en su juventud comunista. Se dio cuenta – especialmente después del XX Congreso del PCUS, en el que Nikita Jruschiov, el sucesor de Stalin en el liderazgo del Partido Comunista soviético, denunció ante el pueblo soviético y ante el movimiento comunista mundial los crímenes que cometía Stalin contra ellos – de que la dictadura comunista dejó de ser la solución a los problemas sociales y resultaba tan repugnante como cualquier dictadura, incluso la franquista, contra la cual estaba luchando con toda la pasión.
Por ello, a su regreso a España, a finales de 1977, apoyó la política de reconciliación que estaba practicando Adolfo Suarez y votó con un gran entusiasmo la Nueva Constitución democrática española, alejándose por completo de la idea de la “lucha de clases” y cosas por el estilo, que de una manera encubierta seguía profesando una importante parte del PCE. Se distanció bastante del Partido. De hecho, cuando murió, en 2007, no vino al funeral ningún representante del PCE, menos, la hija de Dolores Ibárruri, Amaya, a título personal, que conocía muy bien a Cimorra a lo largo de muchos años del exilio soviético que ambos habían vivido en Moscú.
¿Cómo fue la relación personal con su padre?
Mi padre para mí era muchas cosas, pero la principal: fue mi mejor amigo, del quien se podía fiar cien por cien y quien nunca te traicionaba. Siempre acudía a mi ayuda cuando le pedía cualquier cosa. Él no me educaba en el plan típico de padre-instructor y el hijo-alumno. Me daba consejos, y muchos, pero no tajantemente diciendo cómo tú debías hacer o no hacer una cosa u otra. Siempre utilizaba las frases como “me parece”, “yo haría de esa manera”, “piénsalo bien y haz lo que te parece correcto”. Mi padre respetaba mucho mis opiniones y mis decisiones, aunque éstas no siempre podían haberle gustado. Él consideraba que cada uno tiene derecho a equivocarse y así aprendía cómo portarse mejor en las complicadas situaciones de la vida de cada uno.
Cuando yo acabé con matrícula de honor el prestigioso Instituto de Aviación de Moscú, obteniendo el título de ingeniero aeronáutico, que estaba muy de moda entonces, después del vuelo de Gagárin al cosmos, pero por razones ajenas a mi voluntad no pude encontrar un trabajo en la industria aeronáutica soviética – el por qué el lector conocerá cuando lea el libro – y he decidido cambiar mi profesión de ingeniero a la de periodista, mi padre no sólo no estaba en contra de mi decisión – aunque le gustaba mucho que yo hubiese conseguido el título de ingeniero, él siempre decía que cuando volvíamos a España, allí se necesitarán buenos ingenieros para reconstruir el país. Me ayudó encontrar el trabajo en la propia RADIO MOSCÚ, donde tenía muy buenos contactos.
Mi padre nunca intentaba imponer sus ideas y sus opiniones, siempre argumentaba y explicaba el porqué estaba creyendo en uno o en el otro. No era ni dogmático, ni fanático. Especialmente en lo que se refiere a las ideas marxistas-comunistas. Él conocía la doctrina marxista muy a fondo y sabía explicarla con una sencillez y sinceridad admirable. Uno de sus programas, que hizo un verdadero furor en la Radio, se llamaba “Un comunista ante el micrófono”. Fue una serie de emisiones en las cuales él contaba cómo llegó a ser comunista, cuáles son los valores de un comunista, que sociedad pretenden construir los comunistas y cosas por el estilo. Claro, cuando comparas lo qué él pensaba y cómo imaginaba la sociedad comunista con la que ésta realmente fue construida en los países socialistas, con el sistema de la dictadura del proletariado y, especialmente, en la Unión Soviética, el baluarte del sistema comunista mundial, entiendes perfectamente que el “comunismo” de Cimorra era un comunismo totalmente idealista, romántico, diría yo, utópico, de un paraíso terrenal, fue sin duda la influencia de la buena educación católica que había recibido en su adolescencia. Poco tenía que ver este comunismo de mi padre con lo que yo estaba viendo en la URSS, 33 años en total, hasta que nuestra familia pudo volver a España, después de la muerte de Franco.
Y yo, con los años, me alejaba cada vez más de estas ideas comunistas en las que creía mi padre y las que me enseñaban, tanto él como en el colegio y en las instituciones de educación soviética. Yo discutía con mi padre estas discrepancias evidentes entre lo que proclamaban los comunistas y lo que hacían en la vida real: dictadura ideológica, persecución brutal de los opositores, obediencia total y absoluta a los gobernantes. Mi padre también se daba cuenta de que el comunismo “real” se diferenciaba bastante del suyo, pero lo achacaba, y así me lo explicaba, a la mala “praxis”, a la mala aplicación en la práctica de unas buenas ideas. “La mala aplicación de una idea no hace mala la propia idea” – solía repetir él. Por tanto, cuando después de las denuncias del propio líder soviético, Nikita Jruschiov, de los crímenes del comunismo estalinista – que hasta entonces era el modelo único del comunismo planetario – y cuando en el movimiento comunista mundial apareció la corriente del “socialismo-comunismo con el rostro humano”, mi padre se apuntó en seguida a esta nueva” versión” del comunismo. Y me comentaba: “Vez, la praxis puede mejorarse”. En fin, podría comentar muchas cosas más sobre esta relación vital para cualquier persona, la del con su padre. Si al lector interesa mi caso, lo encontrará en el libro, en un capítulo que se llama así mismo “El padre y el hijo”.
¿Qué anécdotas recuerda de él?
Podría contar muchas. Voy a poner algunas de las más curiosas. La anécdota más asombrosa, para mí y para muchos que conocían a mi padre, es que él, viviendo 38 años en la Unión Soviética, no aprendió ruso. No porque no le iba bien con los idiomas – conocía perfectamente el francés –, sino porque no quería aprenderlo. Tenía miedo de que el complicado y rico idioma ruso pudiese contaminar la pureza de su castellano, que cuidaba y mimaba con esmero, especialmente en tal largo exilio, cuando el idioma se convierte en la seña más importante de la identidad de la persona. Claro, entendía cuando le hablaban en ruso, pero él mismo hablaba mínimamente. Además, tampoco necesitaba el ruso ni en su trabajo, donde todos hablaban en castellano, ni en la vida cotidiana: mi madre hablaba perfectamente el español y todo relacionado con el mantenimiento de la casa, las compras y lo demás, lo llevaba ella. Y, en cuanto a la posible contaminación idiomática, recuerdo otra anécdota muy simpática.
Un día, viajamos – mi padre, mi madre y yo – a reunirnos con la parte de nuestra familia que entonces vivía España y a la que mi padre no la ha visto más de 30 años y yo nunca (he nacido en Moscú). El sitio, elegido para la reunión familiar, fue una pequeña ciudad francesa, Hendaya, fronteriza con España. Un territorio “neutral”, ya que ni nosotros podíamos visitar la España franquista ni nuestros familiares españoles la Unión Soviética. La ruta a Hendaya pasaba por París, donde nuestro tren, procedente de Moscú, hacia una escala y nos quedamos en París un día entero, aprovechándolo para ver la hermosa capital francesa. Compramos un mapa turístico de la ciudad y lo seguimos puntualmente, yendo de un sitio al otro. En un momento surgió una duda de cómo mejor llegar a la Torre Eiffel y yo pedí a mi padre, el que era el único en nuestra familia que dominaba el francés, que lo preguntase al “gendarme” más próximo. Nos acercamos al guapísimo policía francés, vestido de película, de un uniforme negro con guantes blancos, y mi padre le preguntó cómo ir al sitio elegido. El poli le miraba a mi padre con gran asombro y parecía que no le entendía. Y fue así. Mi padre le estaba preguntando no en el buen francés, que conocía perfectamente, sino en… ruso. Luego se corrigió y el “gendarme” nos explicó la ruta a seguir.
Otra anécdota. Mi padre no hacia copias, cuando escribía a máquina. Es que en varias ocasiones, al poner el papel carbón, resultaba que él lo ponía al revés y el texto de la copia se quedaba en el dorso de la primera página. Con tan mala experiencia, decidió no hacer más copias y sus escritos se quedaban en un solo ejemplar. Lo que le jugó una mala pasada: todo lo que él había escrito durante 37 años, trabajando en RADIO MOSCÚ, desapareció. El “éter” se lo llevó, ya que las grabaciones tampoco se guardaron.
Autor
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Subdirector de Ñ TV España. Presentador de radio y TV, speaker y guionista.
Ha sido redactor deportivo de El Periódico de Aragón y Canal 44. Ha colaborado en medios como EWTN, Radio María, NSE, y Canal Sant Josep y Agnus Dei Prod. Actor en el documental del Cura de Ars y en otro trabajo contra el marxismo cultural, John Navasco. Tiene vídeos virales como El Master Plan o El Valle no se toca.
Tiene un blog en InfoCatólica y participa en medios como Somatemps, Tradición Viva, Ahora Información, Gloria TV, Español Digital y Radio Reconquista en Dallas, Texas. Colaboró con Javier Cárdenas en su podcast de OKDIARIO.
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