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La SOLUCIÓN ARMADA fue la gran, y puede que única oportunidad que se tuvo para rectificar la deriva que hoy, completado su tiempo, nos conduce a la desintegración de España. La gran oportunidad, digo, porque, iniciada la deriva, y ante un Gobierno incapaz y fragmentado, sin apoyo parlamentario suficiente, contaba, no sólo con apoyo social masivo sino con la aquiescencia de los partidos políticos considerados nacionales, que entendían qué algo había que hacer ante aquella “situación límite”, sin violentar la Constitución ni alterar el aplauso internacional que había suscitado la Transición.

Y si esos apoyos no eran suficientes, que lo eran, contaba con un plus añadido, se le daba también protagonismo a las Fuerzas Armadas -azotadas brutalmente por el terrorismo de ETA y justamente preocupadas por la amenaza que a la unidad de España suponía ese invento del Estado de la Autonomías-, nombrando presidente de un gobierno de “concentración nacional”, única opción posible, constitucional e inteligente, al general Don Alfonso Armada y Comyn, un militar monárquico, culto, constitucionalista y sin ambiciones políticas. Un gobierno de emergencia o de salvación nacional, cuyo cometido sería rectificar y reconducir la situación, que ejercería por un tiempo limitado.

Dos preguntas son obligadas… ¿Pudo haber acabado ese Gobierno con ETA? ¿Hubiese podido ese Gobierno rectificar la Constitución, limitando las transferencias a las Comunidades Autónomas?, esos entes artificiales en la configuración territorial de la nación, que cada día se mostraban más voraces en prebendas y prerrogativas, y que no eran sino, como hoy vemos, construcciones de virreinatos al servicio de la casta política.

Ahora bien, ideada en conversaciones con el Rey, meditada en el Pazo de Santa Cruz de Rivadulla y en consenso con responsables autorizados de los partidos políticos (PSOE, AP y PCE), la SOLUCIÓN ARMADA se fue dilatando en el tiempo por la actitud diletante de los políticos, que, no midiendo en su justos términos la gravedad del momento, esperaron ver lo que podría hacer el nuevo gobierno que se formaría tras la destitución del presidente Suárez, absolutamente amortizado, que llevaría a cabo el Rey, cuyo “golpe palaciego” -que muchos consideramos la actuación de Juan Carlos I en la SOLUCIÓN ARMADA- se conocía con bastante antelación.

Pero no pudiendo llevarse cabo por “procedimientos legales”, y consciente de que no se podía esperar más tiempo, la SOLUCIÓN ARMADA se rediseña acorde a las razones de “máxima urgencia” que la situación requería, y que el general Armada conocía: las acciones de diferente alcance que con mayor o menor grado de preparación se proyectaban por parte del estamento militar. Siendo la más determinante, resolutiva y peligrosa la que se anunciaba para la primavera de aquel año de 1981. Una solución de resultado impredecible, que hubiera puesto patas arriba al país, al tiempo de acarrearnos un gravísimo problema internacional.

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Así, entonces, conocedor de esta gravedad, la SOLUCIÓN ARMADA toma otro rumbo y adopta una estrategia peligrosa, pero posible. La “rectificación” a la situación nacional tenía que proyectarse única y exclusivamente utilizando al estamento militar, para después reconducirla hacia una SOLUCIÓN que encajara en la legalidad, hubiera sido ésta más o menos alterada. Estrategia que contaba con la gran oportunidad de implicar en la nueva situación, esas “acciones militares” que, tras su intervención como protagonistas, quedarían amortizadas para actuaciones en el futuro. Y todo eso, con el sigilo que la gravedad imponía y dando por sabida la obediencia a la que todo militar se debe y obliga ante la orden de un superior. Mucho más si la orden proviene del mismísimo Capitán General.

¿Traicionó el general Armada a quienes participaron en la intentona del 23-F., utilizándoles y no haciéndoles partícipes de lo que realmente había planificado?, llegar al Congreso como el “salvador” de la situación creada.

Digamos, antes de contestar, que una acción es buena en la medida que se ajusta al bien posible, logrando poner entre paréntesis el propio interés. Y esto era la SOLUCIÓN ARMADA, tanto en su versión política como militar. Ahora bien, partiendo de la base de que todo proyecto o acuerdo entre varios debe ser consensuado, máxime cuando hay distintas visiones, la actuación del general Armada puede complicarse.

Bien, pero ¿qué debió hacer si su conciencia le hizo ver que debía actuar solo, y con absoluto sigilo? Aquí la cuestión estriba en saber si hubo o no una verdadera medida para juzgar, porque si cada uno de los participantes tenía “su verdad”, la disputa sería total. Por lo que, ante esta situación y salvando siempre el supremo bien de España, la conciencia del general Armada sólo necesitó de ideas rectas y de una jerarquía de valores que entendía no estaba deformada por ideologías o “sensibilidades”. Siendo que lo que era bueno, lo era independientemente de cualquier consideración partidista. Porque si fuera verdad que cada uno pudiera hacer lo que le permitiera su conciencia, por más recta que fuera, que lo fue en el caso de todos los implicados en el 23-F, el hombre sin conciencia también podría hacer cualquier cosa.

Frente a la algarada, la reflexión. La vida no siempre es como nos gustaría que fuera, sino como puede ser. De ahí, que siempre haya que buscar el bien posible, ajustado a la realidad, logrando poner entre paréntesis el propio interés, por alto que sea. Esto conviene comprenderlo pronto. Es el gran dilema que se nos plantea a todos en cualquier ámbito de la vida.

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El general Armada actuó desde la urgencia y con oportunidad. Lo hizo como mejor supo y creyó. Pasó por ser un traidor, y pechó con ello. No quiso penar en la cárcel más tiempo del debido, porque él, que había ofrecido importantísimos servicios a España desde la temprana edad de sus 19 años en la que se incorporó como soldado voluntario en nuestra Cruzada, era un hombre realista, consciente siempre de que hay que salvar lo fundamental. Lo que verdaderamente es importante en todo época, tiempo y circunstancia.

Si en aquel tiempo todavía hubo la posibilidad de rectificar, planificar y proyectar, de lo que no hay duda razonable. Convengamos afirmar que la SOLUCIÓN ARMADA fue la gran oportunidad que tuvo España, gustase más o menos a muchos. La gran oportunidad que puso en evidencia a todos los de ¡Ejército al poder!, que ni estuvieron ni se les esperaba. Ni tan siquiera la mañana del 24 de enero, cuando terminado todo, los CABALLEROS DEL 23-F se disponían a pechar con “30 años de cárcel”.

Finalmente decir, que la vindicación que hago de la SOLUCIÓN ARMADA, aprovechando el décimo aniversario del fallecimiento del General, de ninguna manera quita valor y sentido a Don ANTONIO TEJERO, que actúa según su conciencia, ejecutando con gran pericia militar aquello que se le había ordenado cumplir y leal a lo que es lema en el Cuerpo militar del que forma como Jefe, “Ley y Orden”, que nos dio el grandísimo espectáculo que nunca olvidaremos, pero que no midió el alcance de su “estar” ante el general Armada. Y mucho menos quita valor y reconocimiento al comandante legendario de aquella jornada, Don RICARDO PARDO ZANCADA, que como en tantas ocasiones he dicho, es el Jefe al que todo soldado seguiría convencido, sin reparos y entusiastamente.

La “Paz sea con usted, mi General”. Como tantas veces nos la dimos en misa de 12, en la Parroquia de Nuestra Señora de los Dolores.

Autor

Pablo Gasco de la Rocha