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Tuve un primo, catedrático “por oposición” – ¡brillante!– de “teoría Económica”, que durante años fue titular de esa asignatura en la Universidad de Barcelona. Uno de sus alumnos fue un excelente amigo que desde jovencito y durante cuarenta años ha sido el responsable de la dirección financiera de la, hoy,  número uno del mundo en su especialidad, “Roca Sanitario – y  me decía: “En la facultad de Economía sabíamos todos que, “una vez aprobada la asignatura del profesor Villar,  podíamos considerarnos  ‘graduados’…” A mí, nunca me ha tentado esa rama de las carreras de Ciencias, sin embargo puedo dar “alguna lección» en esa materia,  como explicar bien: ¡Qué es la “inflación”!

Pero,  antes,  algunas consideraciones claves. La primera: Ha sido el método genial usado por la Sinagoga de Satanás para “desplumar” a los ingenuos “goyim”  ¡esos “bípedos con inteligencia de bestias”! –por tales nos tienen–. El método de la “inflación” es difícilmente superable, para robarnos nuestros bines y, la mejor demostración, la tienen en los frutos obtenidos

¿En qué consiste la “inflación”? Una definición muy breve sería: “el arte de disminuir el valor del dinero, incrementando constantemente los precios. Y lo genial del método sionista es hacerlo pasar como la cosa más natural del mundo, y consecuencia de las ‘leyes del mercado’…”. Así ha colado, y “los bestias de los goyim” se han acomodado mansamente a ese robo organizado y descarado, como si fuese la cosa más natural del mundo. Y lo peor es ver que si hay algún atrevido, capaz de protestar contra esa ley criminal llamada  de la “oferta y la demanda”,  solo por  “afirmarlo”,  los expertos en economía me precipitarán en el “infierno de la estupidez e ignorancia”,

Pero contra los hechos, no hay palabras que tengan valor alguno, y la inflación ha dado todo el poder y el oro del mundo a la Sinagoga de Satanás–en todas sus formas—.

Pasemos ya a la “lección práctica” de economía.

Hubo un tiempo en que los productos valían lo que valían –y perdonen la redundancia—,  siempre lo mismo, no variaban con el tiempo. Pero vinieron los listos y encontraron el modo de “fomentar “eso que hemos llamado la “inflación”.

Dos casos aleccionadores: Cuando Cuba se independizó, la moneda era “el duro” –las cinco pesetas–  (Un paréntesis para hacer una pregunta: ¿Cuántos españoles saben que la moneda española rigió en el mundo, y hasta el dólar nació de ella” y que, cuando nacieron los Estados Unidos,  lo hicieron bajo su dominio pues no fue hasta más tarde cuando “la peseta, engendró el dólar”?) Pues bien en 1902, el “duro” equivalía, al “dólar” yanqui, y al “peso cubano”.  Hoy, un “dólar” vale 28.55 “duros” o sea, en 119 años, nuestra moneda se ha depreciado en un 2 855%; es decir,  en poco más de un siglo, los españoles –en relación a los norteamericanos–, nos hemos “depreciado” hasta el punto de valer treinta veces menos…: “¡la ‘inflación’ nos ha hecho treinta veces más pobres”!

Cuando llegue a Cuba –en 1945–  el dólar y el peso seguían equivaliendo. Servían igual ambas  monedas (que aún eran de plata; en España; yo conocí “el duro y la peseta de plata” hasta  julio de 1936; recuerdo que –“juntando las propinas”– a mis ocho añicos,  había “ahorrado” en una hucha, “veinticinco duros” ¡todo un capital!, –un obrero cobraba “cinco pesetas” de jornal–). Pero el duro, entonces,  valía ya, la mitad. Cuando regresé a España en 1960  me parece que había bajado a la cuarta parte. Y sesenta años después, ya lo han visto: ¡la trigésima parte!

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Ahora, un ejemplo más claro aún,  de lo que es la inflación, donde la luz es meridiana y palpas la esencia de la inflación.

En 1934, –aparte de la herencia de mis padres–, mi madre me había dejado abierta,  una cuenta especial de ahorro —de 30 000 pesetas–en la Caja de la Acción Católica de Palencia. De esa cuenta,  yo me olvidé… Ahora bien, mientras estuve en Cuba, el tío que dejé de administrador de mis bienes en España, utilizaba los intereses para pagar impuestos y lo que le parecía. (Por cierto se aprovechó de algún viaje a París, regalo de dicha Caja, sin duda, muy rentable “para ella”).

Al salir de Cuba, –como todos los que nos exiliamos antes de que Fidel, cerrara las puertas y creara el Gulag–  salí con las “manos en los bolsillos” y, al llegar a España me acorde de la  cuenta de ahorros que mi madre me había abierto, “veinticinco años antes”.

Y aquí viene la gran lección. En 1934 con treinta mil pesetas cualquiera se hubiera considerado el “rey del mambo”. Y si lo dudan,  pregunten a  los entendidos. Recuerdo que, cierto día en la televisión entrevistaban a un industrial de Tarrasa,  que contaba cómo los “rojos” le habían arruinado”,  destruido sus talleres, etc. Y el entrevistador le preguntó, siendo eso cierto ¿Cómo es que vuelve a ser un empresario millonario? –¡Muy sencillo!, me habían arruinado en España pero tenía una cuenta, en Andorrade  “treinta mil pesetas” y, en 1939, pude volver a poner en marcha  mi negocio…. (Exactamente con 30 000 pts.)

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En los años treinta, esa suma era un verdadero capital… pues bien,  en 1960, cuando retiré mi dinero, me dieron 30 000 pts., de la “época” que equivalían ya  a “bien poca cosa”, al sueldo de un “alto empleado”  como mucho.

En esos 25 años, la Caja había invertido y ganado millones a cuenta mía, y yo pagaba  en 1960  “los platos” de la inflación… había perdido, millones…

 

Autor

Gil De la Pisa
Gil De la Pisa
GIL DE LA PISA ANTOLÍN. Se trasladó a Cuba con 17 años (set. 1945), en el primer viaje trasatlántico comercial tras la 2ª Guerra mundial. Allí vivió 14 años, bajo Grau, Prío, Batista y Fidel. Se doctoró en Filosofía y Letras, Universidad Villanueva, Primer Expediente. En 1959 regresó a España, para evitar la cárcel de Fidel. Durante 35 años fue: Ejecutivo, Director Gerente y empresario. Jubilado en 1992. Escritor. Conferenciante. Tres libros editados. Centenares de artículos publicados. Propagandista católico, Colaboró con el P. Piulachs en la O.E. P. Impulsor de los Ejercicios Espirituales ignacianos. Durante los primeros años de la Transición estuvo con Blas Piñar y F. N., desde la primera hora. Primer Secretario Nacional.