23/11/2024 16:56
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La primera vez que escuché en mi niñez esta historia, no pude por menos de conmoverme. Miré al cielo azul que rayaba las altas montañas entre las que había nacido, y se anudó en mi garganta la emoción. Lo pequeño que era ante un lance heroico tan grande. Entonces aún se hablaba de los filanderos y estaba en la voz popular la Dama de Arintero, en cuadernos infantiles, o representaciones teatrales y cualquiera la conocía. Caminaba como hoy, entre la realidad y la leyenda. Entre la verdad y la ficción.

Era un viejo noble de Arintero que tenía siete hijas y ningún varón. Llegó el mensajero del rey a reclutar gente para la guerra que acontecía en Zamora, en donde el Rey de Portugal, quería la Corona de Castilla. Dice el romance: «Ha mandado el rey lanzar / por todo el reino un pregón, / para que vaya a luchar / de cada casa un varón».

Entonces el ir a la guerra era un honor. El problema surgió y por esa causa en la familia del hidalgo. El viejo maldecía el vientre de su mujer por no haberle dado un varón que aportar a la guerra para defender a su Rey. Aquello se iba poniendo de mal en peor ante el deshonor de no cumplir, ya que el padre era muy viejo y no podía montar a caballo ni ir a la guerra. Esa opción estaba descartada y no había otra. Hasta que la hija más templada y valiente, salió al paso ante el padre y detuvo su desesperación. Ella iba a ir a la guerra disfrazada de varón. La familia quedó estupefacta:  «Deme armas y caballo / que a la guerra me voy yo / y así quedaréis honrado / ante el buen rey de León». Continúa el romance.

La opción era disparatada. Podría costar la vida a Juana, como se llamaba, por el pecado de desobediencia ante Dios y el delito ante la ley que prohibía ir a la guerra a las mujeres. El padre entendía lo que esto significaba pues ya había luchado en la guerra de Granada y estaba curtido en las lides administrativas. Lo primero que se ve, en esta aventura, es algo que lo mueve todo en la vida: el amor. La mujer más valerosa soluciona el problema en un santiamén. Después le esperaba un largo y duro entrenamiento hasta hacerse un guerrero y manejar con soltura la espada, la lanza, el corcel de guerra y soportar la armadura. Salió por fin el jinete y armado guerrero, caballero Oliveros, por esta «geografía martirizada», hoy la calzada romana. Debía unirse a las huestes reales en el campamento de Benavente para formar ante escribano su inclusión en las tropas reales. Sabía que se estaba arriesgando a la excomunión, a ser repudiada, y a la muerte por incumplir la ley. Y que en su familia había surgido un conflicto de intereses, un choque de valores, y que decidió resolver de esta manera. Ir ella a la guerra en defensa del honor y del nombre del linaje. Se destacó cual dechado de virtudes y buenos principios; lealtad, valor acreditado, fidelidad a la familia, a la patria chica y al Rey, ejemplo que iluminó la posteridad. Virtudes heredadas de su padre, en el cumplimiento del deber y honestidad.  Su padre, antiguo guerrero, había accedido a los deseos de su hija autorizándola a ir a la guerra, en la que demostraría sus principios, valores y virtudes. Se cree que estuvo en ella siete años Hasta que se descubrió que era mujer, en un ataque feroz que le rompió el jubón y descubrió su condición femenina. Se formó el gran escándalo en la tropa. ¡Mujer hay en la guerra!

Entonces el rey Fernando la mandó llamar, y ante un sacerdote, un galeno y dos notarios reales certificó con escribano su condición de mujer. El rey hizo salir a los presentes, y escuchó de su voz toda la peripecia del que fuera hasta ese momento, Caballero Oliveros. «El -capitán Oliveros, dijo ella-, no quiere nada para sí misma, pero le suplica lo siguiente: No quedan en los Argüellos varones, que tienen que enviar las mujeres a la guerra. No consienta su majestad que se despueble aquella comarca. No pido que la libréis de justos tributos…libradla de los tributos de sangre y mantened que todos sus hijos sean hijosdalgo y engrandecerán vuestro reino». El rey quedó tan conforme y admirado que no sólo la perdonó su delito, sino que la licenció y envió para su casa con una serie de privilegios para su familia y pueblo, y veinte leguas a la redonda, como recompensa. Exención de impuestos, no tener que ir a la guerra, etc.,

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La envidia -que es tan vieja como el mundo- hizo que fuera perseguida para quitarle los avales regios, por los soldados partidarios de la reina Isabel, que al enterarse se enfureció por la acción del rey. Diríamos que hay detrás una historia de traiciones y venganzas, y que no se puede hacer nada sin contar con las mujeres. (Isabel de Castilla y Fernando de Aragón llevaban casados 5 años, desde 1469. Y con su lema de «Monta tanto, tanto monta») La palabra de uno no estaba por encima de la del otro. O sea, que es lo mismo cortar que desatar. Y que lo hecho por el rey, sería deshecho por la reina, de no gustarle y como así fue. Los soldados de la reina -lo que serían hoy sus agradadores-, salieron en búsqueda de Juana y no consiguieron alcanzarla hasta La Cándana. Ya al ir a las caballerizas Juana a tomar su caballo para partir, fue advertida por un soldado anónimo: «Cuídese mucho doña Juana que están conspirando contra vos». Aunque salió por otro camino para despistar, al final llegaría a La Cándana, adonde le dieron alcance. No pudieron robarle los privilegios -dicen-, pero sí murió en la lucha por defenderlos, convirtiendo así su gesta en leyenda. En este pueblo ya cercano al suyo, se cierra la historia, y se venera esta realidad con las prerrogativas reales en el pergamino que atesoran. 

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