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Laus Hispaniae cumple un año de vida y seguimos con nuestra particular cruzada en defensa de la historia de España. Lamentablemente, el sistema educativo español ha tendido, en las últimas décadas, a discriminar algunos episodios de nuestro pasado que, creemos, merecen ser recuperados. Por este motivo, en el nuevo número de Laus (https://laushispaniae.es/producto/no-5-diciembre-2021/) recordamos la Escuela de Salamanca, formada por un grupo de profesores y teólogos, como Francisco de Vitoria, que, entre otras cosas, reivindicaron la libertad y los derechos naturales del hombre, tanto los relativos al cuerpo (derecho a la vida y a la propiedad) como al espíritu (derecho a la libertad de pensamiento y a la dignidad).

El XVI fue, especialmente en España, un siglo hambriento de espiritualidad, obsesionado con la salvación de las almas, por lo que el conocimiento de Dios se convirtió en el objetivo primero de estudio e investigación en los principales centros de enseñanza de la cristiandad. En España, las facultades de teología se multiplicaron por los cuatro rincones de la península, destacando las de Valencia, Alcalá, Valladolid, Sigüenza y Salamanca. En estos centros, la teología experimentó un destacado renacimiento favorecido por la labor del Cardenal Cisneros que, en la universidad de Alcalá, había defendido la necesidad de formar a sus estudiantes de acuerdo con las tres vías de la teología medieval: la escolástica, el escotismo y el nominalismo, bajo la creencia de que era necesario dudar y confrontar opiniones como paso previo al progreso del espíritu humano. Es en este contexto en el que se desarrolla la teología positiva, como forma de enseñar la ciencia de Dios, cuyo auténtico creador fue Melchor Cano, un erudito que en 1523 tomó el hábito de dominico e inició sus estudios en San Esteban (Salamanca), teniendo como maestros a personajes de la talla de Diego de Astudillo y Francisco de Vitoria que, por aquellos años, iniciaba su reconocida renovación de la Teología y al que podemos considerar, con justicia, como el padre de la Escuela de Salamanca de la que formaron parte, además de Melchor Cano, alguno de los más grandes intelectuales del Siglo de Oro español como Domingo Báñez, Domingo de Soto, Francisco Suárez o Juan de Mariana.

Fue asunto central de esta escuela el debate teológico, pero, también, la ciencia jurídica y económica. Francisco de Vitoria fue el precursor del derecho internacional, así como un férreo defensor de los derechos de los indios, tal y como leemos en su De indis, en la que defendió la igualdad en derechos y en dignidad de estas personas, incluido el de propiedad de sus tierras, todo ello en base a los excesos que se pudieran cometer, o que de hecho se cometieron, en las tierras conquistadas (sin llegar nunca a producirse un genocidio como algunos pretenden). Otro tema de interés, decíamos, fue el debate en torno al componente moral de la economía, pues en la época surgían dudas por parte de algunos sobre el carácter pecaminoso del afán de lucro propio de la actividad comercial. De esta Escuela surgirían interesantes teorías económicas, muy avanzadas para la época, en torno a temas como el precio justo de las mercancías en base a la oferta y la demanda o el concepto de propiedad privada, muy cuestionada moralmente hasta entonces y que, siguiendo la estela marcada tiempo atrás por Tomás de Aquino, se consideró no solo legítima, sino necesaria para el desarrollo del comercio.

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Indudablemente, la reflexión teológica ocupó un lugar especial entre los autores de la Escuela de Salamanca, pudiendo destacar a Melchor Cano quien, tras su ordenación sacerdotal en 1531, fue enviado por sus superiores al Colegio de San Gregorio en Valladolid, un centro de estudios de enorme prestigio reservado a los más brillantes y capacitados religiosos dominicos llamados a ocupar los cargos más altos de la orden, especialmente los destinados a la enseñanza. En San Gregorio, sus cualidades intelectuales y preparación humanística y científica volvieron a hacerse evidentes por lo que le confiaron la responsabilidad docente en 1533.

Uno de los principales objetivos que se planteó fue no rebajar el punto de excelencia del pensamiento teológico. Con el paso de los años saldrían a la luz dos relecciones: la primera, De sacramentis in genere (curso 1546-1547) y la segunda, De paenitentiae sacramento (curso 1547-1548), mientras que en 1550 apareció, en Valladolid, su Tratado de la victoria, aunque la obra que le dio fama eterna en la historia de la Teología no fue publicada, ya de forma póstuma, hasta 1563. Nos referimos a De locis theologicis, en la que Cano adopta un método histórico y antropológico de inspiración aristotélica, y trata de identificar los lugares teológicos que él interpreta como las fuentes básicas para el conocimiento de Dios. Entre estos lugares teológicos identifica la Escritura santa, los actos de Cristo y los apóstoles, los padres de la Iglesia, los concilios generales, la razón natural y la historia humana. Como profesor de la Universidad de Salamanca, Melchor Cano también realizó actividades extraacadémicas de enorme trascendencia como su participación en la segunda sesión del Concilio de Trento por encargo de Carlos I. Una vez en el Concilio, convocado para definir la doctrina católica frente a la herejía protestante, Cano demostró su saber, tal y como podemos ver en las actas que recogen sus intervenciones sobre la eucaristía, la penitencia y el sacrificio de la misa. Efectivamente, sus discursos causaron honda admiración entre los padres conciliares, tanto que algunas de sus propuestas fueron aceptadas o se convirtieron en planteamientos debatidos, a partir de entonces, en los mejores centros universitarios de toda la cristiandad.

La Escuela de la Salamanca alcanzó altas cotas con el también dominico Domingo de Soto, defensor del libre arbitrio y estudioso de la obra de Aristóteles. Este teólogo español, confesor de Carlos V, fue el primero en establecer que un cuerpo en caída libre sufría una aceleración constante, siendo su pensamiento clave a la hora de comprender el posterior estudio de la gravedad realizado por Galileo y Newton. Del mimo modo, analizó numerosos problemas económicos como la determinación del precio justo, los problemas de la usura y la actividad mercantil. Esta labor fue continuada por Martín de Azpilicueta, autor de numerosos ensayos sobre Teología Moral y precursor, junto a otros pensadores de la Escuela, de la Economía Clásica del siglo XVIII, cuyos principales exponentes fueron Adam Smith y David Ricardo. Desgraciadamente, las advertencias y propuestas económicas de los pensadores de la Escuela de Salamanca, cayeron en saco roto y fueron ignoradas por sucesivos gobiernos españoles cuya nefasta política económica terminó arruinando al reino y sumiendo al país en la más absoluta pobreza generando, entre los españoles, un profundo sentimiento de pesimismo y desengaño del que derivó una actitud irónica ante la vida. La visión pesimista la encontramos en autores de la talla de Baltasar Gracián y Francisco de Quevedo, quien se lamenta de la decadencia de España debido a la acción de los enemigos extranjeros y, sobre todo, por la negligencia de los propios españoles. Su desasosiego e inconformismo por el presente y la nostalgia por un pasado glorioso, unido a su intenso patriotismo, le llevó a manifestar confianza en un futuro memorable para el reino: «Será tierra teatro de sus victorias; será el mar campaña de sus trofeos, el cielo será templo en cuya bóveda resplandeciente vuelque sus católicos despojos».

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En el número de Laus también podrán encontrar un artículo firmado por Marcelo Gullo sobre el imperialismo inca; conocerán, de la mano de Pedro Fernández Barbadillo, la biografía de Catalina Bustamante, la primera maestra del Nuevo Mundo; y con Antonio L. Martínez Guanter, la vida de uno de nuestros héroes olvidados: Tiburcio de Redín y Cruzat. En nuestra sección “Grandes batallas”, Álvaro Vázquez Cabrera nos relata la gesta de Álvaro de Bazán en la Isla Terceira. Finalmente, Manuel Ortuño y Manuel Fuentes nos presentan sendos artículos sobre Cristóbal Colón con los que pretendemos rehabilitar la figura del Almirante tras los ataques a su memoria protagonizados por grupos indigenistas selváticos.

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