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En su libro de 1997 El siglo XX y otras calamidades, el Marqués de Tamarón escribió: “Como casi todos los escritores satíricos, Aquilino Duque es un romántico pudoroso. Su ironía es defensiva. La usa para proteger el pasado —que ama— contra el presente, que detesta por zafio y mentiroso. Esa es, al menos, la impresión que me dejó la colección de ensayos, mordaces y certeros, titulada ‘El suicidio de la modernidad‘. No conozco a otro español contemporáneo con tanta maestría en el análisis cultural y con tanta capacidad de desprecio por el engaño, individual o colectivo. Da igual que se esté de acuerdo o no con su punto de partida o de llegada, lo que importa es el viaje de su mano”.

El pasado sábado, el Marqués de Tamarón escribía lo siguiente en su blog: “A primera hora de hoy sábado 18 de Septiembre ha muerto en Sevilla Aquilino Duque”. Sobre él también ha escrito Francisco Correal esta semana: “Conservador, sí, a mucha honra, lo que con tanta pérdida es la mejor manera de ser revolucionario. Eso le costó alejarse del incienso oficial y de los parabienes, tener algún disgusto con el nuevo Santo Oficio (en el fondo, tan viejo) y chocar con la autoridad, progresista por supuesto”. Y Enrique García-Maiquez: “Hace muchos años, en un acto literario en Sevilla, el pianista que lo amenizaba atacó los sones de un tango, y una joven pareja hizo por bailarlo. Aquilino apartó raudo al chico con un ‘No sabes‘, y bailó lento con la hermosa joven, a cada revuelta más guapa entre los brazos del poeta. Hay una escena de la película Perfume de mujer que se da un pálido aire a aquel momento. Aquilino Duque ha bailado igual con la vida, enseñándonos”.

Poeta y ensayista, Aquilino Duque era el mejor prosista de un reducido grupo de poco conocidos escritores contemporáneos en español. En El suicidio de la modernidad escribía unas palabras que, en mi opinión, cualquiera con vocación de plumilla debe de grabarse a fuego antes de emborronar una sola cuartilla: “La amenidad es la cortesía del escritor. Cuando se escribe bien se piensa bien; cuando se piensa con claridad se escribe con claridad”. De su trayectoria decía: “Mi obra es una reacción contra esa modernidad en crisis”. Más adelante añadía: “El arte es el diálogo que establece el hombre con la divinidad. El mito es el sueño que precede a la vida; su revelación se confunde con la aparición del lenguaje y de él se vale el hombre para legitimar su estirpe, divinizar el origen de su historia y situar la clave de su cultura”. Su lucidez para certificar el estado espiritual de nuestro tiempo era mayúscula: “La revolución moral, consecuencia de la revolución tecnológica, ha impuesto una sustitución de los valores judeocristianos por una especie de hedonismo que es un nihilismo de signo opuesto al de Nietzsche. No estamos ante una valoración crítica de los valores establecidos sino ante su disolución en una indiferencia pasiva”.

Aquilino Duque fue un albacea de primer orden de la literatura española de las últimas décadas: de Rafael Alberti a Dionisio Ridruejo sin distingos intelectuales, porque le importaba más la persona que la ideología. Quizás porque su memoria era demasiado honda como para tolerar en silencio el relato oficial impostado de la misma época que a Duque le tocó vivir, fue ninguneado por los premios y sepultado por el mundo editorial “oficial”. El suyo es un ejemplo más de que para ser un hombre libre y un pensador profundo es requerido hallarse fuera de todo proyecto con aspiraciones políticas y de cualquier camarilla de escritorzuelos con vocación de popes. Mucho antes del ecologismo y su repelente niño Vicente (véase: Greta Thunberg), Aquilino Duque se erigió, como su amigo el Marqués de Tamarón, en protector de la riqueza natural de España. Porque si Duque decía que “el liberal no es ni carne ni pescado”, el Marqués añadía lo siguiente: “en España no hay conservadores sino conservaduros”. Porque: “Por eso la derecha ha vendido a la izquierda la bandera conservadora por antonomasia, la causa de la conservación del medio ambiente nacional, monumental y cultural. A la llamada derecha sociológica española no le interesa conservar nuestros bosques y ríos, ni salvar nuestro patrimonio artístico, ni mantener la riqueza de nuestra lengua. Lo que le importa es ganar dinero, aunque sea especulando con terrenos no edificables, contaminando los arroyos y prostituyendo el lenguaje”. Llegados a este punto, es mejor que recordemos que el texto es de 1997.

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Tamarón citaba en su nota del sábado un poema de Aquilino Duque: “No es posible que todo salga bien/ La vida es lucha y el pasado un cuento/ contado por un tonto. / Uno acierta una vez de cada cien,/ y no por ser más rápido o más lento/ se sale antes o se llega pronto. / La gente es lo que es; no nos hagamos/ con ella muchas ilusiones,/ que para llamar jefes a los amos/ se han inventado las revoluciones./ ¿La fe? Sí, por supuesto./ Y la esperanza. Y el amor. / Y andar por esos mundos con lo puesto, / y ser buen perdedor”. Porque toda escritura y, en el fondo, toda vida, consiste en una manera de erigirse como perdedor, uno solo puede quitarse el sombrero ante la calidad literaria y la altura moral —sin cejar por un instante en la ironía— con que lo ha hecho Aquilino Duque. Como escribió también el Marqués de Tamarón en El siglo XX y otras calamidades: “Yo creo que Aquilino está en la más vieja de las ciudades, en la ciudad interior, admirando las riquezas allí acumuladas por los siglos de cultura y ocultando con exabruptos irónicos la melancolía de saber que los bárbaros están a las puertas”.

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