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Desde pequeño he oído la expresión templar gaitas, quizá por mis raíces paternas galaicas, para significar el hecho de consentir hechos, situaciones u opiniones de terceros con las que uno no está de acuerdo, pero que consiente por algún otro interés o simplemente desidia.
Según el diccionario de la RAE, templar gaitas significa coloquialmente «usar contemplaciones para concertar voluntades o satisfacer o desenojar a alguien». La definición representa fielmente lo ocurrido y dicho por su majestad Don Felipe VI en su reciente discurso de Navidad al pueblo español.
En efecto, el Rey ha usado contemplaciones para divagar sobre el proceloso mar de la política española sin querer ejercer el papel que le asigna la Constitución como Jefe del Estado, que debe estar lo más alejado del papel de un predicador, que es lo que protagonizó, eso sí, lleno de buenas intenciones.
Las contemplaciones, es decir las gaitas que ha templado con unos y otros sabe de antemano que no van a servir para concertar voluntades y su Majestad cuando se dirige a los españoles, que somos los destinatarios de su mensaje, no puede pedirnos concertación alguna, si previamente no les lee la cartilla, bien leída y bien alto, a los políticos y de manera expresa a los secesionistas, que encima representan al estado en las regiones.
Acierta también la definición de la RAE de templar gaitas cuando se refiere, alternativamente a lo que acabo de comentar, a satisfacer o desenojar a alguien. Para satisfacer o desenojar, por ejemplo, a los gobiernos regionales secesionistas ya se encarga el gobierno de la Nación, así como de atiborrarles de dinero y otras prebendas, a costa de la severidad y escasez a las regiones no adictas.
El Rey lo sabe, como sabe también que el gobierno ha traspasado muchas líneas rojas no sólo políticas sino legales, por no decir las traspasadas por los delincuentes repartidos por toda la geografía patria. Y el Rey pasó de puntillas, sin ni siquiera, hacer la menor muestra de su enojo, si es que enojado está, que no lo sabemos.
Con la que estaba cayendo, nada dijo sobre el borrado del delito de sedición del Código Penal y su sustitución por el más liviano de desórdenes públicos, que favorece directamente a los secesionistas de hoy y de mañana. Tampoco mencionó nada en lo relativo a la rebaja de las penas de malversación, mediante la distinción entre el que manga para si o para el partido. Nada de nada. Todo naderías y vaguedades.
El Rey ha templado gaitas por usar contemplaciones en las múltiples afrentas, feos y desdenes con que le ha tratado el sociópata de la Moncloa, siempre que a éste le ha venido en gana. La última, en la inauguración del AVE a Murcia en que se pasó el protocolo por donde dichas sean las partes. El Rey no debe olvidar que estos feos lo son no solo a él como Rey, sino al Jefe del Estado español, que personifica la unidad y la dignidad del pueblo español.
Una vez más hizo dejación de sus funciones y no le paró los pies al ególatra, ordenando que la Casa Real remitiese la correspondiente queja por el comportamiento y falta de respeto respecto del representante, hoy por hoy, de todos los españoles. De seguir así, quizá a mucho no tardar los feos protocolarios al Jefe del Estado se conviertan en poner a disposición de la familia real un Falcon con destino sólo de ida al exilio romano o a Estoril, como ocurrió con su bisabuelo y abuelo.
Eso sí, a su padre lo tiene arrumbado con los jeques lo más lejos posible de su real persona.
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