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Lituano de ascendencia polaca o, si se prefiere, polaco de origen lituano, culturalmente católico, Cesław Miłosz (1911-2004) es un escritor muy poco conocido en España, a pesar de recibir el Premio Nobel de Literatura en 1980. Su propia peripecia vital permite entender la terrible encrucijada de Polonia en el siglo XX, y su testimonio como testigo directo de los años centrales 40 y 50 resulta especialmente elocuente. De la misma forma en que Joseph Conrad fue un polaco nacido en la ucraniana Berdýchiv, su compatriota Miłosz fue alumbrado en la ciudad lituana de Šeteniai. Algo que nos obliga a recordar que la mancomunidad polaco-lituana abarcó Bielorrusia, gran parte de la actual Ucrania y de las repúblicas bálticas Estonia, Letonia y Lituania. Semejante extensión, que data del siglo XIV y fue formalizada en la Unión de Lublin en 1569, más allá de su duración como realidad política –mantuvo su vigencia jurídica hasta la primera partición de Polonia en 1772–, dejó una notable impronta cultural que alcanza hasta hoy. No en vano, la identidad polaca todavía se deja sentir en el vasto territorio de aquellos sus antiguos dominios.

Superviviente de la II GM y de la ocupación nazi y soviética, Miłosz desempeñó el cargo de agregado cultural en los Estados Unidos desde 1945 hasta 1951 al servicio de la República Popular de Polonia, ocupada y tutelada por la URSS. En el mismo año de la muerte de Stalin, 1953, salieron a la luz dos obras del autor: El Poder cambia de manos y El pensamiento cautivo. A ellas nos referiremos en este artículo.

Una de las ideas que se repiten en el primero de los libros citados alude a la soledad de Polonia en el marco internacional, sus forzadas y estériles alianzas con británicos y franceses y las reiteradas traiciones de éstos. Recuérdese, por ejemplo, –aunque el autor no lo haga– la llamada “línea Curzon”[1] para apaciguar a los soviéticos a costa de una enorme porción de territorio polaco antes de la victoria de Józef Piłsudzki en la guerra de 1919-1921; el incumplimiento británico y francés del Pacto de Asistencia Mutua firmado en 1939 con Polonia frente al tratado Molotov-Ribbentrop, dejando a los polacos a los pies de los caballos; o la rebelión contra los nazis alentada de forma temeraria y negligente desde Londres a finales de 1944, que significó la cruenta masacre de los alzados[2]. Este último punto es central de El Poder cambia de manos, donde Miłosz relata el levantamiento de Varsovia y cómo los soviéticos, observando desde la otra orilla del Vístula, asistieron a la represión sin mover un dedo por auxiliar a los polacos.

El escepticismo y desazón causados por el aislamiento de su país se repite en boca de distintos personajes. Desde el oficial colaboracionista con los soviéticos Piotr Kwinto: “Es inútil confiar en Occidente. Aquí tenemos que arreglárnoslas nosotros solos”[3], hasta el patriota polaco Miguel Kamienski: “No podemos esperar nada de los anglosajones. Para ellos sólo somos calderilla, una moneda que les facilita los cambios, lo mismo que otros pueblos. Nunca he sido partidario de la democracia mercantil anglosajona. Hoy no pueden dominar el mundo leyes de mercaderes”[4]. Aunque no son los únicos; como nos recuerda otro personaje, Cisowski, quien repite también el mismo lamento: “No podemos contar con nadie. Estamos solos”[5].

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Por otra parte, tras la ocupación nazi, a Miłosz le tocó vivir de cerca la posterior ocupación soviética. Una encrucijada descrita por boca de la madre de uno de los personajes: “Hemos rezado mucho por la Liberación y por fin la conseguimos. Pero ahora resulta que la Liberación no es más que una nueva ocupación. Van a convertirnos en otra de sus repúblicas”[6].

De hecho, esta situación significó la adaptación forzosa de muchos polacos para sobrevivir: “si uno deseaba avanzar, tenía forzosamente que adoptar el nuevo culto”[7]. Y dicha adaptación dejó una huella profunda y dolorosa; la carga de una culpa imborrable que el autor describe con nitidez en sus páginas: “Todos los que viven ahora aquí deben la vida a alguna cobardía. Yo también. Todos nosotros […] Aquí en Polonia no hay nadie que no esté asqueado de sí mismo”[8].

En este sentido, Miłosz nos habla del miedo impuesto por los soviéticos, traducido en el temor constante de cada ciudadano por seguir la última consigna. Siempre pendientes de “[…] adivinar cuál será la línea del Partido en cada momento”[9]. Porque: “En adelante, un simple decreto puede forzarlo (a uno) a aceptar esta nueva pauta de vida y pensamiento”[10].

Aquella Nueva Fe exigía exactamente una nueva forma de pensar –o, mejor dicho, de no hacerlo– consistente en someterse en todo momento a las directrices del Partido: “[…] el modo de razonar que ordena hacer caso omiso de un hecho cuando un concepto (determinado por el Partido) entra en conflicto con la realidad […]”[11]

Algo que nos recuerda los testimonios de otros testigos directos del comunismo como Orwell o Solzhenitsin. Así, dice Miłosz: “Trato de explicar cómo funciona la mente humana en las democracias populares (soviéticas) […] trato de trazar la ruta por la que, en las democracias populares, se lleva a los hombres hacia la ortodoxia”[12].

Czesław Miłosz explica claramente que el poder socialista se asienta en el miedo. En El poder cambia de manos, un colaboracionista, el mayor Baruga, afirma: “nuestros medios para formar la nueva conciencia social son casi ilimitados. Ese es el objetivo del terror”[13]. Pero hay muchos otros pasajes tanto o más elocuentes: “En los ojos de sus conocidos y en los de todos los que se encontraba en la calle leía el miedo […] todos se sentían vigilados y tenían la íntima convicción de que iban a ser juzgados algún día […]”[14]. “En los ojos opacos de los nuevos funcionarios, en sus miradas huidizas, notaba la misma expresión característica […] Miedo; un miedo que lo llenaba todo”[15]. “Había siempre flotando en el aire una reticencia, […] una censura secreta que funcionaba en cada uno de los comensales y que funcionaba en plena borrachera. Las lenguas no se soltaban más que hasta el límite impuesto por el miedo”[16]. […] “adaptándose, como había aprendido a hacerlo, a las exigencias de una verdad limitada”[17].

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O en esta frase, que resume a la perfección el terror de la población polaca sometida, incluidos los de arriba: “No era fácil establecer una clara divisoria entre los que mandaban y los que tenían miedo”[18].

Una idea ésta, la del miedo, que también se repite en El pensamiento cautivo: “El miedo paraliza a los individuos y les impone la obligación de ajustar todo lo posible sus gestos, sus ropas y la expresión de sus rostros […]”[19].

En el mismo sentido, no faltan párrafos en ambos libros en los que el autor nos muestra los mecanismos mentales que generaba aquel sistema: “[…] los pensamientos de Piotr funcionaban en armonía con sus palabras. Estaban vigilados y ‘doblados’ por un aparato de control mental que impedía el descarrilamiento de sus frases”[20]. “Antes de que una palabra salga de la boca deben calcularse sus consecuencias. Una sonrisa que despunta en un momento inoportuno, una mirada que no corresponde a lo que se espera, puede dar origen a graves sospechas y acusaciones”[21]. O este otro: “Es posible que, a fuerza de doblez, desaparezca por completo en ellos su propio desdoblamiento, y que se conviertan para siempre en los personajes, en los papeles que han aprendido y que representan en esta comedia”[22].

Así como el británico Aldous Huxley nos hablaba en Un mundo feliz (1932) de una droga llamada “soma”, capaz de tranquilizar, controlar y someter a los individuos; Miłosz se sirvió de un recurso literario semejante, tomado de la novela titulada Insaciabilidad (1930), de su compatriota Stanislaw Ignacy Witkiewicz[23], para tratar de explicar la abducción de todo un pueblo: las “píldoras de Murti-Bing”. Mostrando la servidumbre voluntaria a partir de su ingesta: “Quien las tomara cambiaría por completo. Se tornaba sereno y feliz”[24].

 

[1] Nombre debido al secretario de Estado británico de Asuntos Exteriores, George Nathaniel Curzon.

[2] Se calcula un cuarto de millón de muertos, en su mayoría civiles.

[3] El Poder cambia de manos (1953), Ediciones Orbis, Barcelona, 1983, p.137.

[4] Ibíd., p.216.

[5] Ibíd., p.212.

[6] Ibíd., p.135.

[7] Ibíd., p.116.

[8] Ibíd., p.140.

[9] Ibíd., p.151.

[10] El pensamiento cautivo, p. 57.

[11] Ibíd., p.79

[12] Ibíd., pp. 27-28.

[13] El Poder cambia de manos, p. 129.

[14] Ibíd., pp.203-204.

[15] Ibíd., p. 224.

[16] Ibíd.,, p.105.

[17] Ibíd.,, p.107.

[18] Ibíd.,, p. 168.

[19] El pensamiento cautivo, p. 97.

[20] El Poder cambia de manos, p.163.

[21] El pensamiento cautivo, p. 85.

[22] Ibíd., p.167.

[23] Escritor y pintor polaco nacido en 1885, se suicidó en 1939.

[24] El pensamiento cautivo, p. 32.

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Santiago Prieto
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