22/11/2024 05:44
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Santiago Mata (Valladolid, 1965) es doctor en Historia, licenciado en Periodismo y profesor de enseñanza secundaria. Trabajó durante dos décadas en medios de comunicación y agencias en España, Eslovaquia y Austria. En 2007, como redactor de La Gaceta de los Negocios, destapó el robo de patrimonio subacuático español cometido por los cazatesoros de la empresa norteamericana Odyssey. Entre sus libros de historia caben destacar sus Leopoldo Eijo Garay, Ramon Llull, el hombre que demostró el cristianismo (2006), «El Tren de la Muerte» (2011), «Holocausto católico» (2013), «El sueño de la Transición» (2014), «El arma submarina alemana» (2015), «Kriegsmarine. La Flota de Hitler» (2017), «Monseñor Óscar Romero, pasión por la Iglesia» (2015) y «El Yunque en España» (2015). En 2017 escribió sobre la mal llamada Gripe Española y de cómo comenzó en Estados Unidos en 1917, y publicó las pruebas de cómo el ejército americano contagió al mundo la Gripe Española. En 2018 publicó «Silencio en Garabandal. El precio pagado por la Virgen», sobre las supuestas apariciones marianas en aquella localidad cántabra. Y más recientemente en esta misma editorial «El secreto de la Virgen de Guadalupe» (2020).

El Correo de España le entrevista sobre su libro Mártires cristianos bajo el nazismo.

¿Por qué un libro sobre los mártires cristianos bajo el nazismo?

Como historiador, me he interesado desde hace tiempo en los mártires de la Revolución Española, y también en algunos aspectos relacionados con la Segunda Guerra Mundial, de modo que esta investigación en cierto modo es una confluencia de los dos asuntos, que además me parecía oportuna, ya que no existen estudios de síntesis que abarquen a todos los mártires cristianos que sufrieron bajo la persecución de Hitler.

¿Cuáles han sido las principales fuentes utilizadas?

Por una parte, me parecía importante explicar cuáles eran los presupuestos y circunstancias ideológicas y religiosas de Hitler y de los nazis, desde los cuales poder comprender su odio al cristianismo, así que hube de buscar respuestas a esas preguntas específicas dentro de los abundantes estudios existentes sobre Hitler y el nazismo: en este punto no se trataba de descubrir datos nuevos, sino de hilar aquellos que son relevantes y en los que pocas veces se detiene la mirada.

En cuanto al estudio de los mártires en particular, he consultado la documentación relativa a causas de beatificación ya concluidas, o en el caso de los católicos alemanes al llamado Martirologium Germanicum, que reúne las biografías de personas que no están en proceso pero se consideran mártires. Para los ortodoxos, también me he ceñido a lo que las respectivas Iglesias han publicado sobre las personas que han canonizado. Para los evangélicos, ya que no hay un procedimiento oficial para venerar a los mártires, he seguido los criterios de los investigadores de confesión evangélica que han estudiado el asunto: en definitiva, no se trataba de que yo eligiera qué personas me parecen mártires, sino de adoptar la norma objetiva vigente en las distintas confesiones cristianas.

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El martirio requiere unas determinadas condiciones, morir por la fe y perdonando al enemigo. De entre todos los que murieron ¿Cuántos se calculan que fueron propiamente mártires?

La Iglesia católica ha proclamado a dos santos como mártires de la persecución nazi, y a otros 142 como beatos. 120 de estas personas son polacos, y aunque hay otros 122 mártires de ese país en proceso de beatificación, siempre serán muy pocos en comparación con la cifra real de víctimas: téngase en cuenta que, limitándonos solo a los sacerdotes polacos, los nazis mataron a más de 2.800. Entre los evangélicos alemanes, los autores a que me refiero -Schultze y Kurschat- presentan las biografías de 229 mártires. Entre los beatos católicos los hay también de nacionalidad holandesa, francesa, italiana, húngara y ucraniana, mientras que entre los ortodoxos hay rusos, checos y serbios. Como es obvio, siempre el número de los mártires estudiados y proclamados como tales será solo una pequeña parte de quienes en realidad sufrieron martirio.

Quizá los casos San Maximiliano Kolbe o Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein) fueron algunos de los más conocidos.

Maximiliano Kolbe es mártir en sentido estricto, y como tal al canonizarlo el papa san Juan Pablo II empleó siete veces la palabra mártir tan solo en su homilía, aclarando que ya no debía ser considerado simplemente confesor; y efectivamente santa Teresa Benedicta de la Cruz es la segunda santa mártir del nazismo ya canonizada, y además proclamada patrona de Europa. Hay un beato holandés, Titus Brandsma, para quien ya se ha reconocido un milagro que podría suponer su próxima canonización.

¿Está plenamente comprobada la aversión que sentía Hitler hacia el cristianismo?

Desde su adolescencia, cuando no solo se burlaba de la materia de religión católica en la escuela, sino que su único amigo de esa época certificaba su auténtico odio a la escuela y a todo lo que significara autoridad, escolar o incluso monárquica. Más tarde llegaría a la conclusión de que el cristianismo es solo un estorbo para que los fuertes triunfen sobre los débiles, y como tal lo calificaría como «el mayor retroceso que jamás haya experimentado la humanidad”.

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En un principio parecía respetar en cierta manera la religión. ¿Qué le hizo cambiar?

El por qué fingía respetar la religión es algo que habría que preguntar a Hitler, pero ya no puede contestar. Obviamente, le interesaba ganar votos de las personas de orden. Pero es un hecho que cuanto más arraigo religioso tenían los votantes en Alemania -me refiero en particular al partido católico llamado Zentrum-, más difícil era ganarse sus votos para el extremismo hitleriano. Ya que no pudo ganarse a esos votantes, terminó por ganarse el voto de los diputados del Zentrum para que lo nombraran dictador, con la amenaza de «o yo o el caos». Y con amenazas físicas, claro.

¿En qué medida chocaba el catolicismo con su afán por crear un hombre nuevo, libre de las ataduras de la religión tradicional?

No pienso que se pueda llamar al supuesto ideal hitleriano hombre nuevo, y menos libre. Era una suma de prejuicios pseudoculturales y raciales incompatibles con la cultura cristiana, europea y con cualquier discurso coherente. Obviamente, chocaba con el cristianismo y por eso quienes vieron a tiempo adónde conducía urgieron al papa Pío XI para que lo condenara, como así hizo en 1937 con una encíclica específica sobre el nazismo, cuya difusión se prohibió inmediatamene en Alemania, y en 1938 con otra sobre el antisemitismo, que no llegó a publicarse.

¿Cómo es que entre sus dirigentes había no solo evangélicos, sino también católicos?

Los partidos políticos, y más los extremistas, se nutren de todo tipo de personas; y Alemania estaba compuesta entonces por una mayoría evangélica y una minoría católica. Es lógico que en el ambiente extremista de entreguerras se sumaran al nazismo personas de todas las confesiones, a pesar de que algunos obispos católicos intervinieran para tratar de evitar que los fieles colaboraran con un partido de ideología anticristiana.

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